El pensamiento rioplatense
- Details
- Category: El pensamiento rioplatense
- La población del Virreinato
Las restricciones para que, las mujeres solteras, viajaran a América, favorecieron la fusión de razas y, tanto los inmigrados como los indígenas, llegaron a mezclarse, en elevada proporción, originando nuevos tipos etnológicos. La raza blanca, de los conquistadores, se unió a la aborigen y, más tarde, con la negra, lo que originó gran variedad de cruzas.
Los cinco millones de kilómetros cuadrados, que constituían la superficie del Virreinato del Río de la Plata, estaban poblados por unos 800.000 habitantes. La actual República Argentina, contaba con unos 380.000 habitantes; el Paraguay, con 100.000; y, el Alto Perú, con 320.000. Desde el punto de vista étnico, la sociedad, del período hispánico, estaba formada por blancos, indígenas y negros. Los blancos comprendían, los españoles, los criollos y los extranjeros.
- Los españoles
Los hidalgos españoles, que pasaron al Nuevo Mundo, conservaron los caracteres propios de su estirpe. Ambiciosos y arrogantes, apegados a su tierra natal, mantuvieron su fe religiosa y su carácter autoritario. De mediocre instrucción, se consideraban superiores a sus iguales americanos -los criollos-, quienes, no podían compartir sus privilegios, por el solo hecho de haber nacido en este continente.
Los españoles ocupaban el Gobierno y las principales funciones públicas. Administraban sus ganados y haciendas, es decir, las tareas que resultaban más provechosas, pues -dice un documento de la época- “su propensión e inclinación los lleva a enriquecerse”.
- Los criollos
Hijos de padres españoles, pero nacidos en América, los criollos eran inteligentes, ambiciosos, altivos y liberales. No pudieron tolerar que, los “chapetones”, recibieran todos los privilegios y que -basados en una injusta desconfianza- los excluyeran de las funciones públicas. Aunque las leyes otorgaban, a los españoles y a los criollos, la igualdad jurídica, estas disposiciones no se cumplían en la práctica.
- Los extranjeros
Los monarcas españoles trataron de impedir la libre entrada de extranjeros en sus dominios de ultramar. Procedían, en esta forma, de acuerdo con principios políticos y religiosos, comunes a la época. A pesar de lo que establecían las leyes vigentes, buen número de portugueses, ingleses, franceses, italianos y judíos, se radicaron en América, para ejercer variados oficios (sastres, zapateros, carpinteros, etcétera).
- Los indios
Así, fueron llamados los naturales de América, sin mezcla de sangre europea. De acuerdo con el Derecho castellano, los indios eran considerados hombres libres pero, en el orden de su adoctrinamiento, estaban equiparados a personas que necesitaban de protección legal. Para facilitar la obra colonizadora, en América, la Corona implantó el trabajo obligatorio de los naturales, por medio del sistema de las Encomiendas (mita y yanaconazgo), procedimiento que -en la práctica- dio origen a muchos excesos, por parte de los españoles(1).
(1) En el sistema de la Encomienda, un español o encomendero, se hacía cargo de un grupo de indios para civilizarlos -al menos, teóricamente- y, a la vez, para beneficiarse con el trabajo personal de sus sometidos. La mita (o turno) se aplicó a las regiones con yacimientos mineros; allí, los naturales trabajaban por turnos, y percibían un salario. El yanaconazgo consistía en someter, por la fuerza, a los aborígenes, para ocuparlos en la labranza de las tierras. En las Reducciones, se “reducía” a los indios que no estaban repartidos en Encomiendas, quienes formaban pueblos y debían pagar un tributo. Las misiones fueron el sistema más humanitario y que mejores éxitos obtuvo. // Citado por José Cosmelli Ibáñez, “Historia Argentina”, Buenos Aires. Ed. Editorial Troquel.
- Los negros
La necesidad de reemplazar, a los indígenas, que no respondían en los trabajos rudos, inició la trata o comercio de negros. Estos, eran adquiridos, a sus reyes, en la costa atlántica del Africa, por traficantes ingleses, portugueses y franceses, quienes, luego los vendían como esclavos, en América(2).
(2) En el Río de la Plata, el primer asiento (contrato entre la Corona y un particular o compañía) fue otorgado por Real Cédula de 1595, a Gómez Reynel. Por la Paz de Utrecht (1713), la compañía inglesa “Mar del Sur”, fue autorizada, por el Gobierno español, para establecer un asiento en Buenos Aires. // Citado por José Cosmelli Ibáñez, “Historia Argentina”, Buenos Aires. Ed. Editorial Troquel.
Por constituir un elemento comercial, los negros recibieron mejor trato que los indígenas.
- Los mestizos
Los españoles, del período virreinal, se alarmaron, ante la gran cantidad de mestizos -hijos de blanco e india- que eran hábiles jinetes y se destacaban por su arrogancia y falta de escrúpulos. Prefirieron abandonar la ciudad, donde se les reprochaba su mestizaje, y se internaron en la campaña. En principio, estos campesinos fueron llamados gauderíos y, más tarde -siglo XIX- conocidos como gauchos.
- La sociedad en el Virreinato
El aspecto dominante de la sociedad, del período hispánico, fue la desigualdad. La población se agrupaba en tres clases: la aristocracia, la plebe y los esclavos, separadas por diferencias de nacimiento y de alcurnia.
a.- La aristocracia
Representada, especialmente, por españoles poseedores de títulos nobiliarios y de fortuna. Esta aristocracia oficial, centralizaba honores, preeminencias y cargos públicos. Propietarios de campos y ganados, estos aristócratas miraban hacia España, y estaban ausentes de la realidad del Virreinato.
Existía una nobleza criolla, formada por los descendientes de los conquistadores, la cual era subestimada por los peninsulares, quienes los miraban con desconfianza y recelo.
b.- La plebe
Formada por blancos de baja estirpe, mestizos y mulatos. Ejercían oficios manuales y se dedicaban a labores humildes: peones, labradores, aguateros, serenos, pulperos, etcétera. Los hijos ilegítimos, de aristócratas y plebeyas europeas, llamados “decentones”, se destacaron por su buena presencia y, muchos de ellos -especialmente las mujeres- consiguieron vencer las trabas sociales y contraer matrimonio con figuras de la rancia aristocracia.
c.- Los esclavos
Esta clase servil, estaba integrada por los negros, mulatos y zambos(3). Sus integrantes carecían de derechos y tenían, a su cargo, las tareas más pesadas.
(3) La unión de blanco con indio, produjo el mestizo, que fue el elemento predominante. De negro y blanco, resultó el mulato; y, la cruza de indio y negro, produjo el zambo. // Citado por José Cosmelli Ibáñez. “Historia Argentina”, Buenos Aires. Ed. Editorial Troquel.
Resignados con su destino, sometían su existencia a la voluntad de sus patronos. En el Río de la Plata, recibieron un trato humanitario, e integraron el núcleo familiar.
- La cultura en el período hispánico
El Descubrimiento de América, coincidió con una floración del pensamiento filosófico y político español, que se prolongó durante siglo y medio. A esta eclosión, siguió un siglo de decadencia, durante el cual, la escolástica, se fosilizó, al punto de ser una rareza encontrar un innovador de segunda línea, como Eduardo Manuel Martín Losada, y, la introducción del cartesianismo no produjo más representante de fuste, que Juan Caramuel.
En el siglo XVIII, el movimiento ilustrado hizo surgir nuevas figuras en la ciencia, la economía y el Derecho, pero, la filosofía española, se mantuvo escasa de grandes nombres. Paralelamente, el pensamiento americano siguió las huellas del español, dentro de un tono menor, sin luminarias propias, limitándose a repetir a aquellos maestros que constituían la erudición de los canónigos y doctores.
Se mantuvo una variedad de orientaciones, siempre dentro de la filosofía cristiana: tomistas, suaristas, escotistas -recordemos a Alonso Briceño, en el Perú-, aristotélicos -como Antonio Rubio, en México- y, posteriormente, aparecen algunos cartesianos. Iguales características había tenido el pensamiento rioplatense. Rubio y Suárez fueron los maestros, por antonomasia, del siglo XVII, y aparecen algunos hombres que incursionan, con proporcionado éxito, en el quehacer filosófico, como el platónico Tejeda y el ecléctico Diego de León Pinelo.
El siglo XVIII, con el desarrollo de la población y de los institutos de enseñanza, trajo un mayor desvelo intelectual y, aunque no se llegó al plano creativo, las Provincias del futuro Virreinato comenzaron a vivir las inquietudes culturales del siglo. Hasta la expulsión de los jesuitas, las doctrinas de Suárez dominaron la enseñanza filosófica y, aún después, pese a las prohibiciones oficiales, los discípulos de aquéllos, llegados a la cátedra, transmitieron muchos de sus principios filosóficos y políticos.
El cartesianismo tuvo difusión a través de Caramuel y Maignan; se leyó a Feijoo y a Wolff, a Pufendorf y a Newton -la influencia de éste, es visible en el jesuita Faulkner- y las famosas y revolucionarias “Memorias” de Trevoux, fueron discutidas y comentadas. El reemplazo de los jesuitas, en la conducción de la enseñanza superior, por los franciscanos, luego de la expulsión de aquéllos, se tradujo en un cambio de orientación filosófica. Los franciscanos seguían a Escoto, y estaban abiertos a las influencias cartesianas; también se mostraron partidarios de las ciencias experimentales, y desafectos a la escolástica tradicional.
Dentro de la corriente cartesiana, podemos mencionar a fray Cayetano Rodríguez y a fray Elías Pereira, en los últimos años de la época virreinal. Los dominicos y mercedarios se mantuvieron fieles al tomismo, adoptando, hacia el fin del siglo, una actitud cerrada. La historia ha conservado los nombres de algunos profesores destacados, en este siglo, por la trascendencia de sus enseñanzas. En sus principios, debemos recordar al Padre Torquemada, quien enseñaba la doctrina del Poder, según Suárez, y, posteriormente, a Rospigliosi, quien fue maestro del Deán Gregorio Funes.
A medida que nos acercamos a las postrimerías del siglo, podemos ir estableciendo ciertas filiaciones intelectuales, de los futuros protagonistas del gran cambio que iba a producirse en el Río de la Plata. Montero, primer catedrático de Filosofía del Colegio de San Carlos, discípulo del jesuita Querini, fue maestro de Luis José Chorroarín y de Cornelio Saavedra, dentro de la línea escolástica.
A su vez, Chorroarín fue, una vez profesor, maestro de Manuel Belgrano, a quien transmitió su posición escolástica y anticartesiana. El ilustre prócer, neutralizaría este último aspecto de las enseñanzas de su maestro en España, donde recibiría influencias de Descartes y donde tomaría conocimiento de Locke, Wolff y Condillac.
Funes, por su parte, recibió la tradición jesuítica de la Universidad de Córdoba, y continuó sus estudios en España, donde se puso en contacto con las ideas de Pluquet, Grocio, Pufendorf, Jovellanos, etc. Como en estos, en muchos otros casos se fue trasvasando el pensamiento europeo y español del último medio siglo. Así, se fueron formando hombres como Maciel, Millas y Fernández de Agüero, seguidores de las novedades filosóficas, y que -con los otros y una pléyade de juristas, más algunos economistas como Lavardén, Belgrano y Vieytes- constituyeron un núcleo, intelectualmente inquieto y despierto, de donde surgieron, luego, los ideólogos y los eclécticos del movimiento revolucionario.
Pero no son éstas las únicas preocupaciones intelectuales de los habitantes del Virreinato. Nativos y europeos, que recorren sus tierras, demuestran, en sus producciones, el progreso de la región. Araujo, Leyva y Segurola, se aproximan a la Ciencia Histórica; el santiagueño Juárez, se luce en Botánica; Caamaño y Quiroga, hacen aportes geográficos; el ya citado Lavardén, produce la primera obra de teatro, escrita en el país; y Sor Alaria de Paz y Figueroa es -en el género epistolar- la Sevigné americana.
Mariluz Urquijo ha descrito, en acertada síntesis, el clima cultural del Virreinato, al filo del siglo XIX. Es el reflejo de la metrópoli, pero modificado por las circunstancias y las limitaciones locales: “No era en el plano político, donde sólo se sentían los efectos del sacudón que agitaba al mundo. En las letras, se desarrollaba idéntico forcejeo entre las tendencias arcaizantes y modernistas y, si bien, la tonalidad general, era neoclásica, aún podían sorprenderse curiosos resabios de un barroquismo tardío, refugiado en las Intendencias, donde era menor el influjo de los modernos escritores españoles y franceses”(4).
(4) José M. Mariluz Urquijo, “Perfil del Virreinato entre dos siglos” (1961), tomo XXXII, p. 89. Ed. B.A.N.H. // Citado por Carlos Alberto Floria y César A. García Belsunce. “Historia de los Argentinos”, tomo 1, capítulo 9. Ediciones Larousse Argentina, Buenos Aires, 1993.
Momento de cambio, también, en las colonias; se produce -dice el mismo autor- una incongruente mezcla de tendencias. Esta mezcla, no sólo nacía de un pragmatismo táctico o de un eclecticismo consciente, sino también de fusiones y confusiones de principios contrapuestos. En las bibliotecas, se encontraban Santo Tomás y Buffon, fray Luis de Granada y Fontenelle. Las bibliotecas espejaban la mente de sus lectores.
- Artes plásticas
El arte es uno de los campos donde se revela, con más nitidez, el progreso de la sociedad rioplatense de este siglo. En el arte colonial hispanoamericano, se produjeron determinadas fijaciones estilísticas, alteraciones resultantes de nuevas importaciones europeas, remembranzas de los monumentos de las ciudades de origen de los arquitectos y constructores y, por fin, la metamorfosis que, los modelos europeos, sufrieron en manos de los artesanos indígenas, que les transmitieron su idiosincrasia y tradiciones artísticas.
Todo ello produjo una verdadera coexistencia de estilos y modalidades, que dificulta, seriamente, datar los monumentos, cuando no se dispone de datos ciertos sobre su fecha de origen pero, sobre esta multiplicidad, América española obró en un sentido unificador, que hizo del “colonial hispanoamericano” un verdadero estilo.
En este sentido, y en la abundancia e importancia de las obras que han subsistido, el siglo XVIII es el gran siglo del arte colonial, en el Río de la Plata, a diferencia de otras regiones, donde hubo un despertar anterior.
- La enseñanza primaria
Las Leyes de Indias o Código, que se aplicó en los dominios españoles de América, contienen muy escasas disposiciones, referentes a la educación infantil, pero, en cambio, son abundantes las que se ocupan de la catequización del indígena. El desarrollo de la población, hizo necesario crear establecimientos de primeras letras, para los hijos de españoles. En las ciudades, las escuelas elementales eran de tres categorías:
a.- conventuales o anexas a los conventos;
b.- del rey, que tenían carácter gratuito, pues eran sostenidas por los Cabildos; y
c.- particulares o privadas, a cuyo frente se encontraban personas autorizadas.
Los maestros laicos escaseaban, debido a que el trabajo era mal retribuido y considerado una labor menospreciada. Para abrir una escuela, era necesario obtener la correspondiente autorización del Cabildo local. Según las constancias documentales, el primer maestro seglar o laico, autorizado por el Cabildo de Buenos Aires, fue Diego Rodríguez.
- La enseñanza media
Los primeros establecimientos educativos, de enseñanza media, del Virreinato, fueron los de Gramática o Latinidad (porque el latín era la materia básica) y funcionaban en los conventos. En 1610, los jesuitas establecieron -en Córdoba- el Colegio Máximo, destinado a la formación de religiosos y, tres años más tarde, abrieron el Convictorio de San Javier. Estos dos establecimientos, fueron la base de la futura Universidad.
Con respecto a la enseñanza media, en la Ciudad de Buenos Aires, puede afirmarse que, a principios del siglo XVII, los jesuitas erigieron un Colegio frente a la Plaza Mayor (hoy de Mayo) que, en 1661, fue trasladado, junto a la Iglesia de San Ignacio, con el nombre de Colegio Grande o de San Ignacio. La expulsión de los jesuitas -en el año 1767- perjudicó la obra cultural, en que estaba empeñada dicha Orden.
En 1783, el virrey Juan José de Vértiz y Salcedo, fundó el Colegio de San Carlos o Real Convictorio Carolino, cuyo primer regente fue el canónigo Baltasar Maciel. Debido a que, el establecimiento, no otorgaba títulos, los alumnos, que deseaban diploma, estaban obligados a terminar sus estudios en las Universidades del Virreinato (Córdoba o Chuquisaca). Se hicieron gestiones para transformar, el Colegio, en Universidad, pero no progresaron.
- La enseñanza superior
Los jesuitas dirigieron las dos Universidades que funcionaron en el Virreinato del Río de la Plata: la de Córdoba -la más antigua- y la de Charcas o Chuquisaca.
La Universidad de Córdoba. En 1613, el obispo Hernando de Trejo y Sanabria, consultó, a los superiores jesuitas, y obtuvo la autorización necesaria para que, en los Colegios de esa Orden -Colegio Máximo y Convictorio de San Javier- se enseñara Latín, Artes y Teología; además, que pudieran otorgar grados de Bachiller, Licenciado, Maestro y Doctor.
Así quedó constituida la Universidad de Córdoba, destinada a los miembros de la Orden jesuítica, aunque, más tarde, los estudios fueron públicos. Luego de la expulsión de dichos sacerdotes, el establecimiento pasó a depender de los franciscanos, hasta 1808(5).
(5) La Universidad de Córdoba comprendía dos Facultades: de Artes y de Teología. Los cursos de la primera, se desarrollaban en tres años, y comprendían Lógica, Física y Metafísica; otorgaba grados de Bachiller, Licenciado y Maestro. La carrera terminaba con el título de Doctor en Teología, obtenido al cabo de cinco años de estudios en esa Facultad. // Citado por José Cosmelli Ibáñez. “Historia Argentina”, Buenos Aires. Ed. Editorial Troquel.
La Universidad de Charcas. La Universidad de San Francisco Javier, también llamada de Charcas o Chuquisaca, fue fundada en marzo de 1624m por el Padre Jaime Frías -Provincial de la Compañía de Jesús- sobre la base del Colegio de San Juan Bautista, creado dos años antes. Aunque los estudios fueron, de preferencia, eclesiásticos, tuvo un carácter más liberal que la Universidad de Córdoba, y contó con una biblioteca, considerada la segunda, en importancia, de América hispana. Pronto adquirió justo renombre la Facultad de Derecho, a la que fue anexada -en 1780- la Academia Carolina, destinada a la práctica forense.
Las ideas liberales, de los pensadores del siglo XVIII, fueron aceptadas con entusiasmo por los jóvenes universitarios y, como bien ha dicho un autor, “la idea revolucionaria se nutrió en este Instituto de juristas”. Cursaron estudios, en la Universidad de Charcas: Mariano Moreno, Juan José Castelli, Agustín Gascón, Bernardo Monteagudo, etcétera.
- La enseñanza especializada
Por iniciativa de Manuel Belgrano -Secretario del Consulado-, la Ciudad de Buenos Aires contó, en 1799, con dos establecimientos de enseñanza especializada: la Escuela de Náutica y la Escuela de Dibujo(6).
(6) Primer Director de la Escuela de Náutica, fue el geógrafo e ingeniero Pedro Cerviño, y su Vicedirector, el piloto Juan Alsina. Ambos se encargaron de la enseñanza, a desarrollar, en un lapso de cuatro años, de acuerdo con las siguientes materias: Aritmética (Algebra y Trigonometría), Geografía, Hidrografía y Navegación. Por orden del rey, el Consulado cerró la Escuela de Náutica, a mediados de 1807. En mayo de 1799, se inauguró la Escuela de Dibujo del Consulado, con una asistencia de sesenta y cuatro alumnos, y funcionó, regularmente, cerca de un año. Fue, su primer profesor, el tallista español Antonio Gaspar Hernández, quien utilizó, el primitivo método de la copia o reproducción fiel de láminas y grabados. // Citado por José Cosmelli Ibáñez. “Historia Argentina”, Buenos Aires. Ed. Editorial Troquel.
- El Protomedicato
A mediados del siglo XV, se creó, en España, el Tribunal del Protomedicato, Organismo docente, destinado a combatir la práctica ilegal de la medicina y encargado de vigilar el ejercicio de esa profesión; además, otorgaba títulos precarios, a quienes demostraban idoneidad y conocimientos científicos. En 1570, estos Tribunales fueron establecidos en México y Perú.
En el Río de la Plata, el virrey Vértiz y Salcedo estableció el Protomedicato, en 1780, y nombró titular al doctor Miguel O’Gorman, graduado en París y Reims, con títulos revalidados en España. Una vez al frente de sus funciones, tomó examen de competencia a todos aquéllos que ostentaban títulos de “boticario y sangrador”(7).
(7) En 1801, comenzó a funcionar la Escuela de Medicina, cuyo curso de Anatomía estuvo a cargo del doctor Agustín Fabre y, al año siguiente, dieron comienzo las clases de Química Farmacéutica -correspondientes al segundo curso-, bajo la dirección del doctor Cosme Argerich, en reemplazo de O’Gorman, que estaba enfermo. En 1803, llegaron, a Buenos Aires, las primeras vacunas antivariólicas, que fueron aplicadas con éxito. // Citado por José Cosmelli Ibáñez. “Historia Argentina”, Buenos Aires. Ed. Editorial Troquel.
- La entrada de libros
La introducción de libros, en América, estuvo sujeta a restricciones de carácter general, semejantes a las que regían en España, pero adaptadas al nuevo medio. Fueron censurados los libros que atentaban contra el dogma católico y los que difundían las nuevas ideas de los filósofos y enciclopedistas. No obstante estas prohibiciones, casi toda la producción literaria y filosófica de la época, pasó a las nuevas tierras, sin mayores inconvenientes(8).
(8) Dos eruditos historiadores -José Torre Revello y Guillermo Furlong- han demostrado, sobre la base de una copiosísima documentación, “que las obras impresas y leídas, no sólo en la Península (España y Portugal) sino aun las publicadas en Francia, en Italia, en los Países Bajos y en Alemania (siempre que el idioma no fuera un insalvable obstáculo) se leían, a la par, en el Río de la Plata”. Guillermo Furlong, “Bibliotecas argentinas durante la dominación hispánica” (1944), p. 21, Buenos Aires. // Citado por José Cosmelli Ibáñez, “Historia Argentina”, Buenos Aires. Ed. Editorial Troquel.
- La imprenta en el Río de la Plata
La primera imprenta del Río de la Plata, no fue importada, sino creada en el territorio de las misiones -Reducciones de guaraníes- por obra de los jesuitas. En el año 1700, los misioneros Juan Bautista Neuman y José Serrano, construyeron una prensa, con la colaboración de los indígenas; el papel, fue el único material importado.
El primer impreso se tituló el “Martirologio Romano”, del que no se conserva ningún ejemplar. La imprenta misionera, estampó libritos de efemérides, anuarios, tablas astronómicas, catecismos y hojas sueltas. También, por obra de los jesuitas, la Universidad de Córdoba adquirió una imprenta, que fue traída de Europa, por el año 1764, y luego se entregó al Colegio de Monserrat.
Con la expulsión de la Compañía, la imprenta cesó de funcionar, pero, en 1780, el virrey Vértiz y Salcedo la compró a los franciscanos, y la hizo trasladar a Buenos Aires. Instalada en un modesto local (actual esquina de Perú y Moreno) recibió el nombre de Real Imprenta de Niños Expósitos, pues, los beneficios obtenidos, se destinaron a la citada institución. El taller imprimió bandos, proclamas, carteles, almanaques, formularios, periódicos y libros diversos.
- El periodismo
A partir de la segunda mitad del siglo XVIII, comenzaron a circular, en Buenos Aires, primero en forma clandestina y, luego, públicamente, hojas manuscritas, que difundían noticias locales, y algunas europeas. El 1 de abril de 1801, apareció el primer periódico, editado en Buenos Aires, que se llamó: “Telégrafo Mercantil, Rural, Político, Económico e Historiógrafo del Río de la Plata”. Su fundador y director fue el militar, abogado y escritor extremeño, Francisco Antonio Cabello y Mesa.
El “Telégrafo Mercantil” se sostenía, gracias a la contribución de ciento cincuenta y nueve suscriptores. Desde su creación, hasta el mes de octubre, apareció miércoles y sábados; luego, salió los domingos. Llegó a publicar ciento diez números, hasta octubre de 1802, en que fue clausurado, por orden del virrey Nicolás del Pino(9).
(9) La medida se debió a un artículo, aparecido el 8 de octubre de 1802, titulado: “Circunstancias en que se halla la provincia de Buenos Aires e islas Malvinas y modo de repararse”. Este escrito, considerado agraviante por las autoridades, se atribuyó, durante muchos años, a Cabello y Mesa, aunque, actualmente, los historiadores opinan que fue una reproducción de un trabajo perteneciente a Juan de La Piedra, del año 1778. // Citado por José Cosmelli Ibáñez, “Historia Argentina”, Buenos Aires. Ed. Editorial Troquel.
En septiembre de 1802, un mes antes de extinguirse el anterior, apareció un nuevo periódico: el “Semanario de Agricultura, Industria y Comercio”, dirigido por el comerciante criollo, Juan Hipólito Vieytes. De acuerdo con su título, la citada publicación propició el fomento de las industrias, estimuló la producción y sostuvo la necesidad del libre comercio, interior y exterior.
El 23 de mayo de 1807, los ingleses iniciaron -desde Montevideo- la publicación de la “Estrella del Sur” (“The Southern Star”), periódico bilingüe, escrito en inglés y castellano. Sus artículos, difundían propaganda británica e incitaban, a los criollos, a abatir el yugo español, para gozar de los beneficios de la libertad de comercio. Sólo aparecieron siete números.
El 3 de marzo de 1810 -en vísperas de la Revolución- Manuel Belgrano comenzó a publicar el “Correo de Comercio de Buenos Aires”, cuyo principal objeto sería ‘‘el estudio de las ciencias, de las artes y de la historia”. El virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros, brindó inconsciente apoyo, a estos principios, sin saber que, gracias a la sagacidad de Belgrano, iban a utilizarse en servicio de la emancipación. Luego de publicar cincuenta y dos números, dejó de aparecer, en febrero de 1811.
- Música y Letras
Frente al buen desarrollo de la plástica, las artes musicales se mantuvieron en un nivel muy mediocre. Mayor desarrollo tuvo -en cambio- la literatura, si bien, el siglo no produjo ningún émulo del poeta Tejeda, de la centuria anterior. Hubo más vocación por la literatura científica, que por la meramente creativa. Haenke, Faulkner, Cárdenas, Quiroga, ilustraron las Ciencias Naturales y la Cartografía. Pero fue necesario llegar, al fin del siglo, para escuchar los versos de Lavardén, en su “Oda al Paraná”, o en su obra teatral, “Siripo”, donde se entremezclaban, la vocación clasicista, con los nuevos impulsos románticos.
Sin embargo, aún entonces, el propio poeta dedicaba, parte de su tiempo, a artículos sobre Economía y, Manuel Belgrano, pergeñaba páginas sobre Economía Política y Educación, que revelan un estilo directo y un pensamiento claro. La historia literaria del Río de la Plata comenzó con Luis de Miranda, clérigo español, que llegó, a estas playas, con la expedición de Pedro de Mendoza, y escribió, en Asunción, un “Romance”, que relata los padecimientos de los primeros pobladores de Buenos Aires.
De acuerdo con el orden cronológico de publicación, el segundo trabajo literario fue “Comentarios de Alvar Núñez Cabeza de Vaca”, escritos por su secretario, Pero Hernández. Con la expedición de Pedro de Mendoza, llegó al Plata el soldado alemán, Ulrico Schmidl, quien escribió -en su idioma- “Derrotero y Viaje de España y las Indias”, obra que describe, con bastante imparcialidad, la historia de la Conquista.
Con la Armada de Ortiz de Zárate, arribó el arcediano Martín del Barco Centenera, autor del poema “‘Argentina y Conquista del Río de la Plata”, que es una mezcla, difusa, de historia y geografía americanas.
El relato de nuestra historia comienza, en realidad, con Ruy Díaz de Guzmán -mestizo asunceno- autor de “La Argentina”, publicada en Charcas, en 1612. El primer poeta, nacido en nuestra patria, fue el cordobés Luis de Tejeda, quien escribió -por el año 1663- su conocido poema, “El Peregrino en Babilonia”. Este largo trabajo, de carácter autobiográfico, compara, el ambiente de Córdoba, con la pecadora Babilonia.
Manuel José de Lavardén fue el primer poeta porteño, autor de “Siripo”, obra inspirada en una leyenda de la Conquista, que relata Ruy Díaz de Guzmán. También escribió su conocida “Oda al Paraná”, que publicó, el “Telégrafo Mercantil”, en su primer número. Las invasiones inglesas y la heroica actitud de los habitantes de Buenos Aires, inspiraron a diversos poetas: así, Vicente López y Planes se basa, en la memorable Reconquista, para componer, “El Triunfo Argentino” y, Pantaleón Rivarola, dedica dos “Romances” a la Defensa.
- Arquitectura
No obstante que, en materia de artes plásticas, no se puede hablar de una uniformidad de tendencias, para todo el país, el conjunto todo, se destaca del resto del continente, por la mayor sobriedad y sencillez de la arquitectura. Los escasos recursos, la falta de piedras y maderas tallables y el predominio del neoclasicismo, en la época, contribuyeron a ese resultado. De allí, la sencillez reposada de las líneas, la sobriedad de la decoración y el predominio de lo arquitectónico, sobre lo escultórico.
Blanqui, Kraus y Masella, han perpetuado sus nombres, en obras como, las iglesias Del Pilar, San Ignacio y la Catedral, respectivamente, añadiéndose, al historial del primero, La Merced, el Cabildo y San Francisco. Pero no fue patrimonio, exclusivo de Buenos Aires, este desarrollo arquitectónico. La Catedral de Córdoba, es otro testimonio de alto valor, en especial su cúpula barroca, ejecutada por fray Vicente Muñoz, y, también, las grandes estancias jesuíticas, donde, Blanqui y Prímoli, dejaron su sello inconfundible.
La arquitectura civil también produjo obras de valor. Salta es un excelente ejemplo de ello, no sólo por su notable Cabildo, conservado sin las mutilaciones del porteño, sino por sus mismas casas de familia, que ofrecen múltiples ejemplos de portales, balcones, ménsulas y artesonados.
A medida que se avanza hacia el Norte, se nota un aumento en la riqueza del decorado, en la abundancia de las tallas y en la presencia de la mano de obra indígena. Pero, además de las grandes construcciones de las ciudades, merece un párrafo aparte la multitud de Capillas, diseminadas en el Noroeste argentino. Son obras simples, sencillas e ingenuas, construidas en barro o adobe, y salidas, no de manos de arquitectos, sino de simples vecinos aficionados, que hicieron lo mejor que podían, para honra de Dios, y que revelan, más que las obras de mayor calidad, la sensibilidad artística del pueblo y la autenticidad del estilo.
Paralelamente, en el extremo Nordeste, en los pueblos misioneros, los jesuitas desarrollaron otra obra arquitectónica de jerarquía, con la abundante participación de los indios reducidos. Cada pueblo misionero, levantó su iglesia de piedra, sus casas y dependencias. Arquitectos como Brassanelli, Petragrassa y Kraus, trabajaron en la región, y, los indios tallaron, en las piedras, los motivos ornamentales, adaptando, con sentido original, los modelos europeos.
- Escultura
También fue muy rica la imaginería de la época. Podemos reconocer una influencia altoperuana, otra misionera y una portuguesa, con fuerte incidencia barroca. No faltaron, tampoco, los pintores, cuyo primitivismo confiere, a sus cuadros, un valor original.