Reacción porteña por los Acuerdos de San Nicolás
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El 31 de Mayo de 1852 se firmó el Acuerdo. Comenzaba éste declarando Ley Fundamental de la República, al Pacto Federal de 1831 y, llegado el momento de organizar, por medio de un Congreso Federativo, la administración del país, sus rentas, comercio, navegación, etc.
A él concurrirían las provincias con igual representación -lo que subrayaba la igualdad de sus derechos- y, hasta que se dictase la Constitución, se nombraba a Justo José de Urquiza Director Provisorio de la Confederación Argentina, encargado de conducir sus Relaciones Exteriores, reglamentar la navegación de sus ríos, percibir y distribuir las Rentas nacionales y comandar todas las fuerzas militares, a cuyo efecto las tropas provinciales pasaban a formar parte del Ejército Nacional.
Lo convenido superaba ampliamente el texto estricto del Pacto Federal, pero se conformaba a su espíritu. Cuando Buenos Aires conoció, extraoficialmente, el Acuerdo, estalló una verdadera tormenta. Los gobernadores habían ido demasiado lejos, a1 despojar a Buenos Aires de su ejército y sus Rentas. Los “sagrados derechos” de su pueblo, habían sido tocados, ¡con la condescendencia de un gobernador que había actuado sin mandato!
Presentado el Acuerdo a la Legislatura, comenzó el 21 de Junio el debate. Bartolomé Mitre y Dalmacio Vélez Sársfield atacaron el Acuerdo; Vicente Fidel López, Pico y Juan María Gutiérrez, lo defendieron, con igual entusiasmo. La mesura inicial de los oradores fue dominada por la violencia de una barra vocinglera, que interrumpía las discusiones y amenazaba a los ministros.
Los discursos fueron varias veces cortantes, pero los oradores recuperaban la mesura, mientras la actitud de la barra elevaba la tensión hasta lo indecible. No nos detendremos en los detalles anecdóticos de este famoso debate(1). Veamos en cambio su meollo.
(1) Todavía nadie ha descripto mejor las jornadas de Junio, que Ramón J. Cárcano, en su célebre libro: “De Caseros al Once de Septiembre”, adonde remitimos al lector que quiera ampliar su información. Un buen análisis político puede verse, también, en Rodolfo Rivarola: “Mitre. Una década de su vida política. 1852-62”. Buenos Aires, “Revista argentina de Ciencias Políticas”, 1921. Adolfo Saldías, muy brevemente, da un colorido cuadro en: “Un siglo de Instituciones”, La Plata, 1910, tomo 1, capítulo XVII. // Citado por Carlos Floria y César A. García Belsunce. “Historia de los Argentinos” (1971), segunda edición (1975), Buenos Aires. Ed. Kapelusz S. A.
El coronel Mitre -artillero ascendido en Caseros, periodista y poeta de inspiración liberal, y poseedor de una erudición superior- acababa de hacer gala, en “Los Debates”, de su aspiración a “la organización nacional por medio de un Congreso constituyente”, y de su federalismo:
“El federalismo es la base natural de la reorganización del país... La organización federativa es, no sólo, la única posible, sino que es también la más racional”(2).
(2) “Los Debates”, 1 de Abril de 1852. En este número inaugural de su periódico, en su artículo “Profesión de Fe”, Mitre proclamó que “no hay cuestión económica que no envuelva otra cuestión política o social” y la consecuente necesidad de resolver los problemas materiales del país, a cuyo fin propinaba sufragio universal, libertad de imprenta y reunión, organización de la Guardia Nacional, libre navegación de los ríos, aduana federal, fomento de la inmigración y libre comercio. // Citado por Carlos Floria y César A. García Belsunce. “Historia de los Argentinos” (1971), segunda edición (1975), Buenos Aires. Ed. Kapelusz S. A.
¿En qué fincaba, pues, su oposición? Mitre invocaba el exceso de facultades otorgadas a Urquiza. La sombra de Rosas estaba demasiado cerca para los liberales y bajo la invocación de los “principios”, latía en el discurso de Mitre un temor, que disimulaba, por respeto al vencedor:
“Nosotros convenimos, y ésta es mi creencia, que el general Urquiza no abusará de su poder, que su persona es una garantía; pero eso no quita que yo no me considere suficientemente autorizado para dar mi voto a la autoridad de que se le pretende investir y de que yo piense que esa autoriadad es inaceptable, porque es contra el derecho escrito y contra el derecho natural, y porque ni el pueblo mismo puede crearla”(3).
(3) Diario de Sesiones de la Legislatura de Buenos Aires; sesión del 21 de Junio de 1852. // Citado por Carlos Floria y César A. García Belsunce. “Historia de los Argentinos” (1971), segunda edición (1975), Buenos Aires. Ed. Kapelusz S. A.
Además del exceso de poder que se otorgaba había otra razón que Mitre callaba: la persona del depositario de aquellas facultades, a quien el orador consideraba una garantía. Pero garantía moral, no política; garantía de no abusar, pero no garantía de que Buenos Aires no perdería su posición hegemónica en el concierto provincial. Lo que los oradores contrarios al Acuerdo callaron, lo vociferó la barra. Bien escribió Rivarola al respecto:
“Los diputados y los ministros fueron elocuentes, cultos y corteses... Desgraciadamente fue consentida la intervención de la barra apasionada, rosista y tal vez, en mínima parte, unitaria; de todas maneras, localista porteña, ya enemiga de Urquiza y de los entrerrianos, sus vencedores en la batalla de la víspera”(4).
(4) Rodolfo Rivarola. “La Constitución Argentina y sus Principios de Etica Política” (1928), p. 80. // Citado por Carlos Floria y César A. García Belsunce. “Historia de los Argentinos” (1971), segunda edición (1975), Buenos Aires. Ed. Kapelusz S. A.
Desbrozado de elementos anecdóticos o circunstanciales y de la argumentación jurídica -precisa, pero secundaria- de Vélez Sársfield, es claro que el Acuerdo fue derrotado por antiporteño, o mejor, por “a-porteño”.