DEPARTAMENTO SANTO TOME
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La ocupación y el poblamiento del territorio de Corrientes se inició con la fundación de la Ciudad de San Juan de Vera de las Siete Corrientes, el 3 de Abril de 1588.
Dicha población, ubicada sobre el río Paraná, frente al Chaco y el Paraguay, se consolidó lentamente y, desde principios del siglo XVII, comenzó a extender su jurisdicción en dirección al Sur y al Este de ese distrito.
Pequeñas reducciones de indios se asentaron en Itatí, Santa Lucía y lugares intermedios. La escasa población y la actividad ganadera que la sustentaba, obligaron a ganar otros espacios y extender sus actividades. De todos modos, esa expansión fue muy lenta, y hacia 1760, casi dos siglos después de la fundación de la ciudad, la jurisdicción de Corrientes llegaba hasta el interfluvio de los ríos Santa Lucía y Corriente(1).
(1) Si bien es tradición no confirmada el nombre Corriente, el efecto para el lector no advertido es el de la omisión de la “s”.
Un amplio espacio de lo que hoy es el actual territorio de la Provincia, se hallaba entonces ajeno a su jurisdicción.
Con independencia de la expansión alentada por los vecinos de Corrientes, centrada en la margen izquierda del río Paraná, otro proceso de poblamiento comenzó a radicarse en la cuenca del río Uruguay y sus afluentes, en lo que es hoy la parte oriental de la provincia(2).
(2) Citado por Ernesto J. A. Maeder y Alfredo J. E. Poenitz en, “Corrientes Jesuítica (Historia de las Misiones de Yapeyú, La Cruz, Santo Tomé y San Carlos en la Etapa Jesuítica y en el período posterior, hasta su disolución)” (2006), Corrientes.
Dicha corriente tuvo dos protagonistas principales: el gentío guaraní y los Padres jesuitas.
Los indios no sólo poblaban entonces el territorio de Corrientes, sino una región mucho más extensa. Sus parcialidades se hallaban distribuidas a lo largo de la cuenca de los ríos Paraná y Uruguay, y se extendían en lo que hoy es el sur del Brasil, el Paraguay y la Mesopotamia Argentina.
Los guaraníes constituían un pueblo que provenía del área amazónica, desde la cual se habían desplazado en época remota. Por su lengua y su cultura material, integraban la gran familia tupí-guaraní. Formaban pequeñas comunidades y vivían dispersos en aldeas aisladas e independientes, ubicadas sobre el curso de los ríos.
Dichas aldeas estaban formadas por casas comunales, alargadas, en las cuales convivían varias familias; en el interior de las mismas colgaban sus hamacas y guardaban sus enseres domésticos.
La alimentación se basaba en una dieta de mandioca, batatas, zapallos, porotos y maíz, que cultivaban en los claros de la selva y que abandonaban una vez que el suelo daba señales de agotamiento. La caza y la pesca complementaban su alimentación.
La convivencia en las aldeas estaba regida por un complejo sistema de parentesco que vinculaba a las familias dispersas a través de intercambios, colaboraciones y festejos.
Ninguna estructura política definida regía en estas aldeas, diseminadas por la selva, ya que no constituían ni una nación ni mucho menos un Estado. Sólo se advertían entre ellos dos estructuras de poder y prestigio, autónomas y, a veces, antagónicas: los caciques y los hechiceros.
Los primeros, llamados “tuvicha”, poseían cierto poder, capaz de coordinar actividades comunales o conducirlos, en caso de guerra. Los segundos, o “paje” (shamanes, en el lenguaje de la antropología), se encargaban de las curaciones y de la reflexión a través del canto, la actividad ritual y la magia.
En este pueblo centraron su actividad misional los jesuitas. Estos sacerdotes pertenecían a una Orden religiosa que había sido fundada por Ignacio de Loyola y que había sido aprobada por la Iglesia en 1540. Desde entonces, se habían dedicado a una intensa labor de predicación y de enseñanza en Europa, procurando contrarrestar la acción de los protestantes y afirmar la fe católica.
En América, desplegaron una labor intensa, con ejemplar disciplina y celo apostólico, fundando colegios, dirigiendo conciencias y aplicándose, especialmente, a las misiones entre los pueblos indígenas.
Al Tucumán y al Río de la Plata llegaron a fines del siglo XVI. Particularmente, en el ámbito del Paraguay y Nordeste argentino, su labor se centró en los guaraníes.
Si bien los frailes franciscanos se habían abocado, inicialmente, a su evangelización y formado numerosos pueblos en el Paraguay, desde fines del siglo XVI, los jesuitas retomaron esa empresa con entusiasmo a principios del siglo XVII. Fue así como sus misiones se extendieron en varias direcciones, siempre en busca de los guaraníes, que habían permanecido ajenos u hostiles a la conquista española.
Merced a la prédica y amparo ofrecido por los sacerdotes de la Compañía de Jesús, muchos de ellos se avinieron a formar pueblos o reducciones en diferentes comarcas. Hacia mediados de 1630, el número de reducciones fundadas llegó a cuarenta.
Sin embargo, este éxito inicial pronto se vio oscurecido por la llegada de los bandeirantes paulistas. Dichas expediciones, formadas por aventureros portugueses, mestizos e indios tupíes, tenían por objeto apresar a los guaraníes reunidos en pueblos, para ser utilizados como mano de obra esclava en la costa brasileña.
Esas incursiones, inicialmente limitadas y luego cada vez más numerosas, causaron millares de víctimas, el éxodo forzado de otros tantos y la destrucción de varios pueblos de las misiones jesuíticas de guaraníes.
Esta situación dramática obligó a los jesuitas a pedir auxilio a las autoridades locales, renuentes, en principio, a prestarlo, y a disponer el repliegue de los pueblos más alejados y su reubicación, tras la frontera natural que ofrecía la margen derecha del río Uruguay, en los actuales territorios de Misiones y Corrientes.
Al mismo tiempo, con autorización real, lograron adiestrar y armar las primeras milicias guaraníes, que en 1641 repelieron el ataque y derrotaron a los bandeirantes en Mbororé, en un afluente del mismo río Uruguay.
En la década de 1640 y como resultado del éxodo de los guaraníes desde el Guairá, el Tapé y otras regiones, el número de reducciones se disminuyó a sólo veinte, mientras el espacio ocupado por ellas se vio limitado al sur del Paraguay y el nordeste de Misiones y Corrientes, en la actual Argentina.
Dentro de ese conjunto de pueblos, se hallaban Yapeyú, y otros tres, nombrados La Cruz, Santo Tomé y San Carlos, que llegaron al sitio que hoy ocupan, luego de abandonar sus tierras originarias en el actual Río Grande do Sul.
Dichos pueblos permanecieron allí y su historia particular guarda mucha similitud con el resto de las misiones. Los jesuitas lograron la consolidación de las mismas y, más tarde, su aumento y expansión, recuperando así gran parte del territorio que habían abandonado en la década de 1630.
El número de pueblos llegó a treinta y su extenso distrito, con una importante población, fue centro de actividades económicas y culturales, que conducido pastoralmente por los jesuitas, fue conocido como las Misiones Jesuíticas de Guaraníes.
Dichas misiones dependían políticamente de los gobernadores de Buenos Aires y del Paraguay y en lo eclesiástico, de los obispos residentes en las capitales de ambas provincias.
Los cuatro pueblos ubicados al oriente de Corrientes integraban ese conjunto, que era independiente de la jurisdicción de aquella ciudad. Las cuatro reducciones aumentaron su población, expandieron sus estancias, prestaron distintos servicios militares en ambas gobernaciones y dotaron a sus pueblos de un importante patrimonio urbano y cultural.
Ese distrito misional, con diferentes alternativas, se mantuvo hasta 1768, fecha en que, por razones políticas, la monarquía española deportó a los Padres jesuitas y secularizó las misiones.
En ese mismo distrito, se creó la Gobernación de Misiones, y en la etapa virreinal, pasó a depender de las Intendencias de Buenos Aires y Asunción. Para su mejor administración, la gobernación fue dividida en departamentos: uno de ellos fue el de Yapeyú, cuya jurisdicción se extendía a los pueblos de La Cruz, Santo Tomé y San Borja. A su vez, el pueblo de San Carlos se integró al Departamento de Concepción.
La Administración secular no fue eficaz. Decayó la economía, disminuyó la población, se deterioraron las costumbres, los servicios y los edificios, generalizándose una notoria decadencia en las misiones.
La revolución de Mayo, si bien impulsó los cambios políticos que conducirían a la independencia de las Provincias Unidas, no pudo evitar que la guerra alcanzara también a las misiones. Ese distrito quedó dividido entre el Brasil, el Paraguay y Buenos Aires.
Las invasiones portuguesas, la ocupación de los departamentos de Candelaria y Concepción por el Gobierno del Paraguay y las luchas civiles que sucedieron en Corrientes, causaron la destrucción y el éxodo de los guaraníes en los 17 pueblos que quedaron en la órbita argentina. El departamento de Yapeyú, fue uno de los más castigados por estos conflictos. El pueblo fue incendiado y quedó en ruinas.
A la destrucción de los pueblos y el éxodo de los guaraníes, sucedió una larga etapa de abandono y silencio. La provincia de las misiones dejó de existir como entidad política.
A su vez, la provincia de Corrientes procuró, por diversos medios, ocupar el vasto espacio vacío que había quedado entre la laguna Iberá y el río Uruguay. Fue así cómo incorporó las tierras y el pueblo de La Cruz y Yapeyú y, más tarde, los de Santo Tomé y San Carlos.
Ya en la segunda mitad del siglo XIX, la provincia estuvo en condiciones de repoblar y organizar institucionalmente esa región. Los antiguos pueblos se volvieron a fundar y nuevos pobladores y colonos se instalaron en ellos. Los caminos los vincularon entre sí y en la antigua sede de Yapeyú surgieron departamentos y pueblos con autoridades y actividades renovadas.
Otra época había comenzado. De las antiguas reducciones sólo quedaban las ruinas y un difuso recuerdo de su pasado. Ya no había guaraníes ni jesuitas, sino criollos e inmigrantes que constituían una nueva sociedad en aquella región hoy correntina.
La actual revalorización de aquella civilización cristiano-guaraní, el paulatino rescate de sus ruinas y de su pasado cultural, así como la declaración de patrimonio de la humanidad para esos conjuntos urbanos que hoy atraen al turista y al estudioso, requieren una renovada información sobre ese pasado y, en particular, sobre la historia de estos pueblos de los cuales hoy Corrientes se enorgullece.
Ver:
Etapa jesuítica (1610 - 1768) - La guerra guaranítica y sus consecuencias en los pueblos del Uruguay - Etapa postjesuítica -