El comercio interior de Corrientes en su proceso de autonomía
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Agricultura y ganadería en pequeña escala, caza y pesca, en una región natural como la correspondiente a Corrientes facilitaban la subsistencia de gran parte de la población, reduciendo la necesidad de transacciones mercantiles(1).
(1) Partes de este material fueron ya publicadas en “Mercado de Mercancías, Mercado Monetario y Mercado de Capitales en el Litoral Argentino de la Primera Mitad del Siglo XIX (el Caso de la Provincia de Corrientes)” (1987), Año II, Nro. 4. Ed. Siglo XIX, Monterrey (México). // Citado por José Carlos Chiaramonte. “Mercaderes del Litoral (Economía y Sociedad en la provincia de Corrientes en la primera mitad del siglo XIX)” (1990). Ed. Fondo de Cultura Económica, México/Buenos Aires.
El cultivo doméstico de maíz, batata, mandioca, zapallos, cítricos y otros vegetales, junto con la leche de algunos vacunos, la pesca en el amplio sistema hidrográfico provincial y la abundante caza de diversas especies de aves y mamíferos, contribuía a resolver, en distinto grado, el problema de la alimentación en buena parte de la población rural.
Los ovinos, abundantes en la provincia, proporcionaban la lana que, como el algodón, se utilizaba ampliamente en la producción doméstica textil. A estos recursos se sumaba la fácil provisión de cuero ya comentada.
La facilidad de la reproducción de ganado mayor y menor en la provincia era notable, a punto tal que, por ejemplo, a fines del período colonial el bajo precio de los equinos había impulsado a los hacendados -según informaba un corresponsal correntino del Consulado de Buenos Aires- a sacrificarlos sin utilización lucrativa:
“El ganado caballar es tanta su abundancia que los criadores aburridos con él (...) han hecho y están haciendo mortandades”.
Otro testimonio, de 1822, permite también inferir la relativa facilidad de la posesión de ganado -en este caso- vacuno:
“Estas campañas -escribía el Alcalde Provincial- principalmente la de entre el Batel y río Corriente, se hallan llenas de tristes albergues y miserables tugurios cuyos moradores no alcanzo a concebir cómo pueden mantenerse, si no es el del robo y del pillaje.
“Muchos no tienen una lechera y la mayor parte no alcanza a poseer dieciséis”(2).
(2) “Informe del diputado por Corrientes, Dn. Isidoro Martínez y Cires”, en el “Telégrafo Mercantil, Rural, Político-Económico e Historiográfico del Río de la Plata. 1801-1802” (1914), reimpresión facsimilar por la Junta de Historia y Numismática Argentina, tomo VI, Año 1801, p. 368, número del 22 de Agosto de 1801, Buenos Aires; Informe del Alcalde Provincial, José J. de Goytía, al gobernador Fernández Blanco, Batel, 19 de Febrero de 1822, en el Archivo General de la Provincia de Corrientes, “Documentación Histórica” (1928), Años 1821 y 1822, p. 156, Corrientes. // Todo citado por José Carlos Chiaramonte. “Mercaderes del Litoral (Economía y Sociedad en la provincia de Corrientes en la primera mitad del siglo XIX)” (1990). Ed. Fondo de Cultura Económica, México/Buenos Aires.
Como el alimento, también la vestimenta era por lo común de producción doméstica; todos los tejidos, incluso ponchos, se hacen en las campañas -escribe d’Orbigny- en telares de una sencillez dificil de creer. Cada familia posee el suyo, en el que tejen mujeres e hijas(3).
(3) Alcides d’Orbigny. “Viajes por la América Meridional” (1946), tomo 1, p. 324. Ed. Futuro, Buenos Aires. // Citado por José Carlos Chiaramonte. “Mercaderes del Litoral (Economía y Sociedad en la provincia de Corrientes en la primera mitad del siglo XIX)” (1990). Ed. Fondo de Cultura Económica, México/Buenos Aires.
Las actividades mercantiles tenían, por lo tanto, permanentes límites que provenían de esa amplia vigencia de la producción doméstica. En la medida en que ellas fuesen necesarias, el trueque persistía como el recurso más generalizado, tal como admirara en la misma capital provincial a uno de los Robertson, hacia 1815:
“No dejo de sorprenderme el oír los curiosos pregones de una cantidad de rapazuelos congregados en mi puerta ... sal por velas, gritaba uno; tabaco por pan, chillaba otro; yerba por huevos, vociferaba un tercero; tomates por azúcar, aullaba el cuarto.
“De tal suerte, una docena de rapaces -varones y mujeres- ofrecían papas en cambio de almidón; leña en cambio de harina; cigarros por jabón; verduras por azul de lavar; manteca por pimienta; chorizos por aceite; leche por vinagre; y en este quid pro quo, cantidad de provisiones caseras culinarias en que pueden competir correntinos y correntinas para satisfacción de sus necesidades por medio del trueque”(4).
(4) J. P. y G. P. Robertson. “Cartas de Sud-América”, primera serie: “Andanzas por el Litoral Argentino. 1815-1816” (1946), p. 97. Ed. Emecé, Buenos Aires. // Citado por José Carlos Chiaramonte. “Mercaderes del Litoral (Economía y Sociedad en la provincia de Corrientes en la primera mitad del siglo XIX)” (1990). Ed. Fondo de Cultura Económica, México/Buenos Aires.
Sin embargo, ciertas necesidades monetarias eran insalvables. Exigencias de la vida social, como los servicios religiosos o el juego y algunas compras que no pudiesen efectuarse por trueque, demandaban el uso monetario en cierta escala(5).
(5) Véanse los aranceles eclesiásticos para bautismos, casamientos y entierros; ley del 22 de Mayo de 1827, en el “Registro Oficial de la Provincia de Corrientes”, tomo II, p. 112. // Citado por José Carlos Chiaramonte. “Mercaderes del Litoral (Economía y Sociedad en la provincia de Corrientes en la primera mitad del siglo XIX)” (1990). Ed. Fondo de Cultura Económica, México/Buenos Aires.
Así, las cuentas de peones de un establecimiento rural registran, junto a mercaderías de diversa naturaleza, la entrega de cortas cantidades de reales(6).
(6) Cuentas de León Spalding, en el Archivo General de la Provincia de Corrientes, Papeles de Particulares, Legajo Unico. // Citado por José Carlos Chiaramonte. “Mercaderes del Litoral (Economía y Sociedad en la provincia de Corrientes en la primera mitad del siglo XIX)” (1990). Ed. Fondo de Cultura Económica, México/Buenos Aires.
El mismo testimonio de los Robertson agrega, a continuación del párrafo recién citado:
“Debo decir que a tales gritos se añadían otros, proferidos por un mayor número de muchachos que anunciaban también variedad de artículos pero, todos por ‘plata’“.
La circulación monetaria era lógicamente mayor en la ciudad capital, pero la escasez de moneda de plata afectaba igualmente las transacciones. Esto obligó al Gobierno, en 1826, a la emisión de papel moneda, por la corta suma de 3.000 pesos fuertes.
En sus considerandos, el decreto relativo a la emisión refiere que no sólo se dificultaban los pagos de impuestos, sino las transacciones que debían realizar “todas las clases de familias” para subvenir a sus necesidades elementales, perjuicios que consistían, sobre todo, en las pérdidas sufridas al cambiar las onzas de oro por moneda de plata, cuya escasez las sobrevaluaba respecto del oro(7).
(7) “Registro Oficial de la Provincia de Corrientes”, tomo II, p. 49. // Citado por José Carlos Chiaramonte. “Mercaderes del Litoral (Economía y Sociedad en la provincia de Corrientes en la primera mitad del siglo XIX)” (1990). Ed. Fondo de Cultura Económica, México/Buenos Aires.
En este medio de crónica escasez menetaria -no resuelta, por supuesto, con la modesta emisión de 1826- el trueque no era sólo un recurso de los consumidores, pues también lo empleaban comerciantes y productores para negocios de mayor monto(8).
(8) Cuentas de León Spalding. Asiento de venta de 41 cabezas de ganado vacuno a cambio de tabaco y miel, uno de los negocios por trueque asentados en sus cuentas, en el Archivo General de la Provincia de Corrientes, Papeles de Particulares, Legajo Unico; correspondencia de José Cayetano Fernández con José Fontenau, Septiembre de 1834 a Noviembre de 1835 (pago de efectos diversos, hecho en parte con metálico y en parte con productos ganaderos de San Antonio del Palmar, al comerciante residente en Corrientes), en: “Fernández, José Cayetano, Concurso”, en el Archivo General de la Provincia de Corrientes, Expedientes Administrativos, Sección Judicial, 1835, Legajo Nro. 83, Expediente Civil 2.253. // Citado por José Carlos Chiaramonte. “Mercaderes del Litoral (Economía y Sociedad en la provincia de Corrientes en la primera mitad del siglo XIX)” (1990). Ed. Fondo de Cultura Económica, México/Buenos Aires.
Como especialización, el comercio estaba manejado por dos clases de mercaderes: la de los comerciantes legalmente autorizados de la capital, villas y pueblos del Interior de la provincia, que solían auxiliarse con el empleo de corredores a los que proveían de mercaderías para intercambiar por los productos de especial demanda, tales como tabaco o cueros; y la de los propietarios rurales que comercializaban no sólo sus productos sino también los de su región y reunían, entonces, las dos condiciones, de productores y comerciantes.
Por prescripción constitucional estaban excluidos del comercio -en el Interior de la provincia- los extranjeros que no fuesen “domiciliados”, esto es, los que ingresaran 4.000 pesos como mínimo o tuviesen un oficio o profesión útil y supiesen leer y escribir.
Se les prohibía expresamente recorrer el Interior y se les fijaba como único lugar de residencia la Ciudad de Goya, autorización ampliada -en 1830- a los puertos de Bella Vista y Esquina. Se exceptuaban también los dueños de establecimientos agrarios que, según las reformas constitucionales de 1824, superasen un valor mínimo de 2.000 pesos fuertes(9).
(9) Reglamento Provisorio Constitucional (1821) y Ley Constitucional (1824), en el “Registro Oficial de la Provincia de Corrientes”, tomo I, pp. 25 y 247; ley del 22 de Enero de 1830, en “Registro Oficial de la Provincia de Corrientes”, tomo II, p. 359. // Todo citado por José Carlos Chiaramonte. “Mercaderes del Litoral (Economía y Sociedad en la provincia de Corrientes en la primera mitad del siglo XIX)” (1990). Ed. Fondo de Cultura Económica, México/Buenos Aires.
El comercio por medio de corredores, reglamentado por el Estado Provincial, poseía características comunes a las de toda Hispanoamérica colonial y postcolonial. Para el caso correntino fueron descriptas por los Robertson y por d’Orbigny.
La forma de comerciar en Corrientes -dicen los súbditos británicos- es la de “habilitar” a los productores rurales con dinero o mercancías, que son entregadas a cuenta de futuros acopios de frutos del país.
Los riesgos de una operación -que denominan “habilitaciones o créditos”- es que estaba fundada en un convenio verbal que obligaba -añaden- a fijar precios muy por encima de los reales a las mercancías entregadas al productor rural y valuar muy bajo las suyas.
Este debía entregar luego al comerciante -al precio previamente convenido- los frutos acopiados, operaciones mercantiles que comprobaremos al describir las actividades de algunos establecimientos rurales.
Por su parte, d’Orbigny describe similares procedimientos en la producción de tabaco:
“Multitud de pequeños comerciantes recorren el campo cuando se aproxima la temporada, ofreciendo sus mercaderías a los agricultores”.
Estos las compran a crédito, debiendo pagarlas más adelante con el tabaco. Los comerciantes venden sus mercaderías asegurándose “un beneficio mínimo del ciento por ciento” y las adelantan a los compradores según el mayor rendimiento que estimen de la futura cosecha:
“Varias veces -recuerda- asistí a las transacciones sin moneda”. El comerciante “empieza por doblar el precio de su mercadería y conviene recibir, antes que se haya establecido el precio de la cosecha del año, por ejemplo, cada mazo de venta -es decir de un calibre conocido en el país- a razón de un peso, o sea cinco francos, seguro de ganar bastante sobre el precio, pues vi comerciantes de esos que vendían tabaco a doce reales, vale decir, siete francos con cincuenta, el mazo, en el momento más favorable del mercado”.
El tabaco se lleva luego a Corrientes en carretas y allá se vende a comerciantes mayoristas que lo expiden a Buenos Aires(10).
(10) J. P. y G. P. Robertson. “Cartas de Sud-América”, primera serie: “Andanzas por el Litoral Argentino. 1815-1816” (1946), pp. 195 y sigts. Ed. Emecé, Buenos Aires; Alcides d’Orbigny. “Viajes por la América Meridional” (1946), tomo 1, p. 232. Ed. Futuro, Buenos Aires. En la obra de los Robertson se ilustra la situación privilegiada del habilitador frente al productor; los productores “...encontraban más cómodo llevar sus pocos cueros a Goya que viajar con ellos a Corrientes. Nada sabían de números, cuentas, medidas o pesas...”. J. P. y G. P. Robertson. “Cartas de Sud-América”, primera serie: “Andanzas por el Litoral Argentino. 1815-1816” (1946), p. 178. Ed. Emecé, Buenos Aires. // Todo citado por José Carlos Chiaramonte. “Mercaderes del Litoral (Economía y Sociedad en la provincia de Corrientes en la primera mitad del siglo XIX)” (1990). Ed. Fondo de Cultura Económica, México/Buenos Aires.
Las habilitaciones a los productores y el empleo de corredores no eran exclusivos de la producción tabacalera y pecuaria. Se utilizaban para la captación de todos los frutos del país de importancia mercantil(11).
(11) Alcides d’Orbigny. “Viajes por la América Meridional” (1946), tomo 1, pp. 158 y 321. Ed. Futuro, Buenos Aires; J. P. y G. P. Robertson. “Cartas de Sud-América”, primera serie: “Andanzas por el Litoral Argentino. 1815-1816” (1946). Ed. Emecé, Buenos Aires; decreto del 19 de Octubre de 1829, en el Registro Oficial de la Provincia de Corrientes, tomo II, p. 344; oficio de Teófilo Yusi, Belén, 29 de Enero de 1812, Coleção Visconde do Rio Branco, Biblioteca Nacional, Rio de Janeiro, Brasil, I, 30, 26, 89. Este personaje, al que parece habérsele confiado la misión de ayudar al pueblo de Belén -en Paraguay- ofrece una versión interesante de las habilitaciones. Dado el infeliz estado de la población de Belén, consulta si la podrá “fomentar y auxiliar” con sus “propios intereses” para que sus habitantes puedan emprender algunos trabajos útiles, “llevando una cuenta exacta -agrega- a fin que se me pague con preferencia, como es debido a todo Habilitador...”. // Todo citado por José Carlos Chiaramonte. “Mercaderes del Litoral (Economía y Sociedad en la provincia de Corrientes en la primera mitad del siglo XIX)” (1990). Ed. Fondo de Cultura Económica, México/Buenos Aires.
El Gobierno Provincial reglamentó la profesión de corredor, entre otros motivos por algo que ya había preocupado en tiempos coloniales: la necesidad de reprimir actividades mercantiles clandestinas calificadas de vagancia.
Por decreto de Octubre de 1829, cuyos considerandos refieren los perjuicios causados a los productores rurales por sujetos de dudosas condiciones que actuaban como corredores, declara el cese de todos los existentes hasta el momento y dispone que, de allí en adelante, los comerciantes que quisieren emplear corredores debían presentarlos a los Jueces de Policía y otorgarles una fianza. El funcionario, a su vez, proveería de un distintivo especial a dichos sujetos para ser utilizado durante sus operaciones.
En los artículos finales del decreto se describen las actividades consideradas ilícitas en relación a la compraventa de cueros y crin y las penas correspondientes. Pocos años después, la persistencia de los mismos problemas es alegada en los considerandos de otro decreto que prohibía el corretaje en la campaña y centralizaba en las Villas las operaciones mercantiles. El único mercado de cada Departamento será “su plaza respectiva”(12).
(12) Decretos del 19 de Octubre de 1829 y del 23 de Agosto de 1833, en el “Registro Oficial de la Provincia de Corrientes”, tomo II, pp. 344 y tomo III, p. 191, respectivamente. // Citado por José Carlos Chiaramonte. “Mercaderes del Litoral (Economía y Sociedad en la provincia de Corrientes en la primera mitad del siglo XIX)” (1990). Ed. Fondo de Cultura Económica, México/Buenos Aires.
No sabemos si el decreto fue cumplido, pero la práctica de las habilitaciones continuó y datos dispersos, que comentaremos al tratar de la producción rural, indican que los corredores siguieron en actividad.
Aunque nos lleve a un momento bastante anterior al que consideramos, es interesante comprobar que el mismo problema y similares medidas oficiales tuvieron lugar treinta años antes, en e1 período colonial. Sobre el caso, nos informan dos peticiones elevadas al virrey Pedro Melo de Portugal y Villena y al Consulado de Buenos Aires, en 1797.
Ellas describen una situación en todo semejante a la denunciada por los decretos de 1829 y 1833, pero son más ricas en sus detalles sobre las relaciones entre los comerciantes habilitadores y los productores. Contienen -además- referencias sobre intereses que habrían jugado tras las medidas del virrey Melo en perjuicio de los corredores.
También en aquella oportunidad se intentó obligar a los comerciantes a retirarse a las Villas -entonces sólo las de San Roque y Saladas- prohibiéndoseles comerciar por la campaña.
El argumento más fuerte utilizado para justificar la medida era, asimismo, que esas actividades mercantiles estimulaban en los pobladores rurales la matanza ilícita de animales ajenos para extraer los cueros que se cambiaban por los “efectos de Castilla” de los comerciantes.
Pero en estos dos documentos que comentamos se encuentra algo más: la acusación de que tal argumento comportaba “una calumnia que nos imputan los que al pretexto de ella solicitan estancar en sus manos el comercio del país”.
Esta acusación informa sobre un conflicto de intereses en torno al dominio del comercio interno de la provincia, conflicto en que los comerciantes más fuertes -aludidos como “señores de la ciudad”- intentaban anular la competencia de sus más activos rivales y quedarse con su lucrativo negocio, según el contenido de estos documentos.
No obstante, lo más interesante para nuestro tema es la descripción del sistema de habilitación y de sus justificaciones:
“En efecto, la población con quien tratamos, corta en su número pero extendida por dilatadas campañas; los frutos del país, todos voluminosos y de difícil conducción; y, en fin, la pobreza de sus moradores, su poca industria y aplicación, todo esto junto nos pone en la precisión de internarnos con no poco trabajo por todos los parajes habitados para lograr el cambio a que está reducido nuestro tráfico.
“Pero por este medio, el mísero hacendado consigue expender sus frutos, que de otro modo los perdería inútilmente, y surtirse de lo que no podría alcanzar sino se le llevase hasta las puertas de su habitación.
“Al mismo tiempo el mercader, a esfuerzos de su actividad y diligencia, con un principal las más veces escaso y limitado, se proporciona el acopio de esos mismos frutos que jamás lograría sino se tomase el trabajo de irlos a buscar de una hacienda en otra”.
Los afectados por las restricciones dispuestas por el virrey estaban “fomentando a los hacendados” -alegan- con sus entregas de mercancías(13).
(13) Archivo General de la Nación. “Consulado de Buenos Aires, Actas, Documentos” (1937), tomo II, pp. 520 y sigts., Años 1796 a 1797, Buenos Aires. Estos comerciantes, al acusar a sus adversarios ocultan una clave de su propio negocio menos defendible, pues declaran -en aparente aflicción por la suerte de los productores-:
“... cómo ha de poder conducir a los parajes prefijados el pobre labrador o hacendado, los frutos de sus cosechas y ganados desde las distancias en que se halla, cuando los gastos de conducción exceden por lo común el precio que por ellos reporta”.
El argumento pasa por alto el gravamen que significa para esos productores el recargo de precios de las mercancías que reciben del comerciante (ídem, lug. cit.). // Citado por José Carlos Chiaramonte. “Mercaderes del Litoral (Economía y Sociedad en la provincia de Corrientes en la primera mitad del siglo XIX)” (1990). Ed. Fondo de Cultura Económica, México/Buenos Aires.
Retornando al momento que estudiamos, observemos en cuanto respecta al comercio urbano que, además del ocasional en la ya descripta forma del trueque y de los vendedores ambulantes, existían negocios minoristas y mayoristas, de las tres variedades entonces habitules: pulperías -de “menudeo”, exclusivamente-; tiendas; y almacenes.
La reglamentación del impuesto de patentes las describe con mayor precisión al clasificarlas a los efectos de aplicarles la escala del impuesto.
Las tiendas eran de tres clases: las que reunían en sí solas “la venta de efectos secos, caldos por mayor y menor, con comestibles u otros artículos”; las que sólo vendían “efectos secos, caldos por mayor, armas, etc.”; y las que sólo vendían efectos secos. Los almacenes de una sola categoría impositiva vendían caldos u otros efectos por mayor y menor o sólo por mayor(14).
(14) “Registro Oficial de la Provincia de Corrientes”, tomo I, p. 357. // Citado por José Carlos Chiaramonte. “Mercaderes del Litoral (Economía y Sociedad en la provincia de Corrientes en la primera mitad del siglo XIX)” (1990). Ed. Fondo de Cultura Económica, México/Buenos Aires.
Los registros del impuesto de patentes y los papeles de escribanías permiten comprobar que gran parte de los comercios minoristas y mayoristas de las ciudades estaban en manos de los comerciantes que ejercían también el comercio exterior de la provincia pues, en realidad, las tiendas y almacenes solían no ser otra cosa que locales -muchas veces transitorios- en los que el comerciante introductor daba salida a sus mercancías.