La Ciudad de Corrientes
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La Ciudad de Corrientes(1), capital de la provincia de su nombre, está emplazada en uno de los parajes más hermosos del Litoral argentino, sobre la margen oriental del río Paraná.
(1) Material extraído del libro “La Ciudad de Corrientes”, de Hernán Félix Gómez, editado en 1944.
Está erigida sobre una costa alta, de barrancas de piedra, de arenisca morada, típica de la región, que hacia el N.E. y S.O. termina en zonas bajas, de bañados.
Estas contribuyen a destacar en el horizonte local la plataforma elevada en que se extiende el hogar urbano, que los vientos suaves del Norte y del Este baten con el frescor natural que recogieron en el amplio cauce de los ríos.
La ciudad está como en un balcón. Hacia el N.E. la perspectiva llega hasta el lugar denominado “Las Tres Bocas”, en que unen sus aguas dos ríos caudalosos, el Alto Paraná y el Paraguay, para, juntos, formar el río Paraná, que lleva al Plata.
Son por eso tres bocas de río, de tres cauces que compiten por su majestuosidad, por el jardín de una espléndida naturaleza, y por el juego de la luz y del cielo sobre el espejo enorme de las aguas.
El Alto Paraná es cristalino; trae en sus aguas el dolor de despeñamientos: uno fue en el Guairá, salto majestuoso en que todo el cauce cae en una amplitud de horizonte; otro en el Iguazú, donde las aguas se anudan en un arco de cascadas, rotas en cristales pequeñísimos, esparcidos por el viento.
Las aguas han llorado en rugidos; tal vez por eso, les dio Dios el panorama en flor de las serranías misioneras y, como para que no olvidasen que todo nace del esfuerzo, obligólas de nuevo a cruzar los riscos del difícil Apipé.
Plano de la ciudad que se conserva en el original (Archivo General de la Provincia) [Extraído del libro “La Ciudad de Corrientes (1895)”, de Manuel Florencio Mantilla, edición del Instituto de Investigaciones Históricas y Culturales de Corrientes, 2008, Editorial Amerindia].
Es río de cristal, claro y amigo, a través de cuyas masas profundas, se advierten las formaciones del basalto.
El río Paraguay es ruta de conquistadores y de grandes empresas; es el río de los Ayola y los Irala, cuyos varones poblaron las ciudades del Sur; es de cristal, hasta la boca del Bermejo, que lo tiñe con el aluvión de los contrafuertes andinos; desde ahí trae su tesoro de limo para las formaciones délticas del Paraná, que conquistaron milímetro a milímetro, la hoya del océano.
Desde su balcón, la ciudad de Corrientes, defendida por una cintura de asperón, que tiende a ser granito, contempla la fusión de los gigantes en el maravilloso Paraná.
A su vera pasan los dos ríos, el de cristal y el rojo; las aguas no se confunden: en una paralela de milagro, se contemplan y se respetan; pero la vida es advenimiento, fusión; la costa entonces proyecta hacia el eje del cauce el abanico de siete puntas rocosas, como esas escolleras que el hombre hace para la defensa de las playas.
Las aguas cristalinas, que están inmediatas al jardín correntino, quiebran la línea de su corriente normal y, cortadas por las puntas de piedra, irrumpen siete veces el caudal bermejo del río paralelo. Entonces adviene el Paraná, único, indiviso, señorial y magnífico, ruta del progreso y factor esencial del existir de los hombres libres del Litoral.
La fusión de las aguas es completa entre la cuarta y quinta de las puntas de piedra, precisamente en el lugar geográfico en que se estableció inicialmente la ciudad de San Juan de Vera de las Siete Corrientes, que tal fue su denominación originaria.
Frente a ella, la costa del Gran Chaco es baja y boscosa. Una red de islas al S.O. y N.E. y dos inmensas, la de Antequera y Cerrito, en el sentido del Norte, hacen un cinturón de formaciones délticas, donde el limo de los arrastres del Bermejo fecunda jardines milagrosos.
Alguien, que había contemplado el litoral de Niza, en el Mediterráneo, comparó la belleza de ambas perspectivas y la amplitud de mar de los cauces del río.
Antes de 1845, la navegación del Paraná frente a Corrientes se hacía por dos cauces, el actual, o sea los canales hondos que llevan a la boca del río Paraguay y, otro, que pasaba entre la isla del Cerrito y la costa del Gran Chaco, uniéndose al Paraguay, arriba de su boca actual.
Este segundo cauce, denominado Riacho Atajo, fue navegable para embarcaciones de gran tonelaje y preferido para la navegación aguas arriba por su menor correntada y, porque continuando por el Riacho Antequera, hacia el Sur, se eludía el contralor del puerto de Corrientes.
Hoy carece de importancia para la navegación, por las formaciones arenosas que le hicieron perder cauce, motivadas por los buques que, a ese fin, hizo hundir en el Atajo el Gobierno del Paraguay, antes de 1865.
Artillando los dos Cerritos, el de la isla argentina de este nombre, que entonces ocupaba el Paraguay, y el que se encuentra en su territorio, aquel Gobierno tenía cerrada la boca del río Paraguay, conforme a su política de aislamiento.
Hoy, el Riacho Atajo y su maravilloso panorama, descripto por Melitón González, en su libro El Gran Chaco Argentino (1894), es uno de los mejores paseos del turista.
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