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La influencia jesuítica en el desarrollo y evolución de la música y las danzas en el área guaraní

Antes de arribar a playas correntinas los primeros hispanos, ya los habitantes de América conocían los misterios de la naturaleza, sus sonidos, los cantos de sus aves, los ríos tumultuosos, de cascadas bulliciosas. Todo ello era reproducido en danzas corales, relatando las virtudes de la tribu o bien, imitando a los animales, primordialmente a las aves.

Elíade dijo que la música tiene “cierta conexión con el movimiento de la sangre”.

Como referencia testimonial de lo dicho por el musicólogo, diremos que Peramás -historiando a los guaraníes-, manifestó que están dotados del genio de las aves con el que la naturaleza les inspira en el canto.

En un principio, la música de los guaraníes fue, como en todo pueblo primitivo, rudimentaria, pero dejaba entrever una predisposición innata, una sensibilidad especial hacia la armonía, en forma tal que los Padres jesuitas hicieron de ellos músicos notables.

El Padre Cherlevoix, en sus cartas annuas, comenta:

“...tienen naturalmente el oído fino para la música y una natural, singular afición a la armonía”.

Aquí otra cita importante para el trabajo que se estudia:

“...aprenden a cantar leyendo música en las piezas más difíciles y hasta podría decir que son cantores como los pájaros”.

La Compañía de Jesús tomó esta predisposición natural como base y luego fue enseñada con métodos y sistemas los elementos teóricos y prácticos de la música. Fueron, así, ganando adeptos, que se acercaban a las Reducciones, deseosos de encontrar lo que siempre han buscado tras su largo migrar hacia “la Tierra sin Mal”.

La música, unida con el canto y la danza, fueron medios didácticos para educar fijando conceptos religiosos, a la vez que construían un pueblo laborioso, donde el trabajo manual, las artesanías, las letras y demás disciplinas, no fueron desatendidas, sino que afianzaron la actitud de los guaraníes, llegando a ser educados casi al máximo, como se consigna en “La República” tan soñada de Platón.

Siguiendo el derrotero testimonial, diremos con palabras del Padre Peramás:

“...no creas que los indios son unos artífices toscos y rudos, ya que se valían de los instrumentos de su arte con tanta habilidad como los más egregios artífices europeos. Te admirarías a la verdad si estuvieras presente y vieras a eximios maestros construir órganos de viento.
“Tuvieron otros egregios maestros, y han heredado cuidadosamente, reteniendo la ciencia y el arte que ellos le legaron”.

La danza en las Reducciones

Se cree que la música, junto con la armonía y el ritmo, hizo que el hombre pudiera extraer facetas, gestos cargados de significación, es decir, encontrar su propia manera de expresarse, una auténtica demostración de su personalidad. Se puede adivinar en ella los grados de refinamiento social de un pueblo que siempre fue, aunque educado y acostumbrado a las danzas palaciegas, conservador adherente de su cultura y, lógicamente, heredero también de las influencias étnicas de su raza.

Los guaraníes bailaban ritualmente, teniendo siempre junto a sus manifestaciones míticas, una guía con “bastones de mando”, quien era el responsable de ordenar la danza hasta que la misma cesara.

Oportuno es recordar que “...en cuanto el Cristianismo empezó a extenderse, introdujo la danza en la ceremonia del culto. Hoy día existe una separación definitiva entre el coro y la nave principal de las iglesias. No ocurría lo mismo en aquel entonces. Con frecuencia, los asistentes cruzaban la frontera establecida y se trasladaban al sitio del coro, para formar parte activa de las danzas que se ejecutaban simultáneamente, con la ceremonia sacra, y de las cuales el sacerdote era el corifeo”.

Se puede deducir qué fácil fue para los Padres jesuitas educar con danzas corales a los primitivos guaraníes, que transportaban la participación en un acto sacramental que los acercaba, de alguna manera, hacia la divinidad.

Idénticas costumbres en ambas culturas, danzas corales dirigidas por sacerdotes y danzas corales guaraníticas dirigidas por un guía con “bastón de mando” o poder conferido por la divinidad.

Luego de la expulsión de los Padres jesuitas, las danzas litúrgicas (juntamente con otras palaciegas), salieron de los templos y ganaron los atrios y luego las plazas. El pueblo guaraní, en una fuerte aculturación, se desprendió en grupos organizados, que fueron a afincarse alrededor de las grandes ciudades, en Buenos Aires, en todo el Litoral argentino, cruzando el río Uruguay, en tierras brasileñas y uruguayas, creando villas importantes en ambas márgenes (República del Uruguay, y en Río Grande do Sul, Brasil).

Continuaron con las enseñanzas impartidas por los sacerdotes jesuitas y, al ser éstos reemplazados por otras congregaciones, las distintas comunidades fueron reorganizadas y guiadas por el “personero”, que no sólo oficiaba “Misa seca”, es decir, sin la consagración, sino que continuaba con las enseñanzas de la herencia cultural asumida con sus propios maestros de letras, sus carpinteros, sus artesanos, sus propios constructores de instrumentos musicales, etcétera, educando a los hijos de los hijos guaraníes.

Se sabe, por el mismo Padre Furlong, que existen aproximadamente cinco mil (5.000) melodías perdidas en el área guaranítica... La pregunta es: ¿Adónde fueron a parar? Seguramente siguiendo el derrotero de las aves -cuya música y coreografía son anónimas-, se descubrirán algunas de aquéllas melodías perdidas, considerando -a través del tiempo-, la facilidad con que el guaraní, en quien “la música tiene cierta conexión con la sangre”, y las danzas, sean los eslabones perdidos de aquella magnífica obra musical extraviada en el tiempo y en el espacio.

Quizás sea la danza, especialmente la folclórica, aquélla que se baila en cualquier sitio, inclusive en salones, patios, etcétera, que los convierte en verdaderos esclavos del ritmo.

Las aves serán, pues, las portadoras del mensaje para esclarecer, en parte y musicalmente, el proceso de folclorización de la música y danzas correntinas vigentes.

Es importante dejar establecido que la “pavana” -danza del siglo XV, que ingresó en el área guaranítica por vía jesuítica-, al salir de los altares, fusionada con otras formas coreográficas palaciegas, es lo que la gente de la campaña correntina llama “El pavo antiguo”.

Llegaron a estas tierras otras formas, otros ritmos, otras melodías y el otrora pueblo guaraní, ya mestizado, formando la raza criolla, guardó celosamente sus conocimientos y se dio el caso, según Carlos Vega, del proceso imposible: “Un proceso de folclorización de campaña en campaña”.

El movimiento coreográfico se fue modificando con el tiempo y convirtiéndose en figuras de “contradanza”, donde se imita el vuelo de las aves, o algunos de sus movimientos más típicos, donde se insinúa la “pareja enlazada” hasta que irrumpe un nombre con toda la herencia telúrica de siglos y expresa un modo, una manera de bailar, llamado “chamamé”.

Grandes fueron las disputas y grandes los desaciertos en cambiarle el nombre otorgado a la danza correntina por excelencia. O bien intentaron cerrar un capítulo para no reconocer el pasado guaraní, o la simple creencia de que se trataba de una “polca” con nombre guaraní. Todos estos hechos hacen negar el oscurantismo pseudoculturalista que trató de esconder, bajo falsos rótulos, una auténtica modalidad expresiva de neto origen guaraní.

Lo anónimo en folclore significa maduración de años, inclusive de siglos, y por ellos posee una mayor validez que entraña su permanente vigencia.

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