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El fracaso de la evangelización

- La Ciudad de Corrientes en su primera década

La gran victoria de 1588, la división de la tierra y la encomendación de los indios, abre el período de imperialismo de la Ciudad de Vera de las Siete Corrientes. Pero así que el Adelantado Torres de Vera y Aragón llega a Charcas, va a España y vuelve a la ciudad de la vieja Audiencia Real; después de renunciar a su alta dignidad, todo su plan de conquista del oriente del Paraná, se viene a tierra.

Corrientes, como Concepción del Bermejo, quedan abandonadas a sus fuerzas, condenadas a una acción local, desde que los gobernadores que va designando el rey para su provincia “gigante” de Indias, no tienen otros elementos que aquéllos que les brindaba la tierra de su mando.

Ya no vienen expediciones de armamento poderoso y nuevos colonos. Los recursos, y hasta los gobernantes, se toman del nuevo continente, y Hernando Arias de Saavedra, vinculado a las últimas fundaciones, es el caudillo de las nuevas empresas.

Corrientes, sin la renovación de sus recursos, gastados en la conquista de la primera década, fue reconcentrándose cada vez más en su horizonte. Ya sus guerreros no se alejaban de la línea de sus chacras; masas de indígenas, agraviados por el trato, se resentían -alejándose de su emplazamiento- y los poblados aborígenes, encomendados a los feudatarios, iban disminuyendo en población con las migraciones en masa.

Paralelamente, con la conquista militar se había iniciado la evangelización del indígena. Fue un empeño noble, en el que cientos de misioneros perecieron en los viajes y por el martirio, pero cuyos frutos no eran claramente exitosos, sino en aquellos pueblos sedentarios ya dominados por la fuerza.

La masa indígena nómade y aún aquella avecinada con tierras de pesca y caza propias, se bautizaba y escuchaba la voz de los sacerdotes, enseñanzas que pronto olvidaban en cuanto éstos continuaban sus viajes de evangelización, quedando abandonados a sus hábitos originarios.

Mediaba otra circunstancia. Si con la renuncia del Adelantado Torres de Vera de Aragón cesaron las expediciones de la Metrópoli, con armamento abundante y útiles de trabajo, también disminuyó la llegada de sacerdotes.

Si la diócesis del Río de la Plata fue creada por Bula del Pontífice del 1 de Julio de 1547, con sede en Asunción del Paraguay(1), su clero no fue nunca numeroso.

(1) Datos del “Anuario Católico Argentino” (1942), Buenos Aires. Dice: “Diócesis del Río de la Plata 1547-1620. Creada por Bula del 1 de Julio de 1547, con sede en Asunción del Paraguay. Era obispo, cuando se fundó Corrientes, en 1588, el dominico, fray Alonso Guerra. En 1586 trasladó su sede a Buenos Aires, falleciendo en 1590 (Ernesto J. A. Maeder dice que fray Alonso Guerra se recibe de su diócesis -en Asunción- en Septiembre de 1585. Trasladado a Michoacán, dejó la diócesis en 1590). Después de dos obispos que no aceptaron y de un tercero que fallece en 1599, en que llega de España a Buenos Aires, se nombra al franciscano Martín Ignacio de Loyola, quien toma posesión de la diócesis el 1 de Julio de 1603 (el citado Maeder dice el 1ro. de Enero de 1603, en Buenos Aires).Vivió en Buenos Aires, donde fallece el 9 de Junio de 1606. Le sucede el dominico Reginaldo de Lizárraga, quien ocupa la sede en Marzo de 1609; falleció el mismo año, en Asunción (también aquí, Maeder difiere en los datos proprocionados por Hernán Gómez; en cuanto al obispo Lizárraga, Ernesto Maeder señala que se hallaba en Santa Fe el 23 de Mayo de 1608, esperando la llegada de sus Bulas. En Junio de 1609 tomó posesión en Asunción y falleció el 10 de Noviembre de 1609, en la misma ciudad).
La diócesis de Buenos Aires fue creada el 30 de Marzo de 1620 (el Papa Paulo V le dio su erección canónica en esta fecha), incluyendo a Corrientes. En 1859, al crearse el Obispado de Paraná, Corrientes fue incluida en su jurisdicción. Fue primer obispo de la de Buenos Aires, el carmelita descalzo Pedro de Carranza, quien se hizo cargo de la diócesis el 19 de Enero de 1621. Sus sucesores no aparecen destacados, en forma específica, en la historia de la Iglesia correntina, hasta el obispo Benito de Lué y Riega, quien tomó posesión del cargo el 24 de Marzo de 1803; murió en 1812 (Maeder dice que Lué y Riega llegó a Buenos Aires en Abril de 1803, consagrándose en Córdoba a fines de Mayo. Fallecerá en Buenos Aires el 22 de Marzo de 1812). // Básicamente el material está citado por Hernán Félix Gómez. “Nuestra Señora de Itatí (Historia Abreviada de la Reducción de la Pura y Limpia Concepción de Itatí y de su Imagen Milagrosa)” (1996). Ed. por Gabriel Enrique del Valle, Corrientes. Los conceptos de Ernesto J. A. Maeder. “Nómina de Gobernantes Civiles y Eclesiásticos de la Argentina durante la Epoca Española”. Editado por el Instituto de Historia de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE).

En el primer sínodo -realizado en 1603, por el obispo, fray Martín Ignacio de Loyola- sólo acudieron siete curas, con el de la Catedral de la Asunción. Se pidió a los encomenderos juntaran sus indios y levantaran iglesias donde pudiesen ser doctrinados y se obligó a los curas a conocer la lengua de los indios, lo que ya había dispuesto el rey (real cédula del 7 . VII . 1596).

Era tal la falta de hombres de iglesia que, en Santa Fe, con estipendio abonado por el Cabildo, sólo un cura doctrinero recorría las estancias, tolderías y repartimientos (1594).
Años después, en 1621, cuando se dividió la diócesis del Río de la Plata y Paraguay, el primero no contaba sino con cuatro Curatos de españoles: en Buenos Aires, Santa Fe, Concepción del Bermejo y Corrientes.

Y esta situación continuó; en 1680, el obispo Antonio de Azcona Imberto expresa no poder enviar curas a los pueblos de indios porque no los podía pagar, ni él ni los encomenderos.

Los pocos que existían, trabajaban de firme. Hasta la época de Hernando Arias de Saavedra, toda la obra evangelizadora había sido franciscana. Las provincias del Paraná, Tapé y Guairá -especialmente la última, por su numerosa población- habían visto a los sacerdotes de la Orden seráfica predicar y bautizar.

Bernardo de Armenta y Alonso Lebrón fueron los primeros en divulgar, en aquella zona, los misterios de la fe. Les siguió fray Luis de Bolaños, compañero de San Francisco Solano, y decenas de iglesias dispersas en las zonas del Guairá daban pruebas de aquel proselitismo(2).

(2) Cosme Bueno. “Descripción de algunas Provincias y Obispados de América”; y Marcelino de Civezza. “Storia delle Missioni Francescane”. // Citado por Hernán Félix Gómez. “Nuestra Señora de Itatí (Historia Abreviada de la Reducción de la Pura y Limpia Concepción de Itatí y de su Imagen Milagrosa)” (1996). Ed. por Gabriel Enrique del Valle, Corrientes.

- Levantamiento indígena. El fracaso de la evangelización

Pero estas iglesias no eran tales. Eran modestas construcciones consagradas por la erección de la Cruz del Redentor, que el sacerdote dejaba en manos del poblado indígena evangelizado, continuando su peregrinaje.

En la misma forma procedían en la jurisdicción de Corrientes, por turno riguroso, los tres franciscanos del Convento de San Antonio, fundado en 1608.

La mutación completa de propósitos abrió el período del drama en que Corrientes no ataca, se defiende. El propósito es conservar, subsistir; nada de expediciones lejanas; de guerras ofensivas y de garantizar el empadronamiento y encomienda de los pueblos de indios. Es necesario ser y defenderse y, nada mejor que atacar en el límite de la ofensa.

- Las guerras de 1608 a 1610 y el plan de Hernandarias

Cuando las tribus autóctonas de la zona advirtieron que la ciudad ya no salía de sus tierras inmediatas, retornaron por los campos que habían abandonado. Ocurrió como el agua, que siempre busca su nivel y en 1608 y 1609 las tribus llegaron hasta el caserío urbano.

Había necesidad de contener el retroceso de los gentiles que la Ciudad de Corrientes, sin fuerzas disciplinadas, no podía lograr con éxito. Concibióse entonces crear, entre el territorio de los gentiles y la zona ocupada, una red de poblados indígenas amigos, incorporados al régimen colonial de España.

Debían ser pueblos de indios cristianos, listos a defenderse de aquellos gentiles y a auxiliar a la ciudad de españoles, sujetos a un régimen de comunidad, con curas conductores, organizadores de la doctrina o reducción.

Hernando Arias de Saavedra fue el autor del nuevo plan. Los curas franciscanos que habían llegado con los primeros Adelantados, no construyeron una obra sólida. Evangelizaban, levantaban una pequeña iglesia, predicaban, bautizaban y continuaban su camino. La terrible tradición autóctona volvía sobre los espíritus de los neófitos y los encadenaba al culto de la realidad y de las hechicerías. Los hombres de iglesia debían formar pueblos permanentes y atenderlos con dedicación y sacrificio.

En lo que hace a Corrientes, la cortina, en sector, de estos poblados, debía ser organizada con los avecinamientos del Yaguary (Itatí), Guacarás, Ohoma, Santiago Sánchez y Santa Lucía.

- La colonización misionera. Franciscanos y jesuitas

La vida cristiana es, antes que un concepto moral que puede transmitirse, un hábito, una práctica, que se adquiere con su ejercicio, experimentando los beneficios de sus formas regulares. Entendiéndolo así, España y las autoridades de la Iglesia convinieron en que la evangelización del indígena fuese afirmada mediante la colonización o, en otras palabras, creando para el indígena el medio civilizado cuyos beneficios se le habían enseñado.

Así nació la llamada “colonización misionera”, técnica para consolidar la conquista del espíritu y que naturalmente estuvo o cargo de las Ordenes religiosas masculinas que, en aquel siglo XVI, tenían a su cargo el proselitismo militante de la Iglesia Católica. Eran éstas la dominica, mercedaria, franciscana y jesuítica, destacándose en ese empeño, en la zona del Río de la Plata, las dos últimas.

La colonización de las misiones franciscanas tiene por característica haber sido establecida en las proximidades de las zonas ocupadas por los españoles, como un complemento del régimen de Gobierno civil.

La jesuítica, con más sentido épico, como que eran discípulos de la personalidad luciente de Loyola, casi el reverso de la de Francisco de Asís, buscaba las regiones lejanas y da forma a un sistema propio que les permitía subsistir.

Cuando Hemando Arias de Saavedra, desde el cargo de Gobernador General de estas regiones del Plata, concibió el plan de la conquista espiritual de los indios guaraníes en base a la colonización pensó, naturalmente, en los Padres de la Compañía de Jesús que habían llegado a Asunción del Paraguay hacia 1607. Se trataba de las alejadas regiones del Guairá, Tapé y Paraná que, contempladas desde el emplazamiento de Asunción del Paraguay, forman como un sector de círculo.

Corrientes, que estaba en la provincia del Paraná era, desde 1588, centro de una acción conquistadora que no podía desarrollarse sino lentamente y que no tendría agravio inmediato con la ejecución de aquel plan.

Esta no es una afirmación empírica. Hernandarias ya había expedicionado por la zona y conocía las grandes líneas de su formación geográfica; la laguna Iberá -que los españoles de entonces llamaron de Santa Ana- era inmensa, debía ser la fuente de grandes ríos y constituía una muralla divisoria de las tierras al oriente del Paraná.

También conocía la índole nómade y brava de su población autóctona, que debía ser vencida primero antes que la acción de Corrientes llegase al Tapé, al oriente del río Uruguay, con sus parcialidades guaraníes laboriosas.

En cuanto a la zona del norte del Alto Paraná, que también conociera Hernandarias, que visitaron por primera vez los españoles que acompañaron a Alvar Núñez Cabeza de Vaca, no podía ignorar que los Esteros del Ñeembucú impedían una penetración Norte-Sur, paralela al río Paraguay, abierta desde Asunción.

Todo empeño debía despuntar el Ñeembucú y caer oblicuamente a la altura de la Ciudad de Encarnación de nuestros días (frente a Posadas), en una línea que cubría la cabecera norte de la laguna Iberá.

- Territorios en que actúa la Compañía de Jesús. La jurisdicción correntina fue asignada a los franciscanos

El plan resulta lógico de los Memoriales de Hernandarias y del orden de los sucesos y debió elevarse al rey y su Consejo de Indias con un gráfico aclaratorio. Tan poderosas fueron las razones que la cédula real del 16 de Marzo de 1608 accedió al plan de Hernando Arias de Saavedra, disponiendo que misioneros jesuitas fuesen a las provincias del Paraná, Tapé y Guairá a comenzar la conversión en colonización de los infieles.

A fines de 1609 se inició esa conquista espiritual, como se consigna en una Certificación que el propio Hernandarias firma, años después, el 2 de Febrero de 1614, y que ha sido divulgada.

En Enero de 1610, los R. P. Diego de Boroa y Roque González de Santa Cruz(3), llegaron al río Alto Paraná, fundaron la reducción de Encarnación de Itapúa (frente a la actual Posadas), mientras otros jesuitas se encaminaban al Guairá.

(3) Roque González de Santa Cruz (1576-1628) santo, mártir criollo asunceno quien, con su actividad, dio origen a muchas misiones y reducciones jesuíticas. Fue proclamado Santo, por S. S. Juan Pablo II, en el año 1988. Con sólo 22 años fue ordenado sacerdote por monseñor, fray Hernando de Trejo y Sanabria, obispo del Tucumán y, tiempo después, nombrado párroco de la catedral de Asunción por fray Martín Ignacio de Loyola, pariente de San Ignacio. Se desempeñó en diversas actividades apostólicas y no aceptó el cargo de Vicario General de Asunción porque quería llegar hasta los mismos indígenas para evangelizarlos. En 1609, abandona la actividad de esa ciudad e ingresa a la Compañía de Jesús, comenzando su labor como misionero evangelizador. De su iniciativa misionera nacerán -en 1613- la reducción de San Ignacio Miní, una de las más grandes de las misiones jesuíticas; el 25 de Marzo de 1615, la reducción que dará origen a la Ciudad de Encarnación, en el actual Departamento de Itapúa (Paraguay), del cual es hoy la capital; las reducciones de Concepción de la Sierra (1619), Candelaria (1627), San Javier y otros centros ubicados sobre la costa del río Uruguay. Sobre ese río se extendió hacia el sur y, a su iniciativa, se deriva la fundación de la reducción de Yapeyú, actual provincia de Corrientes y de gran importancia en el mundo jesuítico. De Yapeyú partió tierras adentro, al sur del actual Brasil donde, con su actividad, dará origen a las reducciones de San Nicolás, Asunción del Iyuí y Caaró. Justamente, en la zona del Iyuí llegó a tener diferencias con el cacique Ñezú y fue así que, el 15 de Noviembre de 1628, esta reducción es destruida y, en Caaró, es asesinado el Padre Roque González de Santa Cruz junto a otro misionero, el Padre español Alonso Rodríguez Olmedo. La misma suerte corrió el jesuita Juan del Castillo -también español- que fue asesinado dos días después, el 17 de Noviembre de 1628. Los cadáveres fueron arrojados a la hoguera pero, milagrosamente, el corazón del Padre Roque quedó intacto quien, además, cuentan haberles hablado haciéndoles ver lo que habían hecho. Su corazón y el hacha con la que lo habían matado fueron trasladados a Roma, los que volvieron a América y, tras permanecer un corto período en la Argentina, fueron llevados a la Capilla de los Mártires (Colegio Cristo Rey) en Asunción, que es donde actualmente se encuentran. El 28 de Enero de 1934 fue beatificado por el Papa Pío XI, junto con sus compañeros mártires, y el 16 de Mayo de 1988, el Papa Juan Pablo II lo proclamó “Santo Mártir”, en una ceremonia realizada en Asunción, junto con los mártires y, hasta entonces, beatos Juan del Castillo y Alfonso Rodríguez Olmedo. Así, Roque González de Santa Cruz es el primer Santo criollo. A San Roque González de Santa Cruz se lo considera fundador de las ciudades de Posadas y Encarnación. Su fiesta es el 15 de Noviembre -en Paraguay- y 17 de Noviembre, en Argentina. Además, el puente que une estas dos ciudades lleva su nombre, en honor a su labor y dedicación por estas regiones del Río de la Plata. Existen además sendos colegios católicos, en ambas márgenes del río Paraná, con su nombre. También lleva su nombre la gigantesca represa que alimenta a la central hidroeléctrica de Itaipú, en la frontera entre Paraguay y Brasil, sobre el río Paraná, la que fue inaugurada el 6 de Agosto de 1991, por los presidentes Andrés Rodríguez, de Paraguay, y Fernando Collor de Mello, de Brasil. En dicha ocasión, en el oficio religioso, se escuchó la Misa en su honor, entonándose la llamada “Misa a San Roque de Santa Cruz”, para solistas, coro y orquesta, cuyo autor es el músico paraguayo José Luis Miranda Fiori.

Sólo interesa a nuestro estudio la acción colonizadora jesuítica sobre el río Alto Paraná, cuyo centro vino a ser Encarnación de Itapúa y cuyo animador era el P. Roque González de Santa Cruz.

A este respecto los cronistas más serios, interpretados con el conocimiento de la geografía de la región, permiten afirmar que, en 1615, se fundó la reducción de Santa Ana, en Apupen, o laguna Iberá, por el expresado religioso, doctrina que no progresó y cuyos indios reducidos fueron después incorporados a Itatí o Itapúa en número de 600, más o menos.

Este fue el único ensayo de expansión al occidente de Encarnación de Itapúa, puesto que Roque González y sus colaboradores se dirigen luego al Oriente, a la zona del Tapé y el triángulo Iberá, Miriñay y Uruguay.

Lo hacen, o porque Hernandarias interviene advirtiendo el plan originario, o porque los jesuitas reaccionan ante el obstáculo de la laguna Iberá que podía ser (como fue) muro defensivo de sus reducciones, o porque, como dicen algunos cronistas, las persecuciones de los paulistas y malocas había acumulado, en la zona de Yapeyú, miles de indígenas que venían del oriente y que necesitaban o podían ser organizados en pueblos.

Por ahora sólo interesa el ensayo de expansión de los misioneros jesuitas al occidente de Itapúa, o sea, la fracasada reducción de Santa Ana o Apupén.

Algunos historiadores (el Padre Hernández y el doctor Mantilla, un religioso y un civil), sitúan esta reducción de Santa Ana en Itatí. Según ellos, la doctrina de Itatí tendría de hecho este origen, y el Padre Roque González de Santa Cruz habría sido el fundador (para Mantilla).

Ambas afirmaciones se han hecho sin citar documentos. Deben ser inductivas y equivocadas para quien tiene presente la geografía. Entre Itatí e Itapuá queda el tramo de difícil navegación del Alto Paraná, con sus rápidos peligrosos(4), en Apipé.

(4) La navegación de ese tramo acobardó a Caboto y no fue hecho regularmente hasta el descubrimiento del vapor. El pueblo correntino de Ituzaingó fue el límite de la navegación a vela hasta mediados del siglo XIX; únicamente fue posible por el progreso de la ingeniería naval, entre 1800 y 1850. Ahí descargaban las embarcaciones y se seguía por tierra a Candelaria, hoy, la Ciudad de Posadas. // Citado por Hernán Félix Gómez. “Nuestra Señora de Itatí (Historia Abreviada de la Reducción de la Pura y Limpia Concepción de Itatí y de su Imagen Milagrosa)” (1996). Ed. por Gabriel Enrique del Valle, Corrientes.

Por tierra no ofrece más camino que una franja angosta de tierras altas y a contar del Iberá, como muros insalvables, las cadenas de formaciones esterales de los ríos Santa Lucía, Empedrado, San Lorenzo y Riachuelo.

Entre estas formaciones esterales, de las que surgen los ríos, cuando ahondan los cauces, existían zonas altas, pero el acceso es por el sur o el norte.

Los jesuitas no llegaron a Itatí en sus orígenes. Recién advirtieron su importancia en el siglo XVIII, cuando ya tenían establecidas sus reducciones entre el Alto Paraná y el Uruguay, resultado del abandono del Guairá; suponer lo contrario es despreciar el elemento fundamental de la geografía en el conocimiento de la historia.

¿Dónde, entonces, fue organizada la reducción de Santa Ana de Apupen o Iberá?

De la interpretación más lógica de las fuentes históricas podríamos indicar la zona entre la costa occidental de la laguna Iberá y la formación esteral del río Santa Lucía o, en otras palabras, el actual Departamento San Miguel de la provincia de Corrientes. Con un sentido más específico, en base a sus tierras altas, flojas y fértiles, pensamos que están en lo cierto quienes aluden al viejo Paraje Yatebú, el actual emplazamiento del Municipio de Loreto.

La reducción fracasó en el siglo XVII y sus neófitos fueron -con González de Santa Cruz- a Itapúa o se sumaron a los congregados en Itatí. Aquel ensayo o acto primero de posesión de los jesuitas, va después a dar pie al usufructo de esta zona de la jurisdicción correntina para establecer en ella grandes estancias. Esto ocurre en la segunda mitad del siglo XVIII.

En síntesis, el amplio triángulo del Norte de las tierras empadronadas a los fundadores de la Ciudad de Corrientes, que forma el río Paraná y Alto Paraná y los esteros del Santa Lucía, escapó a la colonización misionera de los jesuitas. Tampoco les pudo interesar, por cuanto en la organización de sus reducciones buscaban eludir al encomendero abusivo, cosa imposible de lograr en la vecindad de Corrientes, única ciudad del Plata cuyo entablamiento lleva la firma de un Adelantado.

Al contrario; la colonización misionera de ese triángulo sólo podía estar a cargo de los discípulos de San Francisco. Ellos soportaban los excesos bajo el contralor y jurisdicción administrativa y política de las autoridades reales.

Sus reducciones actuaban como entes políticos dentro del mecanismo de Gobierno colonial, con la diferencia de que, mientras en los vecindarios españoles (siglo XVIII) existían Jueces Comisionados, Comandantes Militares, representantes del poder regional, las misiones franciscanas actuaban con un Gobierno local de Corregidores y Cabildos subalternos, a quienes las Tenencias de Gobierno ordenaban a la par de los jueces y comandantes de los vecindarios de blancos.

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