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Zuviría, Facundo

BIOGRAFIA I

- El sortilegio de las palabras

Tenía una peligrosa generosidad verbal. Cuando Facundo Zuviría hablaba, todos tenían que enmudecer. Hablaba siempre; hablaba por él y por los demás. En su presencia nadie pudo meter baza porque nunca dejó resquicio donde tentar la suerte. Quesada, tantas veces su auditor en las veladas de Paraná, asegura que

“... no se fatigaba nunca. Se alarmaba cuando sospechaba que había entre los oyentes alguno que aspiraba a sucederle, que espiaba el momento de terciar en sus interminables monólogos.
“Entonces doblaba la rapidez y la palabra tomaba una celeridad vertiginosa. El oído de los espectadores quedaba adormecido y era preciso escaparse”(1).

(1) Víctor Gálvez (Vicente G. Quesada). “Memorias de un Viejo”, p. 92. // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.

Era un alud de tropos literarios precipitándose implacable sobre los resignados contertulios. Peroraba de pie ante el auditorio sentado y no era solamente con palabras como inmolaba a sus víctimas; aquéllo era una representación teatral con todos sus personajes, bambalinas y hasta orquesta.

Hablaba moviéndose a largos trancos; accionaba sus brazos inconmensurables; gesticulaba con la boca y las cejas, rubricando los períodos más patéticos. Tenía recursos muy superiores a los de Culebras en “Los Seis Grados del Crimen” o Casacuberta en “Treinta Años o la Vida de un Jugador”.

Se embriagaba con su oratoria. Pero, no obstante sus gestos, sus trancos, las inevitables frases hechas, indispensables latiguillos, pausas en suspenso y cambio de tono para acompañar el juego de los párrafos; pese -en fin- a los clásicos recursos del oficio, Facundo Zuviría no era un charlatán hueco, de frases bien cortadas en perjuicio del correcto encadenamiento de ideas.

Su dialéctica era honrada y partía de conceptos claros para ir a través de juicios inobjetables a raciocinios bien conseguidos. No jugaba con las palabras; su formidable logorrea (la más caudalosa de nuestra historia) expresaba pensamientos nobles y advertencias sutiles, logrados con pleno dominio de las reglas y de la lógica.

¡Lástima grande que tan precioso instrumento estuviera al servicio de una vanidad pequeña de tertulia! Porque Facundo Zuviría desmenuzó su positiva inteligencia en arrestos de salón y heroicidades de café público. Dijo las verdades más grandes en el Congreso; pero si fue quien mejor y más habló, fue también quien lo hizo con mayor ineficacia.

Le faltaba valor para sostener sus opiniones; o tal vez su apresurada vanidad buscaba el triunfo fácil en perjuicio de la victoria definitiva largamente madurada. Pese a ser el presidente, no tuvo influencia en el dictado de la Constitución, ni en ninguna de las resoluciones del Congreso.

En todo fue la antítesis de Carril: el sanjuanino silencioso y eficaz hizo casi todo en la obra de Santa Fe; el salteño locuaz e inoperante no consiguió que prevaleciera uno solo de sus proyectos. Aquél, callado en la penumbra de la Sala, supo manejar con habilidad los hilos de la trama constituyente; éste, gesticulando y perorando en la Presidencia, quedó ajeno en realidad a lo que se hacía y votaba.

Es que ni tuvo coraje para arremeter la corriente ni habilidad para conducirla o conducirse. Tenía el don de la inoportunidad y nunca supo dónde iba el rumbo; en su larga vida pública anduvo a veces por el Gobierno, a veces por la oposición, pero en ningún caso por pasiones o por ideales. No tenía valor para enfrentar a los gobernantes, ni suficiente discreción para medrar junto a ellos.

Lo arrastraría el irresistible sortilegio de las palabras a decir cosas irreparables. Como hablaba siempre, hablaba siempre de más. Los hombres, y con mayor razón los que gobiernan, pueden disculparlo todo menos las heridas a la propia vanidad. Esa fue la historia y la tragedia de Facundo Zuviría.

- Juventud

Doctor en ambos Derechos a los 17 años, se inició en su Salta natal en los azarosos años de Güemes. No obstante pertenecer por mentalidad y familia a la oposición aristocrática de los patriotas nuevos consiguió, gracias a su labia, juventud e inteligencia, la simpatía y la confianza del caudillo popular.

Pero en 1821 Güemes se metió en la aventura de Tucumán contra Bernabé Aráoz y llegaron a Salta noticias exageradas de su derrota y muerte. Zuviría comprendió, como toda la clase “decente”, que era tiempo de sacudir la tiranía plebeya de los patriotas viejos y junto a Fernández Cornejo y demás prohombres de la Patria Nueva reunió en el cabildo abierto del 25 de Mayo de 1821 a “la parte principal y sana del vecindario”.

Iba a deponer a Güemes por haber gobernado “contra el torrente de la voluntad del pueblo” e infamarlo con un preciso Memorial de cargos “para constancia hasta de la más remota posteridad”(2). Al tiempo que las tropas españolas del Barbarucho se aproximaban a la ciudad, porque manos anónimas les habían abierto el paso impracticable del Nevado de Castilla.

(2) Antonio Abraham Zinny. “Historia de los Gobernadores de las Provincias Argentinas”, tomo V, pp. 61 y 62. Ed. La Cultura Argentina. // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.

Pero, inesperadamente, Güemes y sus infernales regresaron al galope con la imaginable consternación de los patriotas nuevos.

Disponíase el caudillo a defender la ciudad de los españoles cuando una bala, misteriosamente disparada en la noche, lo hirió de muerte. La desaparición de Güemes allanó otra vez el camino de la aristocracia y, retirados los españoles, un nuevo cabildo de la “parte principal y sana” daría el mando a los patriotas nuevos; Cornejo tomó el Gobierno y Zuviría la Presidencia de la Junta.

La primera presidencia en su larga carrera presidencial; le encomendaron que redactara una Constitución y adaptó la nacional de 1819. Fue la primera de las Constituciones salteñas (del 9 de Agosto de 1821) y duró exactamente cuarenta y cuatro días, hasta la contrarrevolución de los patriotas viejos (el 22 de Septiembre) que llevó al Gobierno al general Gorriti, lugarteniente de Güemes.

- Presidente perpetuo

Los años pacíficos de la Reforma sucedieron a los cruentos de 1820 y 1821 y por toda la República corrían anhelos de amistad y propósitos de unión. Olvidada la Guerra de la Independencia y concluida la crisis del Directorio, cada provincia se entregó a la reforma de su Administración interna y a la construcción de las obras públicas permitidas por sus posibilidades.

El gobernador Gorriti, necesitado de hombres “de luces”, se acercó a los decentes en un magnánimo gesto de conciliación. Tuvo el acierto de contentar a todos: a los patriotas viejos con solemnes funerales a Güemes; a los nuevos repartiéndoles los cargos de la Administración.

Como garantía de orden mandó fusilar, por solicitud de sus recientes amigos, a los anarquistas y vándalos autores de la revolución del 22 de Septiembre, que lo había llevado al poder. La “unión eterna” de la familia salteña quedaba sellada.

Zuviría fue, por supuesto, presidente de la Junta. No era posible la existencia de un Cuerpo deliberativo si se lo dejaba en libertad de hablar. Era necesario, y hasta humorístico, obligarlo a la continencia del cargo. Pero al empezar y clausurar las Sesiones se desquitaba con sendos discursos.

Después de Gorriti, la “conciliación” llevó al Gobierno al general (Juan Antonio Alvarez de) Arenales. Era el año 1825 y en Buenos Aires sesionaba ya el Congreso Constituyente.

La Junta de Salta contestó la encuesta sobre forma de gobierno, decidiéndose por “la unidad como más conveniente para afianzar el orden”. Para afianzar el orden con más eficacia el gobernador Arenales, con los fondos del Banco Nacional girados por el presidente Rivadavia, preparaba el Ejército presidencial encargado de concluir con los opositores de La Rioja, Córdoba y Santiago del Estero, que resistían la política civilizadora.

Pero, no obstante los giros del Banco, Arenales acabó expulsado de Salta por (José Francisco) “Pachi” Gorriti.

Se sucedieron en la provincia los Gobiernos más o menos federales de los Gorriti (el general y el canónigo) y el imperturbable Zuviría siguió firme en su escaño presidencial. En 1830 volvieron los unitarios con Alvarado (gracias al apoyo del Ejército de (José María) Paz) y Zuviría sería confirmado. Todo cambiaba en Salta menos el presidente de la Sala.

- La Liga Unitaria

Tal vez el secreto de que Paz, dueño de Córdoba por la capitulación de Bustos en 1823 y libre de enemigos en el Interior por las derrotas de Quiroga en Tablada y Oncativo, no aceptara la conciliación ofrecida por los federales, estuvo en la actitud de (Andrés de) Santa Cruz, señor de Bolivia en 1830 y árbitro del Perú poco después.

Paz nunca había sido unitario; sus antecedentes lo acercaban al federalismo y en los años de Arequito había contribuido en primera fila a la caída del Directorio. Más tarde hizo, o intentó hacer, de caudillo popular en Córdoba, apoyándose contra Bustos en los montoneros del tiempo de Javier Díaz y de la Liga artiguista de 1815.

En 1820 su nombre reunía a los cordobeses federales, descontentos con la oligarquía directorial que había rodeado a Bustos. Alejado de Córdoba, sería recogido en Santiago del Estero por Ibarra y allí seguía en correspondencia con sus comprovincianos ultrafederales.

Reanudará su carrera militar con la Guerra de Brasil y tomará parte al término de ella en la revolución unitaria de 1828; o bien el contacto con la oficialidad porteña ha trastrocado sus ideas o entró en la conjura exclusivamente para conseguir el Gobierno de Córdoba, su gran ambición. Esto último es más posible; en ningún momento de la campaña se llamará unitario y en la hora más crítica abandonará a Lavalle.

En Febrero de 1829 (misión Amenábar-Oro) acepta integrar la Convención federal de Santa Fe y, en Julio (misión Bedoya-la Torre) concluye Tratados de Amistad con Santa Fe y media entre Lavalle y Rosas para lograr el avenimiento definitivo de Barracas (24 de Agosto).

Fue Quiroga quien lo obligó a una actitud que trataba de eludir. Facundo no entendía de componendas con quienes habían sacrificado a Dorrego y Paz era para él uno de los jefes sublevados en Diciembre. Además, junto a Quiroga estaba Bustos que, lleno de despecho, azuzaba al “Tigre”, quien fue dos veces contra Paz: en Junio de 1829 (Tablada) y en Febrero de 1830 (Oncativo). En las dos estrelló sus entusiastas y disciplinados gauchos contra las “figuras de contradanza” del consumado estratega.

Pero ser el dueño del Interior no significaba mucho. El Litoral era federal y en Buenos Aires gobernaba Rosas desde Diciembre de 1829; lanzarse a la aventura de una ofensiva era un despropósito. ¿Por qué el avisado cordobés despreció los últimos ofrecimientos de los federales y ocupó con sus divisiones, después de Oncativo, las provincias interiores? ¿Por qué hizo firmar solemnemente el Tratado del 31 de Agosto, donde un bloque artificioso de nueve provincias le conferían el Supremo Poder Militar?

Era una simple apariencia pues siete de ellas, por lo menos, no podían subsistir sin el apuntalamiento de sus divisiones, y era irónico que le confirieran todos sus recursos financieros y su íntegra reserva de hombres cuando las Arcas estaban vacías y los hombres ganaban el monte disparándole a la leva.

La Liga Unitaria no era más que una tira de papel entre Gobiernos nominales; lo único serio era el Ejército de Línea y desde luego el mismo Paz que valía más que su Ejército y su Liga.

Nada de esto pudo escapársele al Supremo. No es lícito creer que un hombre como Paz formara la Liga y se lanzara a la guerra para engañarse a sí mismo. O que por haber echado dos veces suerte ante Facundo creyera seguir la racha contra los recursos financieros y de tropas que tenían los federales. No era hombre de arriesgarse.

Todos los actos de su vida están marcados por la frialdad de su razonamiento matemático. No era un unitario a lo Rivadavia; era un realista que pesaba el pro y el contra antes de aventurarse. Si con pocos hombres y sin recursos se lanzó en 1831 a la guerra, necesariamente es porque tenía en su juego cartas mucho más eficaces que la Liga Unitaria.

Una de estas cartas era Santa Cruz, es decir armas, dinero y hombres dispuestos a la lucha. Santa Cruz era Bolivia y por su Alianza con Gamarra era también Perú. Además estaba Rivera en la República Oriental (y junto a él, Lavalle). Y Francia sobre todo. También secretamente Brasil, que acababa de enviar al marqués de Santo Amaro a París a dar su apoyo al plan de intervención europea en América ... finalmente estaba Rivadavia en París, secundando a Santo Amaro(3).

(3) “... Que hiciera sentir a los soberanos europeos que se proponen ocuparse de pacificar a la América llamada aún española, que el único medio eficaz de realizarlo es el de establecer monarquías constitucionales coronando en ellas a príncipes de la Casa de Borbón, algunos de los cuales podrían enlazarse con princesas de Brasil” (Instrucción 1ra.). “En cuanto al nuevo Estado Oriental, que estuvo incorporado al Brasil y que no puede existir independiente de otro Estado, V. E. tratará oportunamente y con franqueza de probar la necesidad de incorporarlo nuevamente a Brasil” (Instrucción 7ma.). “Su Majestad Imperial no trepidaría en obligarse a defender y auxiliar al Gobierno monárquico representativo que se estableciere en las provincias argentinas mediante una suficiente fuerza naval estacionada en el Río de la Plata, y la fuerza terrestre que mantiene en la frontera meridional del Imperio” (Instrucción 13ra.). “Instrucciones secretas del marqués de Santo Amaro”, en Adolfo Saldías. “La Evolución Republicana durante la Revolución Argentina”, (1906), pp. 287 y sgtes., Buenos Aires.
“Sobre estas bases -dice Saldías- empezó a actuar en París el enviado del Brasil. En esa Corte tuvo algunas conferencias con Rivadavia y aunque nadie ha transmitido lo que hablaron, porque especial cuidado se tuvo en ocultar lo que a tales negociados se refiere, aun después del fallecimiento de ese argentino distinguido es de creer que Rivadavia aprobó todo el plan, porque consta que acompañó al marqués de Santo Amaro hasta Madrid”. Adolfo Saldías. “La Evolución Republicana durante la Revolución Argentina”, (1906), pp. 288, Buenos Aires. // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.

Es posible que Paz ignorara estas últimas ramificaciones; es preferible que así fuera. Pero no cabe duda que se lanzó a la guerra contando con los orientales y el apoyo efectivo de Santa Cruz(4).

(4) “En virtud de tus encargos -escribe Facundo Zuviría al general Alvarado el 23 de Mayo de 1831- supliqué al mariscal Santa Cruz me franquease pólvora, cartuchos, sables, tercerolas y fusiles. Yo me felicito de haber sido instrumento de este bien a la provincia, que servirá de principio para otras cosas más que podamos pedirle” (publicada por Enrique Barba. “El Norte Argentino y Bolivia en la época de Santa Cruz”, en “Trabajos y Comunicaciones” de la Facultad de Humanidades de La Plata, Nro. 1, p. 54. El 7 de Julio, desde Tucumán, Alvarado agradece a Santa Cruz el envío de los auxilios de guerra que “ha venido en el más oportuno tiempo”. Enrique Barba. “El Norte Argentino y Bolivia en la época de Santa Cruz”, en “Trabajos y Comunicaciones” de la Facultad de Humanidades de La Plata, Nro. 1, p. 57. // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.

Dinero y armas salieron de Bolivia con destino a Córdoba. El “Cholo” intervenía en las cosas argentinas con la misma ingenuidad que entró en las peruanas; como si Paz, como Gamarra, habrían de ser instrumentos suyos. Paz nunca sería instrumento de nadie. Ni de sun propio partido. Con él no podía saberse dónde saldría el sol a la mañana siguiente.

El espectacular bloque de la Liga Unitaria debió ser para engañar a Santa Cruz, dándole la apariencia de que “media Argentina” estaba con los unitarios y no era arriesgado por lo tanto jugarse en su apoyo.

Todo lo que tenía que hacer Paz era mantener esa unión hasta que se concluyera una alianza formal (había venido a eso el prefecto de Chuquisaca, Hilarión Fernández) y llegaran recursos suficientes que permitieran marchar contra Buenos Aires.

Pero sus cálculos no salieron: la complicación de Perú detuvo la ayuda boliviana y la inesperada campaña de Quiroga sobre los Andes, con sus resonantes triunfos, acabaron por evidenciar que las cosas habían fracasado.

El 10 de Mayo de 1831 Paz fue boleado en El Tío en circunstancias tan extraordinarias, que todos los de su Ejército creyeron que se había pasado. No había ocurrido tal, pero el apresamiento lo salvó de una derrota inevitable: la inevitable derrota que en su remplazo castigaría a Lamadrid en Ciudadela el 4 de Noviembre de 1831.

- Salta, provincia boliviana

Facundo Zuviría había sido el lazo de unión entre Santa Cruz y el Ejército unitario; por su intermedio se consiguieron tercerolas, fusiles y pólvora. Gestionábase la alianza de la Liga con Bolivia y Perú (resistida por Perú) al tiempo de caer Paz prisionero. Y cuando Gamarra rompió con Santa Cruz, Zuviría se movería para que el Ejército unitario marchase a Bolivia a fin de combatir a las órdenes del “Cholo”.

Pero (Gregorio Aráoz de) Lamadrid no lo quiso y prefirió dejarse derrotar por los argentinos en Ciudadela. Es un mérito.

Al día siguiente de Ciudadela (5 de Noviembre), Alvarado inicia negociaciones ante Quiroga diciéndose “enemigo de la guerra civil” y que no había economizado medios para arribar a la paz”(5).

(5) Antonio Abraham Zinny. “Historia de los Gobernadores de las Provincias Argentinas”, tomo V. Ed. La Cultura Argentina. // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.

Al mismo tiempo, Santa Cruz, por indicación de Zuviría, comisiona a Hilarión Fernández como mediador ante Quiroga. Consigue del “Tigre” la apertura de negociaciones, pero no busca la paz porque se le presenta algo más ambicioso. Escribe a Santa Cruz que los unitarios del Norte:

“... persuadidos de las mayores ventajas que obtendrían de un Gobierno regularizado y de su incorporación a un país que es el mercado de todas sus producciones, ha resultado el sentimiento casi general en las provincias de Salta y Tucumán de agregarse a nuestras Repúblicas.
“El primero que en esta provincia me ha expresado su opinión decidida y sin reboso alguno es el general Alvarado, asegurándome ser éste el modo de sentir del Ejército, y el de Tucumán aún más pronunciadamente que Salta”(6).

(6) Hilarión Fernández al mariscal Santa Cruz (de Salta, Octubre 6, 1831) en Enrique Barba. “El Norte Argentino y Bolivia en la época de Santa Cruz”, en “Trabajos y Comunicaciones” de la Facultad de Humanidades de La Plata, Nro. 1, p. 65. // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.

Santa Cruz desconfiaba del real poder de los unitarios o ponía reparos legales:

“... no podemos admitirla sin conculcar nuestras leyes y sin sancionar un principio anarquizador en el dro. internacional”(7).

(7) Santa Cruz a Fernández (de La Paz, Octubre 18, 1831) en Enrique Barba. “El Norte Argentino y Bolivia en la época de Santa Cruz”, en “Trabajos y Comunicaciones” de la Facultad de Humanidades de La Plata, Nro. 1, p. 67. // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.

Por las dudas, en la misma Nota (18 de Octubre) aconseja a Fernández guiarse por “el Sr. Zuviría, tan buen boliviano y tan amigo nuestro (que) también podrá ayudarle en algo que le ocurra”(8).

(8) Enrique Barba. “El Norte Argentino y Bolivia en la época de Santa Cruz”, en “Trabajos y Comunicaciones” de la Facultad de Humanidades de La Plata, Nro. 1, p. 67. // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.

Advertido Quiroga, se desentiende de Fernández y exige la renuncia de Alvarado. Este se apresura a hacerlo (19 de Noviembre) y poner la frontera por medio. No tarda en seguirlo Zuviría, comisionado para llevar a Santa Cruz el texto de una ley, sancionada por la Sala salteña, que pone “mientra provincia bajo la respetable protección del Gobierno de Bolivia”(9).

(9) “En el Libro de Actas de la Sala de Representantes de Salta -dice Juan Manuel de los Ríos, Director del Archivo Histórico de la provincia- no se hace mención a esa ley ni hay proyecto alguno que signifique un pedido de protección al Gobierno de Bolivia” (Enrique Barba. “El Norte Argentino y Bolivia en la época de Santa Cruz”, en “Trabajos y Comunicaciones” de la Facultad de Humanidades de La Plata, Nro. 1, p. 69, nota). Este historiador menciona la carta de Cavia a Rosas -Tucumán, 23 de Octubre de 1832- que “se refiere a la existencia del proyecto que según él fue rechazado” (Enrique Barba. “La Misión Cavia a Bolivia”, en “Labor de los Centros de Estudio”, Nro. 3, p. 329). Heredia habría sido (según Cavia) quien estorbó el proyecto “haciéndoles el cucu con el general Quiroga. Este trataría a Salta como enemiga, desde que la vea separada de la sociedad argentina. El temor obró por entonces y el proyecto no pasó”.
Lo cierto es que Zuviría llevó a Bolivia el texto de una ley sancionada en ese sentido, como lo dice claramente en su carta de Diciembre 1, transcripta más adelante. Es posible que el temor mencionado por Cavia hubiera eludido su transcripción en el Libro de Actas. // Todo citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.

Desde Mojo, ya en territorio boliviano, escribe a Santa Cruz:

“No contradice la protección de una provincia vecina cuyo orden interesa altamente a Bolivia ... la legitimidad de la protección es sancionada por el derecho de gentes en casos y circunstancias menos caracterizadas que las presentes; el interés de Bolivia en la provincia de Salta no puede ponerse en cuestión, como también que, dominada ésta por Quiroga, no está bien garantida la paz e integridad de aquélla... la preponderancia de Quiroga será algún día funesta a las Repúblicas de Chile y Bolivia...
“La provincia de Salta para disponer de su suerte, ni ofende en hacerlo ni agravia a nadie. Por muchos años Salta ha sido y es soberana e independiente y en uso de su soberanía hoy quiere desligarse de una Asociación que le es funesta y que sólo tiende a destruirla y devastarla”(10).

(10) Enrique Barba. “El Norte Argentino y Bolivia en la época de Santa Cruz”, en “Trabajos y Comunicaciones” de la Facultad de Humanidades de La Plata, Nro. 1, pp. 69 y sigtes. Carta del 1 de Diciembre de 1831. // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.

Al tiempo de girar Zuviría el destino de Salta, la provincia recibe triunfalmente a los vencedores de Ciudadela, y Pablo Latorre ocupa popularmente (como en los tiempos de Güemes) el cargo de gobernador. Inútilmente Zuviría insiste ante Santa Cruz para que apresure la guerra a la Argentina, entre otras razones porque

“... tenía yo datos de que el Gobierno de Buenos Aires estaba en la recuperación de Tarija para desde allí minar al Gobierno boliviano”(11).

(11) Enrique Barba. “El Norte Argentino y Bolivia en la época de Santa Cruz”, en “Trabajos y Comunicaciones” de la Facultad de Humanidades de La Plata, Nro. 1, p. 72. Carta de Diciembre 9 de 1831. // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.

Pero Santa Cruz nada hace; su guerra contra Gamarra lo ocupa con primacía a otras cosas. Zuviría, descubierto ante los federales, debe quedarse en Bolivia. Fue su primer exilio por la tiranía.

- El pan amargo de la proscripción

Explicablemente encuentra una fácil posición; para Santa Cruz era buen boliviano y tuvo la inmediata y magnífica ayuda del Gobierno. Hizo en Bolivia de todo: periodista oficial, abogado de influencia, comerciante y empleado público. Escribía a sus parientes de Salta sobre el “pan amargo de la proscripción”, pero exageraba.

Cuando cayó la endeble Confederación Perú-Boliviana, y con ella Santa Cruz, Zuviría encontró la manera de congraciarse con sus vencedores y seguir su carrera ascendente: profesor primero, rector después, del Colegio de La Paz; Inspector de universidades de Charcas.

Supo desenvolverse con eficacia pero, paradojalmente, se le había despertado el patriotismo en el exilio.

La Coalición del Norte se incendia en Abril de 1840 y Manuel Solá, su pariente y amigo, le pide ayudarlo en la guerra contra Rosas. Contesta:

“Por Dios, patrón, en ningún caso nada de franceses, o que indique connivencia o unidad de causa con ellos.
“Lejos de esto convendría una manifestación de lo contrario, o un documento que salve a usted de esa nota con que están manchados los orientales y muchos argentinos”(12).

(12) M. Solá (h.). “La Liga del Norte”, p. 329. Citada por J. M. de los Ríos. “La Coalición del Norte vista desde Salta”, en Rev. del Inst. J. M. de Rosas, Nro. 5, p. 63). // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.

Pocos unitarios pensaron así y lo redime en parte de cosas anteriores. Tal vez el pecado de 1831 había sido una ofuscación del momento.

La vida en el Altiplano era fácil, pero no pudo quedarse porque lo expulsaron de Bolivia. Le ocurrió lo de siempre: un día habló de más y el presidente (Manuel Isidoro) Belzú (Humerez), tratándolo de ingrato, le quitó todos los cargos y ordenó su restitución a la frontera.

Volvió a Salta, “perorando hasta en las postas” dice Quesada, muy contento de escapar por segunda vez a la tiranía; era el año 1849 y el poder de Rosas parecía más fuerte que nunca. En Salta gobernaba José Manuel Saravia, y Zuviría pudo retomar sus pláticas en la peña admirativa de parientes y vecinos. También ejerció su profesión de abogado y laboró la tierra en su finca “San José”: no era mala la vida en su tierra natal, después de todo.

Tampoco dejaría de ocurrirle su percance habitual. Otra vez se fue en palabras y Saravia lo llamó al orden. Pero el experto luchador contra las tiranías se había hecho baqueano en esas cosas. Buscó la protección generosa de don Juan Manuel; escribe al “Jefe excelso que preside nuestros destinos’’, una elocuente carta de adhesión donde califica de “esclarecido Gobierno” a la Administración rosista(13). Saravia no lo molestó más.

(13) "Archivo Americano" (2da. época), Nro. 25 p. 47. Carta de Diciembre 11 de 1850. // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.

- Constituyente

Después de Caseros, otro inevitable pariente suyo, Tomás Arias, fue al Gobierno de Salta. Facundo Zuviría quedó elegido diputado provincial y -desde luego- presidente del Cuerpo. Reanudó su vieja práctica de iniciar las Sesiones con un discurso.

Su nombre se menciona desde el primer momento para el Congreso de Santa Fe y se preparó a la tarea. En esos momentos de ansiedad constitucional no anduvo como otros de Buenos Aires -o Valparaíso- en busca del mejor modelo a copiar. Había pasado el sarampión de las reformas y esperaba poco de un Estatuto teóricamente perfecto.

El problema no era votar una Constitución: constituir un país le parecía que era otra cosa. A diferencia de los otros, Zuviría había aprendido y había olvidado mucho en su fecunda emigración.

“¿Qué remedio a nuestros males podía esperarse de Gobiernos y de hombres que, por más sabios y virtuosos que fueran y conducidos por las más sanas y patrióticas intenciones, creían factible plantear en nuestra patria la Constitución y leyes inglesas, modificadas con las teorías de la Revolución francesa e incrustadas con muchas de las instituciones norteamericanas?”(14), dijo el 25 de Abril de 1852 al inaugurar la Junta salteña.

(14) Facundo Zuviría. “Discurso del 25 de Abril de 1852 en la Solemne Inauguración de la 2da. Legislatura por su Honorable Presidente...” (folleto, Salta, 1852). // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.

Tal vez no lo supiera, pero era un eco de ideas expuestas por Rosas en sus cartas a Quiroga, Estanislao López o Ibarra. Fue elegido, junto con el general Alvarado, diputado al Congreso. Iría a Santa Fe y, claro es, chocaría con el afán imitativo de los otros.

- Presidente del Congreso

Cincuenta y siete años tenía al llegar a Santa Fe.

“Cuando estaba en silencio, lo que acontecía rarísima vez -lo describe Quesada- parecía uno de esos troncos secos que se encuentran en los bosques salteños: alto y muy delgado, piernas largas, brazos desenvueltos, nariz aguileña, boca hundida, pómulos salientes.
“Llegó precedido de esa fama que le hacía temible cuando tomaba la palabra. Todos tenían que callar, le eran cortas las horas y corría aquella cascada de palabras ante los ojos abiertos de los oyentes”(15).

(15) Víctor Gálvez (Vicente G. Quesada). “Memorias de un Viejo”, pp. 92 y sgtes. // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.

Los sencillos y lacónicos santafesinos quedaron admirados de la oratoria y mímica del presidente del Congreso; anulaba la fama de conversador dejada por Domingo de Oro, lo que es mucho decir. Zuviría no improvisaba sus solos; largamente maduraba las ideas, repetía la concordancia de las frases, ensayaba los ademanes y las tonalidades.

Tenía imprescindible necesidad de un auditorio y no perdía reunión social ni dejaba de concurrir a un sarao.

“Era amigo de la sociedad -sigue Quesada- y en ella pretencioso y se preparaba como si fuera a un debate. Tenía la fiebre del ruido y de la popularidad. Sentía las tentaciones del cómico aplaudido, las sensaciones de la escena ante los espectadores azorados”(16).

(16) Víctor Gálvez (Vicente G. Quesada). “Memorias de un Viejo”, p. 94. // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.

Este afán de destacarse no lo perdonaría ese otro gran vanidoso que era Lavaisse. Obligado a callar por el egoísmo oratorio de Zuviría, sus triunfos amargaban al poco modesto cura de Tulumba.

En público no dejaba trascender su rencor, pero se aliviaba en cartas reservadas: ‘‘viejo palangana, boliviano y apologista de sí mismo”; “viejo pícaro y fatuo, nuestra paciencia ha de tener un límite”.

A medida que pasa el tiempo, los adjetivos van agravándose: “furibundo demagogo”, “porteñista consumado”, “mozo que las echa de vivo” (¿?), “¿qué tendrán estos salteños que no encuentro sino grandísimos maulas?”, “hideputa ruin” ... (¡!)(17).

(17) Gaspar Taboada. “Recuerdos Históricos: los Taboada” (1929-1947), tomo III, pp. 31 y sgtes., (cinco volúmenes), Buenos Aires. // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.

Estos epítetos significan algo más que los celos de Lavaisse. Zuviría no era querido por sus colegas del círculo dominante en el Congreso: Carril, Gutiérrez, Gorostiaga, Zavalía, Seguí. No tanto por oponerse a la Constitución, como por su incontinencia verbal; por cuidado que pusiera en sus palabras, siempre hablaba de más. Nada importaba que fuera campechano, servicial y procediera sin malicia; tampoco su honradez ni su absoluta ineficacia.

Lo hicieron presidente del Congreso “por expreso y reservado acuerdo de sus colegas que deseaban así lograr la brevedad de los debates”(18). Resultó un chasco porque habló lo mismo. Y si no lo dejaban hablar, escribía: su famosa pieza sobre la inoportunidad de la Constitución (del 20 de Abril) consta de catorce pliegos que inexorablemente hizo leer y transcribir en Actas a su hijo José María, secretario del Congreso.

(18) Clodomiro Zavalía. “Historia de la Suprema Corte de Justicia”, p. 108. // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.

Es el único discurso completo, por escrito, que se conserva de los históricos desbates.

- Inoportunidad de la Constitución

El 20 de Abril, al discutirse en general el proyecto, se leyó el largo alegato presidencial pese a la disposición reglamentaria que impedía las lecturas. El debate de la Constitución empezó, pues, con una violación del Reglamento.

Aprovechó Juan María Gutiérrez para jugar con el nombre del disertante y su terrible afición oratoria, “que habría podido su autor expresar sus razonamientos de palabras con la facundia que le es propia”.

El Congreso prefirió pasar por la lectura de los catorce pliegos que arriesgarse a una exposición verbal, cuya terminación no se vislumbraría.

¡Qué grandes verdades dijo el presidente del Congreso! ¿Imaginaba la mayoría que el país se “constituiría” por la sola virtud de las cuatro palabras del proyecto?

“La ciencia del legislador no está en saber los principios de Derecho Constitucional y aplicarlos sin más examen que el de su verdad teórica, sino en combinar esos mismos principios con la naturaleza y peculiaridades del país en que se han de aplicar ... está en saberse guardar de las teorías desmentidas por los hechos”(19).

(19) Emilio Ravignani. "Asambleas Constituyentes Argentinas", tomo IV, pp. 469-479. // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.

Una Constitución debiera ser la expresión escrita de costumbres políticas preexistentes. De sus modalidades tomaron los ingleses sus leyes de organización política; de las colonias norteamericanas fue extraída la Carta de Filadelfia:

“El mérito de la Constitución inglesa está en que no reposa sobre teorías, sino sobre una reunión de hechos...; por esa circunstancia su carta ha venido a ser la expresión del hecho como debe serlo toda Constitución”.

Copiar una Constitución para reglar la vida política argentina le parecía inútil y peligroso. Inútil, porque el articulado extranjero no podía aplicarse sinceramente: “le faltaría voluntad y convicción”, una letra necesaria y constantemente violada en su aplicación práctica. ¿Acaso se lograría la separación real de poderes, a la manera sajona, por el hecho de asentarla en un papel?

¿Habrían de legislar los representantes transformados en Poder Legislativo, o seguirían cumpliendo su misión de aconsejar al Supremo Gobierno? ¿Dejarían los presidentes constitucionales de ser Supremo Gobierno, o los gobernadores Capitanes Generales? ¿Tenían las provincias argentinas el mismo origen o similares características que los Estados de América del Norte, para aplicarlos con leves modificaciones el federalismo norteamericano?

‘‘Una Constitución, por lo mismo que es lo más sagrado que se conoce en el orden político, no debe ser expuesta a profanación sin aceptar todas sus consecuencias; porque cuanto más sagradas son las cosas, tanto más criminal y funesta es su prostitución; es convertir en veneno lo que debiera ser antídoto o elixir de vida”.

Los constituyentes -a quienes llama empíricos políticos y alquimistas de la política- construirían en el mejor de los casos un fetiche constitucional a cuya sombra y en su nombre se cometería toda clase de excesos. Pero nunca sería una verdadera Constitución, porque

“las instituciones no son sino la fórmula de las costumbres públicas, de los antecedentes, de las necesidades, carácter de los pueblos y expresión de su verdadero ser político”.

Un pueblo que confesaba la inexistencia de Instituciones y aspiraba a copiar una Constitución extranjera, no podía llamarse Nación, no tenía derecho a una vida independiente. Por eso:

“Debemos aplazar la Constitución hasta tomar algunos conocimientos de la situación, peculiaridades, intereses, comercio, rentas, industrias, organización interior, población y demás elementos constitutivos de los pueblos que vamos a organizar.
“Sin este previo conocimiento, sin alguna estadística de aquéllos, no concibo, señores, cómo podemos darle una Constitución que presupone tales antecedentes”.

Temía que la tarea de “vaciar y acomodar los pueblos en la Constitución, en vez de acomodar y vaciar ésta en aquéllos”, llevara al desastre o al fraude y tiranía disimulados. Sabía que arriesgaba, al decir esa verdad, el “sacrificio de su crédito y popularidad”, pero

“en política, como en moral, ocultar la verdad, disfrazarla o negarla, es perpetuar el error alejando su remedio".

¡Qué van a decir “los pueblos”!

Sus palabras chocaron a la mayoría. Se alzó contra el salteño el coro airado de los alquilones: “¿Y la voluntad de los pueblos?” Gutiérrez, Zapata, Huergo, Lavaisse, Seguí, Zavalía aplastaron con frases indignadas los razonamientos de Zuviría:

“¿Hemos de burlar a los pueblos en su anhelada esperanza de que una Constitución liberal ponga fin a las desgracias que los aquejan?” (Gutiérrez).

“Los pueblos que con el grito puesto en el cielo nos piden la Carta Constitucional!” (Zapata).

“¡Yo no creía que pudiera lanzarse a la faz de los pueblos el insulto grosero con que fueron escarnecidos por el tirano; no ha llegado la oportunidad de constituir la República!” (Huergo).

“¡Burlaremos las esperanzas y los vehementes deseos de los pueblos de recibir cuanto antes la Ley Fundamental!” (Lavaisse).

“¡Será necesario declarar a la faz de América que los pueblos argentinos son inconstituibles, que los pueblos argentinos son incapaces de gobierno!” (Seguí).

“Los pueblos están acordes en el deseo de una Constitución” (Zavalía)(20).

(20) Los pueblos, es decir, “las provincias”. No eran estos diputados precisamente quienes podían hablar de sus pueblos con mejor conocimiento. // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.

A pedido de Seguí el proyecto fue aprobado por aclamación. “Unánime aclamación por mayoría”, registra curiosa y contradictoriamente el Acta: “... y resultó unánimemente aprobado y aclamado por una mayoría de catorce votos contra cuatro...”(21).

(21) Emilio Ravignani. “Asambleas Constituyentes Argentinas” (1937-1939), tomo IV, p. 488, (seis volúmenes), Buenos Aires. // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.

¿A quién pertenecen los cuatro votos? Zuviría, Pérez y Centeno habían manifestado su opinión contraria; lo mismo Manuel Leiva ausente y Pedro Ferré que no votó por presidir la Sesión. El cuarto voto debió ser de Díaz Colodrero, diputado por Corrientes.

De "montoneros" califica en sus cartas el desbordante Lavaisse a esa tertulia de ancianos venerables que se opuso a la Constitución y en la que Zuviría, con sus largos cincuenta y siete, resultaba el benjamín.

Aunque fue un tiempo, la cabeza visible (y parlante) de la resistencia no sería a la larga consecuente. Pérez y Centeno tuvieron que irse porque Urquiza no les pagaba sus dietas; Leiva renunció; y Ferré acabó expulsado. Zuviría tan sólo tuvo manera de cobrar y quedarse.

El 1 de Mayo firmaba, previas necesarias y aclaratorias palabras, la misma Constitución que diez días antes calificara de falta de voluntad y convicción.

- La ocasión macabra

En 1854 integraría con Fragueiro y Carril el Triunvirato encargado de transmitir el Gobierno a Urquiza. Después sería senador -elegido por tres provincias- en Paraná; al poco tiempo ministro de Justicia. Parecía afianzado definitivamente en el favor de Urquiza.

Lo perdió por su constante vicio de hablar. Algo dijo sobre Urquiza durante una ausencia en Villaguay, que el diligente Carril se encargó de transmitir con premura. La reacción del presidente fue fulminante: sin volver a Paraná ordenó a Carril (vicepresidente en ejercicio) la destitución de Zuviría:

“Viejo revolucionario, ingrato, llevado por sus pasiones, su ambición y su envidia”(22).

(22) C. Serrey. “Zuviría”, en el diario “La Prensa”, del 10 de Junio de 1949. // Citado por José María Rosa. “Nos los Representantes del Pueblo” (1963), segunda edición. Ed. Huemul, Buenos Aires.

Urquiza no sospechaba que repetía, al mismo destinatario, calificativos pronunciados antes por Belzú. Zuviría se apuró a ir al extranjero hasta que amainara la cólera del poderoso; desde Montevideo algunos amigos oficiosos intentaron la reconciliación. Fue inútil. Cinco años debió quedarse en el exilio; hasta que Urquiza dejó la Presidencia.

En 1861 volvió a Paraná para conseguir de Derqui, que estaba formando la Suprema Corte de Justicia, la designación de presidente del Alto Tribunal. No se hizo cargo de esta presidencia, la última de su larga carrera presidencial.

Moriría en Paraná, en Agosto de 1861 a los sesenta y seis años. No obstante la nerviosidad por la guerra con Buenos Aires y la inminente batalla de Pavón, su entierro fue solemne: el último acto solemne de la agonizante Confederación.

Hubo nueve oradores: el presidente de la República, el ministro de Justicia, el vicepresidente de la nonata Corte, el senador por Salta, el senador por Catamarca, el presidente de la Cámara de Diputados, los dos diputados por Salta y el ministro de la República Oriental.

Todos quisieron aprovechar la ocasión de poder hablar alguna vez en presencia de Facundo Zuviría. 

BIOGRAFIA II

José Facundo de Zuviría y Escobar Castellanos nació en Salta el 26 de Noviembre de 1794. Fue jurisconsulto y político que, como opositor a Juan Manuel de Rosas tuvo que autoexiliarse a Bolivia.

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Facundo de Zuviría
Fue presidente del Congreso Nacional que culminaría con la sanción de la Constitución Argentina de 1853. Fue, además, ministro de Justicia e Instrucción Pública de Urquiza y será nombrado miembro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación.

- Origen familiar y primeros años

Zuviría nació en Salta, cuando esta ciudad era la capital de la Intendencia de Salta del Tucumán, que formaba parte del Virreinato del Río de la Plata.

Era hijo del teniente coronel español Agustín Zuviría Marticorena, y de la esposa de éste en segundas nupcias -desde 1792-, la salteña Feliciana Castellanos de la Cerda y Plazaola Saravia.

- Estudios académicos y gestiones de gobierno

Siendo joven, Zuviría se dirigió a Córdoba para cursar sus estudios de Derecho Civil y Canónico. Tras completarlos, volvió a su provincia natal para sumarse a los esfuerzos por organizarla políticamente.

Fue opositor al gobernador Martín Miguel de Güemes, y perteneció al grupo llamado de la "patria nueva", por oposición a la "patria vieja" que representaba aquél.

En 1821, cuando Güemes marchaba a combatir a Bernabé Aráoz, en Tucumán, los opositores, entre ellos Zuviría, lo derrocaron en su ausencia. Güemes recuperó el poder sin violencia, pero algunos de sus enemigos convencieron al general realista Pedro Antonio Olañeta, de invadir Salta; de esa invasión resultó la muerte del patriota, aunque los realistas tuvieran que retirarse posteriormente.

Zuviría fue el primer Presidente de la Legislatura salteña y, como tal, redactó y sancionó, el 9 de agosto de 1821. una breve Constitución provincial de tan sólo quince artículos, adaptada a la nacional de 1819. Esta Constitución regiría treinta y cuatro años(23).

(23) Marta de la Cuesta Figueroa. "Organización institucional de Salta. 1821-1855" (1999), pp. 8-18. Ed. Universidad Católica de Salta.

En Septiembre de 1821, una revolución dirigida por el general José Ignacio de Gorriti unificó los partidos; Zuviría conservó el cargo durante las Administraciones de éste, Juan Antonio Alvarez de Arenales, el segundo de José Ignacio de Gorriti, el del hermano de éste último, el canónigo Juan Ignacio de Gorriti y el de Rudecindo Alvarado.

- Oposición a Rosas y autoexilio en Bolivia

Representó al general José María Paz y a su Liga del Interior ante el Gobierno boliviano del mariscal Andrés de Santa Cruz, de quien consiguió que le enviara armas y pólvora.

Pero la derrota de La Ciudadela significó el fin de la Liga del Interior. Más tarde, se acusará a Zuviría de haber ofrecido las provincias de Salta y Tucumán a Santa Cruz con tal de que no cayeran en manos de los federales, aunque algunos investigadores dudan de que este ofrecimiento haya ocurrido.

De todos modos, tuvo que huir a Sucre. Allí ejerció el periodismo, la abogacía y el comercio. Llegó a ser Inspector General de Educación, y se dedicó a reorganizar las universidades de Charcas y La Paz.

Fue llamado a unirse a la Coalición del Norte, en 1840, pero se negó. En 1849, declaraciones públicas de Zuviría no fueron bien recibidas por el político y caudillo boliviano Manuel Isidoro Belzú, quien lo despidió de todos los cargos públicos que aquél ocupaba.

- Regreso al país

Tras las desavenencias con el presidente boliviano, Zuviría prefirió regresar a la Ciudad de Salta, donde se dedicó a su oficio de abogado, además de transformarse en agricultor de tabaco y maíz.

En 1852, tras la caída de Rosas, el nuevo gobernador, su pariente Tomás Arias, lo hizo elegir Diputado al Congreso constituyente que se reuniría en Santa Fe. Antes de la reunión del Congreso, representó al presidente Justo José de Urquiza en una misión para invitar a Buenos Aires a la sanción de la Constitución, pero fracasó.

Fue electo Presidente del Congreso y quiso impedir que se tratara la Constitución en ausencia de los representantes de la provincia de Buenos Aires, que estaba segregada, pero su alegato fue rechazado.

Zuviría demostró ser un orador brillante y sus aportes siempre fueron valiosos, pero la manía de hablar durante horas sin interrupción le ganó la enemistad de sus pares.

No tuvo ninguna influencia en el texto de la Constitución. Esta fue aprobada el 1 de Mayo de 1853.

Poco después, Zuviría negoció nuevamente la paz con Buenos Aires, pero el texto del Acuerdo -demasiado favorable a la provincia rebelde-, fue rechazado por Urquiza.

En 1854 fue candidato a vicepresidente de la Nación, pero fue derrotado por la candidatura de Salvador María del Carril.

- Matrimonio y descendencia

El doctor José Facundo de Zuviría se había casado el 2 de Febrero de 1821 con Isabel María Carlota de Lezama Quiñones, una salteña, hija del cabildante colonial vasco-español Francisco Asensio de Lezama y de María Ursula Carolina de Quiñones y Arcos Arias-Rengel, además de ser la hermana mayor del hacendado, empresario y filántropo José Gregorio de Lezama.

Facundo de Zuviría e Isabel de Lezama tendrán seis hijos: Carolina de Zuviría Lezama, Julio de Zuviría Lezama, Mariano Fenelón de Zuviría Lezama, Ramón de Zuviría Lezama, José María de Zuviría Lezama y Salustio de Zuviría Lezama.

- Ultimos cargos burocráticos y fallecimiento

Tras ser el primer ministro de Justicia e Instrucción Pública de Urquiza, Zuviría asumirá el 17 de Octubre de 1854 como Senador Nacional, elegido simultáneamente por tres provincias, entre ellas Corrientes. Renunciará a la senaduría el 30 de Mayo de 1857.

Se retirará luego a Montevideo pero, tiempo después volverá a la vida pública al ocupar el cargo de ministro de Justicia e Instrucción Pública de Salta.

En 1861, el presidente Santiago Derqui lo nombrará Presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, del que no llegó a hacerse cargo, por fallecer en Paraná, el 19 de Agosto de 1861.

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