Disolución del régimen de comunidad de Itatí
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- La igualdad civil de indígenas y españoles
El Dogma de Mayo tiene como fundamento las ideas políticas que el pensamiento Occidental esparció por el universo en el siglo XVIII y que están en sus tres expresiones memorables: la independencia de los Estados Unidos de Norteamérica, la Revolución Francesa y la emancipación de las colonias hispanoamericanas.
Aquellas ideas establecían el derecho como algo inseparable de la dignidad humana, como un atributo esencial de la personalidad y, partiendo del punto de vista de que el hombre era un ser libre, consideraban el derecho como el ejercicio de aquella libertad.
A la libertad de pensar, correspondía el derecho de hacerlo libremente; a la de moverse y hacer, el de transitar y trabajar; en una palabra, el derecho no era sino la libertad en función.
Pero también los hombres eran iguales. Los fueros militares y eclesiásticos cedieron en los procedimientos y las instituciones y, desde 1813, la Asamblea Nacional declaraba la libertad de vientres y la de los esclavos que pisaran el territorio argentino, echando las bases de la desaparición de la esclavitud que la Constitución de 1853 había de consagrar.
Dentro de este proceso de igualdad, el indio era un problema. El general Manuel Belgrano, desde los pueblos de Misiones, durante su campaña de 1810 al Paraguay, había innovado en su régimen civil, conservando apenas algunas medidas que lo tutelaban, en nombre de su inferioridad cultural.
Y, naturalmente, cuando la paz se hizo y los pueblos interiores conquistaron la dignidad de provincias del Estado, dándose instituciones locales -dentro de la Nación indivisa- cada una de esas provincias tomó del Dogma de Mayo las ideas centrales y las trabajó en la estructuración de su régimen legal.
Corrientes se había declarado Provincia. Trabajado su pueblo por el sentido de la personalidad, que es la autonomía, buscó organizar el Estado Provincial. El 20 de Abril de 1814, el Cabildo de la Ciudad de Corrientes declara la “independencta bajo el sistema federativo y, al general José de Artigas por Protector, con todos los recursos de la Liga”, declaración que no suspende actos más trascendentales.
Son éstos, la preparación y reunión del primer Congreso Provincial que, convocado para el 25 de Mayo de 1814, recién se reunió el 11 de Junio de ese año, declarando el establecimiento del Estado de Corrientes y dándole las primeras leyes.
Eligió también el primer gobernador-intendente.
Ante el hecho consumado y para captarse las simpatías populares, el Director de las Provincias Unidas, Gervasio A. de Posadas decreta, el 10 de Septiembre de 1814, la formación de la Provincia de Corrientes, con los territorios de la jurisdicción de esta ciudad más los de los pueblos de Misiones. La declaración llegaba tardía, simple consagración de la obra popular.
En la lucha abierta fue conquistado y destruido el Estado de Corrientes, en Septiembre de 1820, por el general Francisco Ramírez, pasando a integrar la República Entrerriana, hasta el 12 de Octubre del año siguiente, en que se independiza y se da, con sus autoridades, su primera Constitución Política.
Desde esta fecha, el Estado de Corrientes ofrece una existencia regular y no interrumpida, afirmando su personalidad con un orden de Instituciones regulares.
La Carta Política provisoria de 1821 y la definitiva de 1824, establecían un régimen de libertad e igualdad para el pueblo y, naturalmente, en cuanto el Congreso Provincial inicia las reformas sociales -en l825- se preocupa de la situación legal del indígena.
El indígena era libre. Los derechos, ampliamente ejercitados por el hombre blanco, debían asistirle. Para la realización efectiva de este programa, había que demoler obstáculos y ellos consistían, dentro de la provincia, en dos pueblos cuya población estaba organizada en comunidad, sin perjuicio de hombres blancos que lentamente habían ido a instalarse en aquellos vecindarios, cuyas actividades les aleccionaban en las características y hábitos de un régimen de propiedad individual.
Eran estos pueblos -Itatí y Santa Lucía- y leyes especiales liquidaron aquel régimen de comunidad. Aquélla que refiere a Itatí, del 14 de Febrero de 1825, extinguió la comunidad en base al reparto de la tierra suficiente para sus pobladores, debiendo el P. E. proveerles de útiles y especies de labranza.
Antes (ley del 20 . XI . 1824), preparando la reforma, se había suspendido el pago de los sínodos a los curas de los pueblos de comunidades indígenas.
Era gobernador de la provincia Pedro Ferré, espíritu meticuloso y organizador. Preparó un plan completo, interpretando el espíritu de la ley que, al año siguiente, elevó al Congreso.
En 1826, los legisladores entendieron en el asunto; lo autorizaron a proveer con amplitud en la resolución de la comunidad del pueblo de Itatí (ley del 18 . V . 1826); a enajenar la estancia “La Limosna”, que pertenecía al Santuario, no al pueblo (ley del 23 . II . 1826) y las alhajas del mismo, cuyo valor debía invertirse en la reconstrucción de la iglesia (ley del 18 . V . 1826).
Ferré puso en marcha el plan adoptado decretando, el 18 . V . 1826, el replanteo del pueblo de Itatí, la distribución de sus tierras y la resolución del régimen de comunidad y organizando (el 29 . V . 1826) la comisión encargada de la venta de las alhajas del Santuario.
Encargó de las tareas materiales del replanteo del pueblo y la asignación de tierras a los vecinos, al técnico Narciso Parchappé a quien, en recompensa del trabajo, se le entregarían tierras entre los parajes llamados Limosna e Iribú Cuá. El decreto señalaba por ejidos del pueblo una extensión de mil metros hacia el Oeste, debiendo la línea Este llegar al arroyo San Juan.
Desde estos dos puntos, señalados sobre la costa del río Alto Paraná, debían tirarse dos líneas al sur, hasta los confines de los quebrachales y algarrobales, o sea, hasta la cañada Ipucú. Fuera de estos ejidos, debían indicarse las suertes de chacra, en extensión que, en cada caso, se determinaría y prohibición de venta durante los cuatro años siguientes.
Los mismos derechos se reconocían a las familias no indígenas que se habían avecinado en Itatí(1).
(1) Naturalmente, el proceso jurisdiccional de Itatí continuó después. El doctor Hernán Gómez dio a conocer en su opúsculo, “El Municipio de Itatí”, una síntesis ya divulgada. El técnico Narciso Parchappé ejecutó el replanteo, cuyas actuaciones se encuentran en la Dirección de Tierras, archivadas bajo la letra “P”, números 1 al 17; pero, el transcurso del tiempo y la destrucción de los mojones obligó a reavivar las señales, cuando al promediar el siglo XIX, hecha la paz con la Organización del país, se acentuó el progreso de Itatí.
Era entonces Cura Párroco del mismo el patriota virtuoso, fray Juan Nepomuceno Alegre, quien delineó el pueblo y sus calles, como la zona de ejidos. La indeterminación sobre las líneas perimetrales de estos últimos y denuncias en compra de fracciones fiscales hechas por Carlos Medina, dieron pie a una mensura del agrimensor Zacarías Sánchez, de 1887, operaciones que fuesen aprobadas por decreto del 1 de Julio de 1890.
Se dispuso alguna venta de terrenos fiscales, reservándose lo situado al oeste de las líneas determinadas por los puntos V y D, hasta tanto se determinaran los límites de las propiedades de los naturales del pueblo de Itatí y, toda el área, de seis millones, setecientos cinco mil, setecientos ochenta y nueve metros, con setenta decímetros cuadrados, que correspondía al polígono F, G, T, V, H, S m. n. que se destinó para pastos comunes y ejidos del pueblo de Itatí.
Esta reserva fue reiterada por decreto del 4 de Agosto de 1899, disponiéndose elevar el asunto a la Legislatura, con el Mensaje y proyecto de ley acordado el cual, por ley del 19 de Julio de 1900, aprobó esta reserva.
Como era necesario dar un destino definitivo a esa tierra, la ley del 30 de Julio de 1906 la destinó a ensanche de los ejidos del pueblo y organizó en ella una colonia o centro agrícola, dándole un régimen especial interesante.
Aún cuando la ley de 1906 dispone la intervención -en la expresada colonia- de la autoridad municipal, el P. E. ha estado entendiendo directamente en ella, sin recordar que integra los ejidos del Municipio. // Citado por Hernán Félix Gómez. “Nuestra Señora de Itatí (Historia Abreviada de la Reducción de la Pura y Limpia Concepción de Itatí y de su Imagen Milagrosa)” (1996). Ed. por Gabriel Enrique del Valle, Corrientes.
- El culto de Nuestra Señora de Itatí como una expresión de la provincialidad
Cumplidos estos actos, el Congreso (por ley del 14 . IX . 1826), los aprobó en lo que se refiere a la extinción de la comunidad. Con la ley primera de 1825, desapareció el Cabildo indígena de Itatí, designándose funcionarios directamente por el P. E., dentro de la incipiente organización administrativa de la época y, como consecuencia natural, el culto de Nuestra Señora de Itatí y la Administración del Santuario salió de las manos del Corregidor, de los cabildantes y del Doctrinero, para corresponder al Cura Párroco, establecido dentro de la jerarquía eclesiástica de la Vicaría Provincial.
Todo se hizo dentro de un entendimiento perfecto de hombres e intereses, como resultado necesario de una evolución inteligentemente preparada, que dignificó el culto de la Imagen de Itatí la cual, del Patronato del poblado indígena pasó a ser titular de una Parroquia de la jerarquía eclesiástica, una expresión de la provincialidad, que sus hijos valientes habían de esparcir por el territorio de la Nación.
Y así ocurrió. En las horas de paz, el optimismo que el hombre lleva en el espíritu acalla las flores del sentimiento religioso. Pero, en la tragedia, en la incertidumbre y el temor, él florece, como en los jardines más espléndidos.
- Todo cede al problema político de la Organización del país
La provincia abrió una larga epopeya; primero, las guerras contra el Brasil (1825) y las hordas guaraníes anarquizadas de Misiones (1827-1828); y, luego, aquella cruzada por la Libertad y la Constitucionalidad de la Nación, que se inicia con Berón de Astrada, triunfa en Caseros y concluye en Santa Fe (1838-1853).
Ejércitos, milicias reclutadas sin excepciones, campañas enormes, batallas sangrientas, diezmadas de prisioneros y ansiedades de derrotas, todo va sumándose en el tesoro de la historia, como un documento del valor del pueblo.
Y en los hogares que quedan sin varones; de abuelas, de madres, de hijas, de novias, con horas de pobreza y horror, el mismo sentido épico que busca, como en el Ejército marcial, el favor de la gracia y el consuelo de la devoción.
En toda esa superación del pueblo, el culto de la Imagen de Itatí está como una expresión de su mundo interior. Invocaciones silenciosas, reconcentrado el espíritu en un homenaje que atrae con encantamiento desde los tiempos más lejanos; promesas que miran al enlace del destino, a la conservación de la vida y a una bendición que se proyecta sobre las huellas de las legiones en marcha, todo eso que es y no trasciende, por cuanto no vive de luz exterior, está uniendo al pueblo y a la muy Milagrosa Patrona.
La tradición es la misma en los hogares de las casonas patricias y en las viviendas de las clases populares. Sumar cuanto expresa ese culto, que viene de los abuelos a los nietos en la epopeya, es escribir y documentar el lirismo de la provincialidad en aquellas horas vaciadas en el bronce de la historia.
Las legiones cruzan el país, van a Entre Ríos, a las cercanías de Buenos Aires, y siguen, con Lavalle, hasta las provincias del N.O.; cruzan legionarios el Gran Chaco para desfilar, haraposos, frente al pueblo nativo; vuelven a Caá Guazú y rehacen el ciclo de la empresa.
Y ahí, en Arroyo Grande, en Laguna Brava, en Vences, en el Campamento de Conchillas -en la campaña del Uruguay-, en Caseros, jalones todos de una empresa de titanes, el voto a la Virgen de Itatí, el recuerdo de su ternura y del natural bello y generoso de su rostro, de tranquila mirada, está en los acantonamientos, las marchas y las batallas.
Y si esto era en la provincia, en el solar de Itatí el culto de la Imagen seguía siendo inseparable de todo ideal, incluso del político. El 4 de Octubre de 1849, encabezado por el entonces teniente Manuel Antonio Vallejos, el pueblo de Itatí se pronunció contra el gobernador delegado, coronel Miguel Virasoro, del círculo federal rosista.
Ante la no irradiación del movimiento a los Departamentos vecinos, las fuerzas organizadas y toda la población abandonó a Itatí, llevando a su frente a la Imagen Milagrosa. Cuando las tropas del Gobierno ocuparon el pueblo, su vecindario abandonaba el banco arenoso y las islas vecinas que había elegido como primera etapa de la emigración al Paraguay.
La Imagen fue llevada a Itá Corá, donde se le improvisó una pequeña capilla, que subsiste en parte, y luego trasladada al pueblo de Laureles.
Varias gestiones se hicieron para su devolución interviniendo, en la última (1851), el doctor José Bergés, ilustre político paraguayo. Por último, y con el consentimiento del Gobierno del Paraguay, el entonces gobernador delegado de Corrientes, Domingo Latorre, encomendó (1851) a Juan Francisco Alsina, para que reintegrase la Imagen de Nuestra Señora de Itatí a su templo.
La diligencia se cumplió el 24 de Diciembre de 1851, con intervención del Comandante Militar del Departamento, mayor Mariano Soto quien, al informar al Poder Ejecutivo decía: “Hoy mismo he colocado en su antiguo trono (a la Imagen), con la posible formalidad”.
La reintegración se hizo a los dos años y medio de su traslado, precisamente cuando toda la provincia, unidos los hombres de todos sus partidos, preparaban la realización del programa contenido en aquella epopeya(2).
(2) En el libro del doctor Hernán Félix Gómez. “Monumentos y Lugares Históricos de Corrientes”, se ha divulgado el episodio, pero su mejor fuente informativa y documentada pertenece al doctor Valerio Bonastre. “La Virgen de Itatí (sus Odiseas)”, en “El Pueblo”, edición del 16 de Julio de 1925, Corrientes. // Todo citado por Hernán Félix Gómez. “Nuestra Señora de Itatí (Historia Abreviada de la Reducción de la Pura y Limpia Concepción de Itatí y de su Imagen Milagrosa)” (1996). Ed. por Gabriel Enrique del Valle, Corrientes.
Es posible que el doctor Bonastre -hijo de Itatí, y uno de los admiradores de la figura histórica del coronel Vallejos (a) “el Pájaro”- no hubiese situado bien este movimiento de Octubre de 1849.
En el Archivo de la provincia consta la correspondencia entre el gobernador Benjamín Virasoro y el general Justo José de Urquiza sobre este episodio, que resulta uno de los tres o cuatro golpes que el Paraguay dio sobre Corrientes -en 1849- y que decidió un estado de guerra de hecho. Uno fue en Itatí; otro en Santo Tomé; etcétera.
Refiriéndose a Itatí (21 . X . 1849), Urquiza felicita a Virasoro por las medidas de previsión, y agrega:
“Ha sido más bien un asunto plausible, que un hecho deplorable, la traidora defección de los indios malvados de Itatí, puesto que es un beneficio el que de ella reporte la quietud de Corrientes, desde que hacen desaparecer de su sector a los únicos que deshonraban con el recuerdo de sus perversos crímenes”.
Poco después, el mismo Urquiza ve más claro en el asunto, cuando recibe nuevos Informes (25 . X . 1849), entre ellos, la declaración del Comandante Militar de Itatí, Inocencio Corrales quien, llevado por los paraguayos, había sido devuelto, prestando declaración.
- La sociedad civil erige el templo que el culto de Nuestra Señora de Itatí reclamaba
Se hace la paz y el país se organiza. La provincia sacude su organización militar y conquista la vida civil que construye el bienestar, bajo la mano sabia de un gran gobernante: Juan Gregorio Pujol.
Está en todo; es el orden, el trabajo, la reglamentación de la ley, la escuela, el reajuste de la disciplina familiar y la tutela de la Iglesia.
Nuestra Señora de Itatí no tiene mayor templo; los días no han pasado sin huella sobre el gran galpón, con coro y amplias puertas, de principios del siglo XIX. Administrativamente, se decreta la compensación (4 . III . 1856) del producido de la venta de sus alhajas, que absorbió la guerra, con el terreno que se arbitra para el Santuario de su culto y un fraile, maravilloso para la faena del espíritu y lo material, marcha a Itatí a tener encendida la lámpara del culto.
Es fray Juan Nepomuceno Alegre, el sacerdote constructor. Bajo su voluntad, creación de una técnica que asombra, surge en el poblado modesto la que fue -en aquellas horas- la mejor iglesia de la provincia.
Corrientes le debía a Nuestra Señora de Itatí. Y aquel templo lujoso, para el promediar del siglo XIX, fue como un jalón entre un pasado de dolor y un período de paz, redimido por la civilidad triunfante y afirmado en Instituciones regulares.
La iglesia del Padre Alegre fue -como el templo con que Salomón, “el Magnífico”, cubrió el Arca de la Alianza de los hebreos, cerradas las luchas de la conquista de Palestina- la motivación de la unidad de Corrientes era también un Arca sellada con bondad venturosa pero, en vez del símbolo impersonal y geométrico, la Imagen de María, en la Pura y Limpia Concepción de Itatí.