Belgrano, Manuel
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- Biografía I
Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano, nació en Buenos Aires, el 3 de Junio de 1770, siendo sus padres Domingo Belgrano y Peri (natural de Oneglia, Italia, donde naciera en 1731), y María Josefa González Casero, porteña. Manuel fue el séptimo hijo de este matrimonio(1).
(1) Citado por el capitán de fragata Jacinto R. Yabén. “Biografías Argentinas y Sudamericanas”.
Cursadas las primeras letras, ingresó al afamado Colegio de San Carlos, donde siguió los cursos de latín y filosofía, pasando más tarde, en el año 1786, a España, para seguir sus estudios superiores en la famosa Universidad de Salamanca. Graduóse allí de Bachiller en 1789; y cuatro años después, Abogado de la Cancillería de Valladolid. En las distintas materias que debió cursar para obtener su título, ninguna estimuló tanto su aplicación como las lenguas vivas, el Derecho Público y la Economía Política.
Para esta última ciencia, sobre todo, guardó una afición especial, que acrecentó después en Madrid, donde publicó un tratado de Economía Política vertido del francés, que precedió de una notable introducción original. Poco tiempo después de su residencia en Madrid, se expidió la Real Cédula erigiendo el Consulado en Buenos Aires, y con fecha 6 de Diciembre de 1793 se le nombraba Secretario perpetuo del mismo, presentándosele así la ocasión propicia, para poner en práctica sus conocimientos económicos en beneficio de su país, objeto único de su contracción al estudio y teatro que debía ser de sus triunfos y también de sus decepciones.
Poco después de ser nombrado para el precitado puesto, Belgrano se embarcaba en Cádiz para su ciudad natal, con un buen acopio de libros y trayendo con sus luces, el alma llena de ilusiones sobre la misión que iba a desempeñar. El Consulado se instaló, solemnemente, el 2 de Junio de 1794, y desde su instalación, el fogoso Secretario estuvo en pugna con los comerciantes que nada sabían, fuera de su monopolismo, sosteniendo, con brillo y valentía, las novedosas ideas del comercio libre:
“El comercio debe tener libertad para comprar donde más le acomode, y es natural que lo haga donde se le proporciona el género más barato para poder reportar utilidad”.
Esta era la tesis sostenida por el joven abogado. En cambio, los consularios, se empeñaban en sostener un régimen que había causado daño inmenso a la metrópoli como a las colonias: régimen absurdo como era el que acordaba a los comerciantes de Cádiz, el privilegio de abastecerse en América y a sus representantes en ésta, el derecho exclusivo de acaparar y exportar sus productos.
Belgrano, partidario de procedimientos menos restrictivos, sostuvo sus ideas con brillo singular y, tenazmente, en el seno de aquella corporación llegó, a despecho de sus colegas, a inocular tales ideas en el pueblo. Sus trabajos en este sentido, han hecho decir a sus biógrafos, que Belgrano y Moreno, secundados por Vieytes y Castelli, fueron los promotores de la revolución económica del comercio libre que había de preceder a la revolución política.
El Secretario del Consulado, al sostener los verdaderos principios económicos, combatiendo el monopolio, arrojó la primera semilla de discordia en la pacífica población de Buenos Aires. Uno de los consularios, Francisco Antonio de Escalada, aceptó las doctrinas financieras y comerciales del doctor Belgrano, e hizo oír su voz en contra de la prosecución del monopolio, presentando un escrito, en cuyas conclusiones abogaba francamente por el comercio libre.
Sin embargo, el estado de cosas no se modificó. Pero esta divergencia de opiniones creó, desde entonces, dos partidos cuyo antagonismo se convirtió en una lucha ardiente y tenaz, haciendo su primer ensayo en la discusión económica. No obstante, tales ideas no debían conseguir un triunfo, sino en otro orden de cosas, que entonces ni el mismo Belgrano sospechaba. Entre tanto, el infatigable Secretario proseguía su tarea anual de hacer publicar las Memorias de que estaba encargado y sobre cuya eficacia había cimentado tantas esperanzas, dejándose traslucir en dichas Memorias, el espíritu ilustrado y progresista que dominaba a su autor.
En la primera de estas Memorias, leída en la sesión que celebró la Junta de Gobierno el 15 de Junio de 1796, trata de los medios generales de fomento de la agricultura, animación de la industria y protección del comercio en un país agricultor.
La segunda Memoria trató de las utilidades que reportaría a las colonias del Río de la Plata y a España, el cultivo del lino y del cáñamo. La tercera, aparecida en el año 1799, sostuvo sus ideas sobre el librecambio y se ocupa de los premios, como estímulos para la actividad humana y desarrollo de la capacidad industrial en los habitantes de un país.
Esta última tuvo la virtud de que la Corte aprobase sus puntos de vista, y que el Consulado acordase premios a todos los que hiciesen prosperar la agricultura y la industria en general. A su influencia se debió el intento de construir un muelle; la autorización para fundar una escuela de Geometría, Arquitectura, Perspectiva y toda clase de dibujo; y más tarde logró el establecimiento de la Escuela de Náutica, de la que había sido promotor y cuyo reglamento redactó por encargo del Consulado.
Pero estas escuelas tuvieron efímera existencia, porque al enterarse la Corte, las mandó suprimir, censurando la conducta del Consulado; acto de barbarie, dice el general Mitre, digno de un gobierno tiránico y enemigo de la ilustración. Pocas fueron las iniciativas del inteligente Secretario del Consulado que se lograron; otras tuvieron existencia efímera; y las más quedaron sólo en el estado de simples proyectos: nada más que una generosa aspiración de aquel patriota, que en el curso de toda su vida, no pensó sino en el bien público y para nada en el propio.
De ellos se queja, cuando recuerda, que desde el principio de 1794, hasta Julio de 1806, pasó su tiempo haciendo esfuerzos impotentes a favor del bien de sus conciudadanos, pues casi todos, o escollaron en el Gobierno virreinal o en la Corte de Madrid.
Sin embargo, Belgrano, campeón decidido del libre intercambio comercial, tuvo la satisfacción de ver sus doctrinas condensadas por Mariano Moreno, en su célebre “Representación de los Hacendados”, que abrió el puerto de Buenos Aires al libre comercio del mundo.
El virrey Melo le había conferido, en su Administración, el empleo de capitán de milicias urbanas, cargo que desempeñaba en la época de la primera invasión inglesa, ad honorem. El peligro de la Patria, lo hizo soldado: al frente de su compañía, recibió el bautismo de fuego en la Barranca de Marcó, pero las tropas coloniales molestaron tan poco a los invasores, que Belgrano llamó “fuegos fatuos” a las descargas de sus compañeros de armas.
El improvisado combatiente se replegó con la fuerza a la ciudad, al ordenarse la retirada. Es digno de notarse que el general Belgrano, en sus Memorias, recuerda elogiosamente al general Beresford y sus compañeros, quejándose al mismo tiempo con amargura de las fuerzas virreinales, cuando relata la toma de la ciudad y la ocupación del Fuerte.
Luego, para no verse obligado a prestar juramento a las autoridades británicas, partió para la otra banda del Río de la Plata, y se aprestaba a incorporarse a las filas de los reconquistadores cuando supo que el éxito había coronado la empresa.
Regresó a Buenos Aires en los momentos en que se organizaban, a gran prisa, los batallones de milicias, que tan brillante papel debían desempeñar en el rechazo de la segunda invasión.
Bajo su influencia, la Legión patricia en que se afilió, nombró por comandante a Cornelio Saavedra, siendo Belgrano elegido Sargento Mayor de la misma y desde aquel momento, la táctica y el manejo de las armas fueron su preocupación dominante y su tarea favorita.
Tanto empeño tomó en esta instrucción, que el discípulo pronto se hizo maestro, y el Cuerpo de Patricios tuvo en el sargento mayor Belgrano un excelente instructor para inculcarles las virtudes marciales que debían permitirles afrontar con ventaja la embestida a que estaba amenazada la ciudad de Buenos Aires por nuevas legiones británicas.
Más tarde, una parte del Cuerpo de Patricios fue enviada en socorro de Montevideo, pero Liniers no permitió que con ella marchase Belgrano, a causa del temor de la oficialidad de que pudiera ocurrir alguna desorganización en su ausencia. Sin embargo, poco después abandonaba el cargo, disgustado por las intrigas que se tramaban, volviendo entonces a sus tareas del Consulado.
A la vista de la escuadra inglesa, que conducía las fuerzas británicas del general Whitelocke, en 1807, Belgrano fue nombrado ayudante de campo, y desempeñando tal puesto, actuó durante toda la defensa. Por Real Orden del 9 de Febrero de 1809, se le otorgó el grado de sargento mayor.
Su conocimiento de la lengua francesa le aproximaron a los jefes prisioneros en las cálidas jornadas del 5 y 6 de Julio de aquel año, y no poco contribuyó ello a que se despertara en él los espirituales propósitos de emancipación de estas colonias, ideales de independencia, que ya presagiaban sus estudios económicos, convirtiéndose entonces, unido a Pueyrredón, en precursor revolucionario.
En efecto, a mediados de 1808, los deseos del pueblo porteño habían sido colmados con el nombramiento de virrey en la persona del heroico defensor de la Capital, noticia que llegó a Buenos Aires casi simultáneamente con la de la invasión napoleónica en la Península y la prisión de Fernando VII.
Estos acontecimientos tuvieron la virtud de convulsionar los sentimientos que animaban al pueblo de esta ciudad, reaccionando de su antigua indiferencia, para ocuparse de sus destinos futuros: españoles y criollos rechazaban la dominación de Napoleón, reconociendo a su antiguo monarca; pero los unos y los otros dudaban de su restablecimiento en el trono de España.
De aquí surgieron las tendencias opuestas que empezaron a deslindarse, para producirse después una barrera infranqueable entre americanos y españoles. Los primeros deseaban la completa independencia de estas colonias, mientras que los segundos querían esta independencia momentáneamente, mientras no se restableciese en el trono al legítimo rey:
“Una monarquía constitucional en sustitución de una monarquía absoluta y la proclamación de una nueva dinastía en el Río de la Plata, tal fue el primer plan político concebido para independizar estas colonias, que trazado por Belgrano, mereció los aplausos de Castelli, Vieytes y otros patriotas, deseosos, como él, de salir del dominio español”.
Los que tal idea preconizaban, se reunieron en la jabonería de Vieytes, y en dicha reunión se acordó encomendar a Belgrano propusiera el proyecto a Carlota Joaquina de Borbón, esposa de don Juan VI de Portugal, que era la elegida para constituir el gobierno monárquico independiente destinado a reemplazar a la dominación hispana.
Con este motivo, Belgrano mantuvo una correspondencia directa e incesante con la princesa Carlota, creándole al mismo tiempo un fuerte partido en el Río de la Plata, para cuyo fin se valió de toda la influencia y merecido prestigio de que gozaba entre sus compatriotas.
Estos trabajos dan a Belgrano un puesto destacado entre los precursores de nuestra emancipación política, obligando a la gratitud de la posteridad, que no puede echar en olvido a ninguno de los que concibieron el arriesgado proyecto de sacudir el yugo español.
Los sucesos interiores que surgieron en Buenos Aires, en 1809, interrumpieron por un tiempo el proyecto emancipador citado, pero fracasada la revolución de los españoles contra Liniers, esta circunstancia fomentó el prestigio y el poder de los “criollos”, y se reanudaron los anteriores trabajos; pero la indecisión de la princesa Carlota para trasladarse a Buenos Aires sirvió mejor a los patriotas, pues los nuevos sucesos iban a hacer surgir otros planes más conducentes y de más benéficas consecuencias para el país que se trataba de independizar.
Por encargo del virrey Cisneros, escribe en un periódico, al que titula “El Correo de Comercio de Buenos Aires”, y simultáneamente funda una sociedad literaria con el propósito aparente de contribuir a la confección del nuevo periódico, pero con el verdadero fin de llevar adelante los planes de independencia.
El periódico se empezó a publicar con el apoyo decidido de Cisneros, el cual fue impotente para descubrir los verdaderos designios de los que intervenían en su redacción:
“En la dirección de este periódico -dice Mitre- desplegó Belgrano mucho tino, gran prudencia, caudal de ideas y conocimientos prácticos, a la vez que un espíritu metódico, sagaz y perseverante. Estos nuevos trabajos en pro de la independencia prepararon al pueblo, a entrar en la senda revolucionaria, adonde iban a precipitarle los sucesos posteriores, que no pudieron ser más propicios para los planes de los patriotas".
Fue en estas circunstancias, que llegaron a Buenos Aires las noticias de España, que daban al ejército francés a las puertas de Cádiz y a la Junta Central que desempeñaba el gobierno, disuelta y sus miembros en fuga. Aprovechando estas noticias, Belgrano y Saavedra se apersonaron al Alcalde de primer voto para que, sin demora alguna, convocase al pueblo a un cabildo abierto, con el fin de reunir así a los habitantes a una asamblea general, con el objeto de que se acordase el cese de la autoridad virreinal y la elección de una Junta Superior de Gobierno, encargada de los negocios públicos de estas colonias.
Como no se accediese con la prontitud que lo demandaban las extraordinarias circunstancias por las cuales se estaba pasando, fue que los patriotas se reunieron en la casa de Nicolás Rodríguez Peña, reunión a la que concurrió Belgrano, y en ella se resolvió enviar ante el virrey Cisneros una diputación, compuesta por Rodríguez Peña y Castelli, para intimarle la convocación de un cabildo abierto.
Esto sucedía en la noche del 20 de Mayo, y la diputación logró su objeto, pues al día siguiente se comenzó a repartir esquelas a los vecinos más notables, invitándolos a concurrir el 22, al precitado cabildo.
En el cabildo abierto de aquel día, se discutió ampliamente el derecho y la justicia que asistían al pueblo, para darse su propio gobierno. Fue así que surgió, por votación popular, el cambio de dirigentes, y con el fin de llegar a este resultado, se trabajó toda la noche del 24.
La Junta Suprema de las Provincias Unidas del Río de la Plata, proclamada el 25 de Mayo de 1810, fue la resultante lógica de las legítimas aspiraciones del pueblo, que surgía por el derecho propio y la justicia de su causa, a la vida de la democracia triunfante. Belgrano formó parte de dicha Junta, en la cual trabajó asiduamente, al lado de Moreno.
A su iniciativa se debió, en el afán educativo que le distinguía, la creación de la Academia de Matemáticas. Cuatro meses después, se le improvisaba general, encomendándosele el comando de una expedición propagadora de los ideales revolucionarios en la provincia del Paraguay.
Para cumplimentar aquel mandato de la Junta, Belgrano partió para San Nicolás de los Arroyos, donde se encontraba reunida parte de la fuerza expedicionaria que consiguió elevar a más de 1.000 hombres, con cuyo número se dirigió hacia su objetivo. Agotados los medios pacíficos de persuasión para obtener el sometimiento del gobernador Velasco a la Junta, fue necesario apelar al recurso supremo, el de la fuerza.
El 19 de Diciembre de 1810, vadeaba el Paraná por Candelaria, atacándolo el enemigo, una vez que estuvo en la margen norte de aquel río; pero la suerte favoreció a los patriotas en aquel combate, que se llamó del Campichuelo, al cual, desgraciadamente, se le dio una importancia mayor de la que tenía y ello fue lo que condujo a correr riesgos ulteriores, que con un poco más de mesura, podrían haberse evitado, o por lo menos, atenuado. La columna expedicionaria avanzó entre la espesura del bosque, atravesando interminables esteros y vadeando caudalosos arroyos, deteniéndose finalmente a orillas del Tacuary, a espera de los refuerzos que solicitara oportunamente Belgrano.
En aquel alto, Belgrano ocupóse de redactar, el 30 de Diciembre, un Reglamento, conjunto de derechos, garantías y declaraciones que se acordaban a los habitantes de las Misiones. Por aquel Reglamento, se les reconocía la plenitud de sus derechos civiles y políticos, restituyéndoles las propiedades y liberándolos de todo impuesto por espacio de diez años. Aquel Reglamento fue comunicado a todos los pueblos y al teniente de gobernador de Corrientes, bajo cuya égida protectora se colocaba la regeneración protegida de los habitantes de las antiguas Misiones.
Terminada esta noble tarea, Belgrano prosiguió su avance hacia el interior del Paraguay. El enemigo lo esperaba con poderosas fuerzas en Paraguary, a pocas leguas de Asunción. Desde una colina, pudo el general Belgrano, contemplar la posición y número del ejército adversario, que contaba con 16 cañones. No obstante esta superioridad, el 19 de Enero de 1811, Belgrano lanzó sus tropas al asalto de las posiciones enemigas, rompiendo sus líneas y huyendo el gobernador Velasco, llegando hasta Asunción la noticia de la derrota. Pero la imprudente persecución a que se entregaron sus fuerzas, permitió reaccionar a los enemigos, que rodearon a las avanzadas patriotas, obligándolas a rendirse por su enorme superioridad numérica. Belgrano se vio en la necesidad de ordenar la retirada, desfilando frente a los vencedores, que no se atrevieron a atacarle, y fue a detenerse en la margen izquierda del Tacuary.
Allí empezó a rehacer sus desorganizadas legiones, esperando que el elemento nativo aprovecharía la oportunidad para sacudir el yugo, decidiéndose por la Junta de Buenos Aires, y mientras se hallaba entregado a estas dulces ilusiones, fue atacado violentamente el 9 de Marzo, por fuerzas muy superiores.
Pero Belgrano, sin trepidar y no obstante la escasez de efectivos con que contaba, se lanza valerosamente al ataque de las fuerzas reales, y después de seis horas de fuego, el enemigo cede el terreno, abandonando cañones y pertrechos. Allí lucharon uno contra diez, y sólo la sublime heroicidad de Belgrano permitió a los patriotas salir airosos de la lucha. Propuso entonces un armisticio al jefe español Cabañas, que lo aceptó, y por el cual Belgrano debió abandonar el territorio paraguayo, desfilando ante los 2.500 hombres que constituían el ejército paraguayo, los que presentaban armas, mientras que sus enemigos marchaban al son de marchas militares.
Rendían así, homenaje cumplido, al valor probado de aquel puñado de valientes:
“El general Cabañas, con ese Estado Mayor, salió al encuentro de Belgrano y ambos, echando pie a tierra -dice un biógrafo- se abrazaron estrechamente. Belgrano reiteró los propósitos de su campaña, y le entregó 60 onzas de oro para las viudas y huérfanos de los soldados paraguayos, caídos en la jornada. Cabañas las aceptó, conmovido por ese rasgo generoso, y entonces Belgrano le obsequió su rico reloj, como un recuerdo de sus sentimientos amistosos”.
Belgrano, antes de abandonar aquel territorio, recalcó cuáles eran los motivos que lo habían llevado allí, que era auxiliar a los naturales del Paraguay para que, apoyándose en las fuerzas de la Junta, recobrasen los derechos de los hombres libres
“Reanudada la marcha -sigue diciendo el biógrafo anteriormente citado- el ejército fue acompañado, hasta una legua, por el hidalgo general Cabañas y su oficialidad. Los dos jefes se despidieron con un nuevo y prolongado abrazo. Cabañas quedó conquistado por la caballerosidad de Belgrano y por las sugestiones de su espíritu selecto. Con estas conquistas de su alma privilegiada, arrojó al campo rival la sagrada chispa revolucionaria de los ideales argentinos. Belgrano preparó, por estos medios, la revolución del Paraguay.
“Si su campaña militar no tuvo el éxito esperado, su entereza como soldado y su habilidad como diplomático, le dieron el triunfo moral”.
Nombrado Belgrano para dirigir las operaciones en la Banda Oriental, se le llamó a Buenos Aires para dar cuenta de su conducta en el Paraguay, por los nuevos gobernantes que usufructuaron el motín del 5 y 6 de Abril.
Pero no tardó mucho tiempo sin que ellos mismos le rogaran que aceptara una misión al mismo Paraguay y, junto con don Vicente Anastasio de Echevarría, a lo cual se negó Belgrano escrupulosamente, advirtiendo que ello no era posible, hasta tanto no se le fallara la causa que se le seguía.
Repuesto en su grado y honores, marchó entonces a cumplimentar aquella misión. El resultado de ella fue una liga federal con el Paraguay (que acababa de romper también sus vínculos con España), celebrada con toda buena fe y en la creencia fundada que así se obtenía el concurso de aquella Provincia a favor de la Revolución. En realidad, el Paraguay nada debía hacer en este sentido, pues Gaspar Rodríguez Francia, hombre astuto, suspicaz y falso, bien pronto iba a desvanecer los esfuerzos de los comisionados de Buenos Aires, esterilizando su misión.
Vuelto Belgrano de su comisión al Paraguay, el gobierno le nombró, el 13 de Noviembre de 1811, coronel del Regimiento de Patricios Nro. 1, al cual había pertenecido, como se recordará, en las invasiones inglesas. Su primer acto, al tomar posesión de este comando, fue renunciar a la mitad del sueldo que le correspondía, en favor del Erario público.
Después tomó algunas medidas disciplinarias, entre ellas las de ordenar que los soldados se cortasen la trenza larga que usaban, lo que produjo una violenta sublevación en el Regimiento (7 de Diciembre), acto que el gobierno reprimió por medios vigorosos. Sus despachos de brigadier de ejército llevan fecha 14 de Enero de 1811.
Designado para comandar el campo militar que se había establecido en las barrancas del Rosario, en las que el coronel Angel Monasterio construía las baterías destinadas a obstruir a los españoles de Montevideo el pasaje del río Paraná, el 19 de Febrero de 1812 estaba ya en su puesto. En estos días se había sabido que una escuadrilla enemiga, con poderosas fuerzas de desembarco, remontaba el río Paraná, con el fin de atacar las baterías del Rosario y después de ocupar La Bajada del Paraná.
En tal oportunidad, Belgrano propuso al gobierno la adopción de una escarapela nacional, “para que no se equivocara con la de nuestros enemigos”, pero preparatoria del terreno, para ejecutar una más audaz y hermosa, que bastará ella, sin necesidad de otros títulos, para inmortalizar su nombre.
El 18 de Febrero, el Triunvirato decretó la escarapela propuesta, azul y blanco, que fue distribuida entre la tropa. Al comunicar el cumplimiento de esta resolución, manifestaba el regocijo con que había sido recibida, solicitando otras manifestaciones “que acaben de confirmar a nuestros enemigos de la firme resolución en que estamos de sostener la independencia de la América”.
Conseguida la escarapela y a los fines manifestados, se propuso crear también la bandera nacional. La oportunidad no podía serle más propicia: Con motivo de inaugurarse las baterías del Rosario, que ya calculadamente había bautizado con los nombres de “Libertad” e “Independencia”:
“Siendo preciso enarbolar banderas, dice, y no teniéndola, mándela hacer blanca y celeste, conforme a los colores de la escarapela nacional”.
Llegado el solemne momento de enarbolarla, montó a caballo, y desenvainando su espada, dirigió la siguiente breve, pero ardorosa Proclama:
“Soldados de la Patria:
"En este punto hemos tenido la gloria de vestir la escarapela nacional: en aquél (señalando la batería “Independencia”), nuestras armas aumentarán sus glorias ...
“Juremos vencer a nuestros enemigos interiores y exteriores, y la América del Sur será el templo de la Independencia y de la Libertad. En fe de que así lo juráis, decid conmigo: ¡Viva la Patria!”
Grito que entusiastamente repitieron sus soldados. Dirigiéndose luego a un oficial, que estaba a la cabeza de un piquete, le dijo:
“Señor capitán y tropa destinada por primera vez a la batería Independencia: Id, posesionaros de ella y cumplid el juramento que acabáis de hacer”.
Al ocupar las tropas su puesto de honor, enarbolaron la bandera azul celeste y blanca, desplegándose su paño batido por el viento, mientras la saludaba una salva de artillería. Así se inauguró la bandera argentina, en la tarde del 27 de Febrero de 1812, en momentos en que el sol se ocultaba en el ocaso, besando con sus últimos rayos el símbolo sagrado de nuestra redención política.
El Gobierno se alarmó por este hecho, tan trascendental, que lo arrastraba a una situación irremediable, en momentos tan difíciles y peligrosos para la Revolución. Escribió a Belgrano, haciéndole serias reflexiones, pero el hecho quedaba consumado.
Belgrano no alcanzó a enterarse de esta comunicación, porque tuvo que marchar precipitadamente a hacerse cargo del comando del Ejército del Norte, quebrantado por la sorpresa de Huaqui, y el 26 de Mayo de 1812 recibía de Pueyrredón, en Jujuy, los restos desquiciados de las fuerzas que habían vencido en Suipacha, un año y medio antes. Su nombramiento de General en Jefe del Ejército Auxiliar del Perú, lleva fecha 20 de Mayo de aquel año.
Con su acostumbrado celo y patriotismo, se dedicó a reorganizar aquella fuerza, a la cual iba a inculcar la fe que alimentaba su espíritu y la disciplina férrea que sabía, este general, constituía la base de toda organización marcial. Y para robustecer el entusiasmo y patriotismo de sus hombres, el 25 de Mayo de 1812, celebraba solemnemente en Jujuy el segundo aniversario de la Revolución, mandando bendecir la bandera “celeste y blanca”, que con igual unción, había enarbolado 3 meses antes, en las baterías del Rosario.
El mismo Belgrano narra a su gobierno el acto en la comunicación que dirigió con tal motivo, en la que dice:
“He tenido la mayor satisfacción de ver la alegría, contento y entusiasmo con que se ha celebrado en esta ciudad el aniversario de la libertad de la Patria... La tropa de mi mando no menos ha demostrado el patriotismo que la caracteriza: Asistió al rayar el día, a conducir la bandera nacional que, desde mi posada, llevaba el barón de Holmberg, para enarbolarla en los balcones del ayuntamiento, y se anunció al pueblo con 15 cañonazos.
“Concluida la Misa, la mandé llevar a la iglesia, y tomada por mí, la presenté al doctor José Ignacio Gorriti, que salió revestido a bendecirla... Verificada que fue, la volví a manos del barón, para que la colocase otra vez donde estaba, y al salir de la iglesia, se repitió otra salva de igual número de tiros, con grandes vivas y aclamaciones.
“Por la tarde, se formó la tropa en la plaza, y fui en persona a las casas del ayuntamiento, donde éste me esperaba, con su teniente de gobernador; saqué por mi mano la bandera y la conduje, acompañado del expresado cuerpo, y habiendo mandado hacer el cuadro noble, hablé a las tropas, según manifiesto, las cuales juraron con todo entusiasmo al son de la música y última salva de artillería, sostenerla hasta morir”.
Terminado el acto, Belgrano se puso al frente de las tropas, y paseó la bandera por las calles, en medio de un entusiasmo popular indescriptible. Regresó a la plaza y haciendo desplegar las fuerzas en línea de batalla, recorrió las filas, pasando la bandera por encima de todas las cabezas, a la vez que los soldados exclaman:
“¡Nuestra sangre derramaremos por esta bandera!”
En la reorganización del ejército, Belgrano se ocupó de ciertos puntos que habían sido anteriormente descuidados: organizó una compañía de guías, con el fin de que se levantase una buena carta topográfica de la zona de operaciones; armó de lanza a la caballería, suprimiéndole en parte las tercerolas; creó un Tribunal Militar y la planta de un cuerpo de ingenieros; fundó una academia práctica, para oficiales; en una palabra, cambio la faz del ejército que había recibido desquiciado, realizando, como dice Mitre, un vasto plan de mejoras orgánicas, económicas y profesionales perfectamente calculado.
Amante del soldado y extremadamente minucioso, inspeccionaba personalmente el rancho de la tropa, los alimentos para los enfermos y los libros administrativos del ejército. Esta continua preocupación, hasta en los menores detalles, le valieron de sus subalternos los apodos del “Chico Majadero” y “Bombiente de la Patria”.
Fue en medio de estas múltiples preocupaciones, que le llegó la noticia de que el enemigo, conocedor de la debilidad de sus efectivos, había resuelto avanzar en su busca, lo que le obligó a cumplir las instrucciones que había recibido de su gobierno, replegándose hacia Tucumán, y en este movimiento retrógrado fue que su retaguardia sufrió un choque con la vanguardia realista, que mandaba el coronel Huici, en el río de las Piedras, el 3 de Septiembre de 1812, donde los patriotas lograron ciertas ventajas, de carácter táctico.
Este resultado influyó evidentemente para que Belgrano detuviese su retroceso al llegar a Tucumán y se decidiese a esperar a los enemigos en esta ciudad. La batalla librada contra las fuerzas reales, comandada por el general Pío Tristán, en las afueras de Tucumán, el 24 de Septiembre de aquel año, fue un triunfo completo para las armas de la Patria, y ella representa un timbre de honor para el virtuoso general Belgrano, que dio a la Nación, no solamente un día de gloria, sino que su triunfo produjo el mismo efecto que el que ocasiona la respiración artificial a un enfermo grave, enfermo que esta vez reaccionó en forma admirable, para convalecer prontamente y erguirse majestuosamente, desafiando el poder de sus opresores, para vencerlos al fin, y quedar completamente libre de aquellos males de carácter moral.
Por el triunfo que acababa de obtener, le fueron extendidos despachos de capitán general del Ejército Auxiliar, el 20 de Octubre de 1812. Victorioso en Tucumán, Belgrano se alistó para proseguir su marcha, en persecución de Tristán, que se había replegado sobre Salta. En su avance sobre esta ciudad, al atravesar el río Pasaje, que desde entonces tomó el actual nombre de Juramento, enarboló la bandera que había hecho bendecir en Jujuy, y cruzándola con su espada, la hizo jurar a la fuerza bajo su mando, en solemne ceremonia, exclamando en tal acto:
“Este será el color de la nueva divisa con que marcharán al combate los defensores de la Patria”.
Al mismo tiempo, había hecho jurar obediencia a la Asamblea General Constituyente que acababa de reunirse en Buenos Aires. Tales actos tuvieron lugar el 13 de Febrero de 1813. El día 20 atacaba a Tristán en el campo de Castañares, situado en la parte norteña de la ciudad de Salta, y después de un violento combate, los patriotas ponían en fuga a las fuerzas reales, las que se replegaron sobre la ciudad, donde después de breves luchas, se rindieron a discreción.
Tristán capituló en condiciones honrosas, entregando todas sus armas y elementos de guerra; pero Belgrano procedió, con el vencido, con la magnanimidad que le inspiraba su bondadoso corazón, y contrariando las exigencias de la guerra, puso en libertad al ejército prisionero, bajo palabra de honor de sus componentes de no tomar más las armas contra los patriotas. ¡Magno error! ¡Lo primero que hicieron, en su mayor parte, una vez que estuvieron libres, fue volver a las filas reales!
Belgrano después de aquella gran victoria, que le había proporcionado la rendición de 3.400 hombres, a la par que 3 banderas y el inmenso material de guerra que sumaba 10 cañones, 2.118 fusiles, 200 espadas, y multitud de tercerolas, parque, maestranza, etc., recibió del gobierno un premio de 40.000 pesos, que se apresuró a destinar para la fundación de escuelas en la zona norteña del país, reservando solamente la sexta parte para su hija natural Manuela Mónica.
Su desinterés corría parejo con su patriotismo y sus elevadas prendas personales. La República Argentina nunca rendirá suficiente tributo de admiración y respeto a este insigne patriota, creador de la bandera nacional y que proporcionó tantos días de gloria a la Patria.
Las victorias de Tucumán y Salta, tuvieron la virtud de insurreccionar todas las poblaciones del Alto Perú, y desde aquel momento, el estado latente de rebelión explotó en todas partes. Esto facilitó grandemente la tarea ulterior de Belgrano, en su avance hacia el Norte.
En el mes de Mayo llegaban las avanzadas patriotas a la opulenta Villa Imperial de Potosí, cuyos habitantes recibieron a los vencedores en forma entusiasta y deslumbrante.
En las calles se habían levantado centenares de arcos triunfales, por debajo de los cuales avanzó el general Belgrano a la cabeza de sus tropas, vestido con sencillez, pero bizarro e imponente. La sociedad potosina obsequió al general Belgrano con una magnífica “tarja” o escudo de plata, admirablemente cincelado por los célebres orfebres de Potosí, cuyo precio había sido avaluado en 7.200 pesos fuertes. Belgrano la aceptó, agradecido, pero inmediatamente se desprendió de ella, donándola a la ciudad de Buenos Aires, y hoy se conserva en el Museo Histórico Nacional como un monumento a la memoria de Belgrano.
Alcanzó gran ascendiente entre los indígenas de la región y varios caciques de prestigio, se le presentaron para ponerse a sus órdenes. Entre tanto, el ejército real había cambiado de comando y recibido refuerzos: un general hábil se hallaba a su frente, Pezuela, el cual prontamente reanudó las actividades contra el vencedor de Salta.
Belgrano le salió al encuentro en la pampa de Vilcapugio, y el 1 de Octubre de 1813 estaban frente a frente ambos ejércitos. El patriota estaba en gran parte compuesto de reclutas, recientemente incorporados a las filas, falto de caballada y sin elementos de transporte. La jornada estaba indecisa y más bien podía considerarse ventajosa para los independientes, cuando la llegada del coronel Saturnino Castro, con nuevas tropas, hizo inclinar el fiel de la balanza del lado de Pezuela. Aquél había concurrido a la acción, en momentos en que los soldados de Belgrano iniciaban la persecución de los realistas, movimiento que paralizó un misterioso toque de “alto”.
El general patriota, con serenidad y entereza admirables, ordenó la retirada, diciendo a sus soldados:
“Soldados: Hemos perdido la batalla después de tanto pelear; la victoria nos ha traicionado, pasándose a las filas enemigas en medio de nuestro triunfo. ¡No importa! ¡Aún flamea en nuestras manos la bandera de la Patria!”
Mandó echar pie a tierra a la caballería, cediendo hasta su propia cabalgadura para el transporte de heridos, de los cuales ninguno fue abandonado.
En tan solemnes circunstancias, dio un nuevo ejemplo magnífico de su grandeza de alma, poniéndose la fornitura y echando al hombro el fusil del soldado herido, al cual había cedido su caballo; y, así armado, como el último soldado de su ejército, se colocó a retaguardia de su columna en retirada, marchando a pie, vigilando el orden entre sus tropas derrotadas.
En tan difícil trance, su alma superior se impuso al temor que produce una derrota en la tropa y conservó la disciplina de sus subordinados. Con celeridad pasmosa, según la expresión de un historiador español, consiguió remontar su ejército en Macha (partido de Chayanta), gracias a los refuerzos que, por todas partes, le llegaban. Sus pérdidas en Vilcapugio habían sumado 300 muertos y muchos cayeron prisioneros, pero el enemigo perdió de 500 a 600 hombres, entre muertos y heridos.
Un mes después, se había logrado restablecer la confianza y la moral en sus tropas. El nuevo encuentro se produjo en las pampas de Ayohuma, el 14 de Noviembre, y la suerte de las armas fue nuevamente adversa al general Belgrano . Tomando en sus manos la bandera celeste y blanca, la hizo tremolar, y haciendo tocar reunión a sus clarines, se replegó sobre Potosí. La recepción que le hizo el pueblo -dice Mitre-, “fue grave, digna y melancólica”, prestándose a las más hondas cavilaciones sobre lo efímero de las glorias humanas.
El 19 de Noviembre, abandonaba aquella ciudad, dejando sólo amistades y gratos recuerdos que perdurarían en la memoria de su nombre respetado. Sus fuerzas habían quedado reducidas en Ayohuma a 900 hombres, artillería y bagajes, mientras que las pérdidas del ejército real no pasaron de 500 muertos y heridos.
Sin embargo, en su marcha de retirada sobre Jujuy, rápido, logró reunir 1.800 hombres, fuerzas que pronto fueron acrecentadas con dos escuadrones de Granaderos a Caballo y otros cuerpos. El general San Martín marchaba con dos escuadrones de Granaderos a Caballo y otros cuerpos, a la cabeza de los primeros, y en cumplimiento de las órdenes que le había impartido el gobierno, tomó el comando del Ejército del Norte, quedando Belgrano como simple coronel del Regimiento Nro. 1.
Se encontraba en Tucumán, con el resto del ejército, cuando debió trasladarse hacia la Capital, por haberse iniciado el proceso por las derrotas sufridas en Vilcapugio y Ayohuma. Pasó a Córdoba y después a la Villa de Luján y, a causa de su mal estado de salud, a Buenos Aires, alojándose en una quinta próxima, donde empezó a escribir sus memorias.
Decretado el sobreseimiento de su causa, en la que intervino San Martín, en Diciembre de 1814 fue nombrado, conjuntamente con Rivadavia, para desempeñar una misión diplomática ante las Cortes europeas.
Los comisionados se embarcaron para Río de Janeiro, pues debían entrevistarse con don Manuel José García, que tenía una misión confidencial ante la Corte del Brasil, pero los propósitos de este diplomático no fueron aceptados, pues tendían a establecer el Protectorado inglés en el Río de la Plata. Belgrano y Rivadavia prosiguieron su viaje a Europa, llegando a Falmouth, a comienzos de Mayo de 1815, trasladándose de inmediato a Londres, donde iniciaron sus negociaciones ante la Corte británica, como asimismo ante la de Madrid, pero sus propósitos tropezaron con las circunstancias especiales por las que atravesaba Europa en aquellos momentos: Fernando VII había sido restaurado en el trono español, y se aliaba a Inglaterra, para combatir de nuevo a Napoleón, que se había apoderado por segunda vez del trono imperial.
Por otra parte, Inglaterra estaba poco dispuesta a reconocer la independencia de los pueblos americanos y mucho menos la forma de gobierno republicana. Estas circunstancias impusieron a Belgrano y Rivadavia a adoptar un temperamento conciliatorio, con el cual creían asegurar, por el momento, los beneficios de la libertad y de la independencia: el establecimiento de una monarquía constitucional, vaciada en el molde de la constitución inglesa, para fundar el Reino Unido de la Plata, Perú y Chile.
Con este proyecto esperaban salvar los obstáculos de la Europa coligada y solidarizada después de la caída de Napoleón, en Waterloo. Los acontecimientos posteriores, hicieron comprender a aquellos dos patriotas insignes, lo equivocado de sus proyectos.
Entretanto, el general Belgrano se puso en viaje de regreso al Río de la Plata, llegando a Buenos Aires en Febrero de 1816, y poco después fue designado comandante en jefe del Ejército de Observación, de mar y tierra, encargado de combatir la sublevación de Vera y Artigas en Santa Fe. Mientras disciplinaba sus fuerzas en el Rosario, trató de llegar a un acuerdo por los medios pacíficos, y para llevarlo a cabo, nombró a su antiguo amigo, el general Eustaquio Díaz Vélez, el cual traicionó la confianza de su jefe, ajustando un pacto subversivo, por el que se estipulaba que Belgrano quedaría separado del comando en jefe y él nombrado en su lugar; la retirada de las tropas porteñas y la deposición del Director Supremo.
En cumplimiento de este Pacto, Belgrano fue depuesto y arrestado en su campo, y al día siguiente se le intimó que debía retirarse de Buenos Aires. De Buenos Aires pasó a Tucumán, cediendo a las insistentes demandas de algunos congresales que solicitaban el apoyo de sus luces en la obra a que estaban abocados, y una vez allí, este ilustre patricio abogó activamente para que se declarase la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata.
Llamado a una sesión secreta, para exponer sus ideas respecto a la forma monárquica de gobierno, Belgrano, en elocuente discurso,
“pintó el estado tristísimo del país, expuso la disposición de Europa con relación a América, desenvolvió con franqueza su profesión de fe monárquica; habló del poder de la España, comparándola con la de las Provincias Unidas, indicando los medios que éstas podían desenvolver para triunfar en la lucha; manifestó cuáles eran las miras del Brasil, respecto al Río de la Plata, y elevándolo a otro orden de consideraciones, concluyó exhortando a los diputados a declarar la independencia en nombre de los pueblos, adoptando la forma monárquica como la única que podía hacer aceptable aquélla por las demás naciones. Su palabra era sencilla y elocuente, y su acento conmovedor: Al terminar su discurso, su rostro estaba enmudecido por las lágrimas, y su auditorio lloraba con él, convencido por sus razones y cautivado por su sinceridad”.
Este discurso y su influencia decisiva apoyada por la de San Martín, que perseguía los mismos propósitos, decidieron al Congreso de Tucumán a proclamar la independencia, aplazando para más adelante la resolución del problema con respecto a la forma de gobierno que debían adoptar las Provincias Unidas del Río de la Plata.
En la histórica sesión del 9 de Julio de 1816, el Congreso General sancionó la Independencia de las Provincias Unidas, y el día 21 del mismo mes, era jurada solemnemente por los diputados, autoridades civiles y militares, protestando todos ante Dios y la Patria:
“Promover y defender la libertad de las Provincias Unidas y su independencia del Rey de España, sus sucesores y metrópoli y de toda otra dominación extranjera, hasta con la vida, haberes y fama”.
Para complementar tan solemnes declaraciones, el Congreso, en sesión del 25 de Julio, decretaba la bandera azul-celeste y blanca, como símbolo de soberanía de la nueva Nación.
Quedaba así sancionada la obra de Belgrano en las barrancas del Rosario y sus patrióticas aspiraciones exteriorizadas ante la magna Asamblea como queda dicho. Entretanto, en Congreso General, anticipándose a la renuncia del general Rondeau en el comando del Ejército del Norte, el 3 de Agosto de 1816 nombraba a Belgrano para ejercer aquel cargo, del cual se recibía el nuevo general en jefe, en el pueblo de Trancas, el día 7 de aquel mes y año.
Fue su último destino público en su vida, pero que desempeñó por más de tres años. Su ejército no avanzó nunca al norte de su acantonamiento en Tucumán. Ejerciendo aquella comandancia en jefe, se produjeron las sublevaciones de Caparroz, en La Rioja; la de Bulnes, en Córdoba; y finalmente, la del comandante Borges, en Santiago del Estero, concurriendo fuerzas pertenecientes a aquel ejército para sofocarlas, especialmente la última, que sofocada por el comandante don Gregorio Aráoz de Lamadrid, terminó trágicamente con el fusilamiento de su cabecilla, el 1ro. de Enero de 1817, cumplimentándose las órdenes emanadas del propio general Belgrano, que quiso castigar inflexiblemente esta vez, aquella corrupción anárquica que amenazaba extenderse a todo el país.
Belgrano, apostado en Tucumán con el ejército,
“cubría por el Norte las provincias del Interior, manteniéndolas en orden, y servía de reserva a Salta, imponiendo moralmente al enemigo y sirviendo a Güemes de punto de apoyo”.
Confiando a Güemes la vanguardia del norte, empeñóse en restablecer el orden interno, mientras el general San Martín iniciaba, a través de los Andes, la acción externa de la revolución, con vastas proyecciones americanas. Belgrano cooperó a la obra de Güemes y de sus gauchos , en la defensa del territorio norteño, destacando expediciones contra las provincias del Alto Perú, como las que encomendó al coronel Aráoz de Lamadrid, quien realizó una famosa excursión por las provincias de Chuquisaca y Tarija, obteniendo éxitos ruidosos, pero también un terrible contraste en Sopachuy, a causa del cual debió regresar a Tucumán, en los últimos meses de 1817.
También fue destacado el coronel Bustos para combatir contras las montoneras santafesinas y en su apoyo fueron despachados posteriormente, a fines de 1818, los comandantes Lamadrid y Paz, los que con aquel coronel se batieron valientemente en la Herradura, 17-18 de Febrero de 1819, contra las terribles embestidas de las fuerzas santafesinas.
El propio general Belgrano, cumpliendo órdenes directoriales, descendió con todo su ejército hasta Candelaria, Provincia de Santa Fe, para combatir contra los anarquistas santafesinos; pero Estanislao López, tomado entre dos fuegos, ajustó con los generales Viamonte y Belgrano, el armisticio del 5 de Abril de 1819, por el que cesaron las hostilidades y el Ejército Auxiliar se replegó al Norte, haciendo alto primero en Cruz Alta; después en Fraile Muerto; y, finalmente, en el Pilar, en el mes de Julio de 1819, distante diez leguas de la ciudad de Córdoba.
En el primer punto, el día 25 de Mayo, el general Belgrano hizo jurar al ejército a sus órdenes, la Constitución de aquel año, terminada por el Congreso General, en Buenos Aires, a fines de Abril. También en Cruz Alta, el ilustre creador de la enseña nacional, sintió la reagravación de su vieja dolencia, la cual fue acentuándose; fue diagnosticada por el doctor Francisco Rivero, como una hidropesía avanzada.
Su estado de salud le obligó a redactar, desde el Pilar, el 29 de Agosto, su Nota de renuncia del comando en jefe que ejercía por espacio de tres años, cargo que entregó a su segundo, el general Fernández de la Cruz, el 11 de Septiembre, dirigiéndose a la ciudad de Tucumán, en procura de mejoría.
Allí, en la noche funesta del 11 al 12 de Noviembre de 1819, sufrió la afrenta de los complotados de Abraham González, que se atrevieron a ultrajar en su casa al ilustre enfermo. Belgrano les dijo en tales circunstancias:
“¿Qué queréis de mí? ¿Es necesario mi vida para asegurar el orden público? ¡Ved ahí mi pecho, arrancádmelo!”
En estado de suma gravedad, se decidió regresar a Buenos Aires, a donde llegó en Marzo de 1820. Su estado de indigencia alarmó al gobernador Ramos Mejía, que le hizo entregar una cantidad para su asistencia. El 25 de Mayo dictaba su testamento,
“encomendando su alma a Dios, y su cuerpo a la tierra, de que fue formado”.
Instituyó como heredero, a su hermano, el canónigo Domingo Estanislao, con el encargo de cuidar de su pequeña hija natural, llamada Manuel Mónica, que quedara en Tucumán, y un día antes de morir obsequió a su médico, Redhead, su reloj de oro, expirando el 20 de Junio de 1820.
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Nació en Buenos Aires, el 3 de Junio de 1770, y cursó sus estudios en el Colegio de San Carlos(2).
(2) Citado por el doctor Hernán Félix Gómez. "La Ciudad de Corrientes" (1944).
A los 17 años de edad fue a España, ingresando en la Universidad de Salamanca, recibiéndose de Abogado. A su regreso, ocupó el cargo de secretario del Consulado.
Luchó en la defensa y reconquista de Buenos Aires durante las invasiones inglesas (1806-1807). Formó parte de la Sociedad de los Siete, siendo vocal de la Primera Junta (1810).
Organizó la expedición al Paraguay, en cuya marcha fundó el pueblo de Curuzú Cuatiá.
Combatió en las batallas de Campichuelo, Paraguarí, Tacuarí y Piedras.
El 27 de Febrero de 1812 creó la bandera nacional. Al año siguiente (1813), fue nombrado General en Jefe del Ejército del Norte, obteniendo victorias como las de Tucumán (24/IX/1812) y Salta (20/II/1813).
Luchó en los campos de Vilcapugio y Ayohuma (1813).
Sirvió a su país, sin interrupción, hasta su muerte. Fue un gran patriota y ejemplo de virtudes cívicas dignas de cultivarse. Falleció en Buenos Aires, el 20 de Junio de 1820.
Por su actuación en la expedición al Paraguay (1810) está vinculado a la historia regional. Sus fuerzas fueron reforzadas con voluntarios correntinos, entre ellos, el niño héroe, inmortalizado como el Tambor de Tacuarí, oriundo de Concepción, antes denominado Yaguareté Corá.
Una división de milicias correntinas, a las órdenes de José de Silva, apoyó su avance al Norte del Alto Paraná y protegió su retirada y, otra de milicias misioneras, comandadas por Tomás de Rocamora, lo asistió en la ocupación de Candelaria y las Misiones paraguayas.