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Biografía de Sarmiento antes de asumir como Presidente de la Nación

La madre, doña Paula Albarracín, convidada a pasar el día en la quinta de una amiga y lejos del pueblo, estando muy encinta, se enfermó... Había entonces pocos coches y el marido debió regresar a San Juan llevando a doña Paula en las ancas de su caballo...

... Arribados a la casa, doña Paula apenas alcanzó a llegar al borde de la cama; sin esperar a la comadrona, el niño apareció en el mundo... Un poco más y Sarmiento nace, pues, sobre el caballo...

... Y como vio la primera luz nueve meses después de la Revolución de 1810, solía decir, con aplomada jactancia, que en su fecundación hubo, además de los comunes a la especie, el estremecimiento ciudadano del 25 de Mayo.

Su padre, don Clemente Sarmiento, había sido soldado del Ejército de los Andes y batallado en Chacabuco; en las rodillas del progenitor escuchó, de pequeño, la crónica deslumbradora de la epopeya sanmartiniana, mientras doña Paula, industriosa, manejaba un telar con el que obtenía los recursos para seguir viviendo...

Una memoria prodigiosa y una insaciable voracidad de lector señalaron, desde chiquillo, su destino intelectual:

No supe nunca hacer bailar un trompo, rebotar la pelota, encumbrar la cometa...”, recordaría Sarmiento cuando hombre. El azar no ayudó sin embargo, en oportunidad de un sorteo que pareció posibilitar al pequeño Domingo lograr una beca para proseguir estudios en la capital de la Nación.

Tampoco tiene suerte cuando a los diez años, llevado a Córdoba, una enfermedad le impide incorporarse al Colegio Monserrat de esa ciudad. Autodidacta, a los quince años enseñaba el alfabeto a muchachones de San Luis...

En 1827 está en San Juan y es tendero de profesión, cuando lo designan Alférez de las milicias provinciales... Nadie se engañe; no se trataba de velar las armas en previsión de heroicos entreveros motivados por extranjeras invasiones. El nombramiento era una manera cómoda de reclutar elementos gratuitos para el orden público...

Un Alférez de las milicias no pasaba de ser un modesto vigilante de ahora ... Sarmiento se hizo repetir tres veces la orden de cerrar la tienda y presentarse a prestar servicio. Obedeció de mala gana; él prefería los libros que, detrás del mostrador, le hacían soñar que era Cicerón o Franklin...

Al dar parte al Gobierno de haber recibido la guardia sin novedad, añadió una reclamación por esa tarea “con que se nos oprime sin necesidad...”.

Lo relevaron de la guardia y le ordenaron presentarse enseguida al mandatario de la provincia, que a la sazón tomaba el solcito, sentado en el patio de la Casa de Gobierno...

Saludó respetuosamente, pero el gobernador, sin dignarse a contestar el saludo, le preguntó, mostrando el papel: “¿Es esta, señor, su firma..?

Molesto por la descortesía, Sarmiento, alentado sin duda por Franklin, Cicerón y quién sabe cuántos otros grandes que lo seguían desvelando, se encajó el sombrero hasta las orejas y contestó resueltamente:

- “¡Sí señor..!

Y se quedó con los ojos fijos en los del gobernador quien, a su vez, lo miraba empeñado en hacérselos bajar... Sarmiento, sin pestañear, venció en ese duelo mudo y visual, que entrañaba para la autoridad un subversivo desafío...

Enajenado de cólera, el gobernador lo mandó a la cárcel... Allí, acaso para seguir protestando también en otra lengua, Sarmiento, ayudado de un diccionario, aprendió francés...

El episodio jalona un punto de partida que supera la simple biografía... porque a partir de entonces y siguiendo a Sarmiento nosotros entramos en la historia...

Durante sesenta años la fusión entre la vida de Sarmiento y la vida del país es tan íntima que resulta difícil señalar dónde empiezan y dónde terminan los acaeceres de Sarmiento y los acaeceres de la patria...

El vio y sintió con claridad esto de que su destino de individuo estaba tan consustanciado con el de la República que, para consolar a la madre que se lamentaba de los riesgos que el hijo corría por combatir a Rosas, solía explicarle:

Madre; hay países donde reina la fiebre amarilla, el vómito negro y otras enfermedades endémicas que diezman las familias. En el nuestro es endémico el degüello y es preciso resolverse a abandonar el país...”.

Muchos años después, en carta a su hija, consolándola de graves preocupaciones familiares, Sarmiento le afirma:

Es preciso que te armes de coraje como tu padre, que acepta la vida como nos viene¿Por qué serías más feliz que tu patria? ¡Acabemos pues con las lágrimas..!

Sí, el episodio de Sarmiento, tendero sanjuanino metido en la cárcel por luchar contra la “opresión”, fue de incuestionable importancia. La prisión lo maduró políticamente; cuando salió de ella se dio por notificado que en el país existían partidos y que las contiendas conmovían ideas y voluntades...

Eran los tiempos subsiguientes a la caída del presidente Rivadavia; la violencia se desataba y también las armas debieron movilizarse... Por eso a Sarmiento, que no tiene aún dieciocho años, lo encontramos pronto en Mendoza participando de una batalla de unitarios contra los federales; el alférez es ahora un combatiente de verdad que maneja el sable y el fusil...

Sarmiento se ha alistado entre los unitarios; estos, derrotados, deben huir... Al lado de él y en el momento del desbande, alguien le dice:

- “¿Y Sarmientito? ¿Por dónde nos escapamos?”, y señala una dirección...

Sarmiento le contesta:

- “¡Por ahí no, señor..! Por ahí va la persecución...”, y marcando un rumbo contrario al sugerido:
- “Tomemos esta otra ... Hacia la Ciudad de Mendoza...”.

El interlocutor de Sarmientito no aceptó la indicación y ambos se alejaron por rumbos opuestos... Sarmiento se salvó, pero llegó a ver que su camarada de ideales caía preso y luego se enteró lo habían ultimado...

Quien pudo haberse salvado, si escucha el consejo de Sarmiento, era el doctor Narciso Laprida, el sanjuanino que, en 1816, firmó, como presidente del Congreso de Tucumán, la Declaración de Independencia de las Provincias Unidas, tan desunidas ahora por las contiendas civiles, que los veinte años de Sarmiento debieron pronto marcharse para Chile ...

En Chile hizo de todo... Maestro de escuela, dependiente de comercio en Valparaíso, capataz de una mina en Copiapó; trabajaba como el que más y todavía se daba maña para seguir leyendo...

Excedida en exigencias, su salud tuvo un quebranto tan serio que, agotado, bordeando la locura, regresó a San Juan... Los cuidados familiares, el reposo, le permitieron recuperarse; es en esa época que se vincula con los ideales de la Generación del 37 que, desde Buenos Aires acaudillaba Echeverría...

No duraría mucho esta sosegada pausa hogareña de San Juan y en 1840 está de nuevo en Chile. Tan escaso de recursos que, apenas llega, vende por cuatro onzas el único libro que le queda: El Diccionario de la Conversación. Le era más urgente comer algo que conversar correctamente...

Esta vez trabajará en el país hermano volcado íntegramente en la faena de periodista.

Identificado con los problemas de esa tierra, adonde lo había trasplantado la intolerancia de la suya e incapaz de ser neutral en las contiendas de América, vivía Sarmiento en la capital del país hermano compartiendo beligerancias en la prensa chilena.

Lo normal era que le devolvieran sin blanduras las zamarreadas de imprenta que él, por su parte, no escatimó jamás... Sin embargo, su fisiología, exhuberante de energías para cualquier ruta, conocía también los momentos depresivos.

Un día, acaso porque la pluma de periodistas enemigos lo había golpeado más y peor que de ordinario o, acaso porque las compuertas del orgullo personal no le bastaron para atajar la amargura, se quejó ante el ministro Montt, amigo suyo: “Lo calumniaban, lo vejaban, le negaban talento literario...”. Y esto último sí que le dolía...

Montt lo oyó. Y buen catador de almas fuertes, le dio el único consejo que corresponde a quienes viven sedientos de quehaceres trascendentes:

- “¡Contésteles con un libro..!

El consejo fue escuchado... En momentos en que la renovación presidencial chilena hacía subir la temperatura de la ciudadanía, en momentos en que se anunciaba la llegada a Santiago de Chile de un emisario de Rosas a quien preocupaban -y con razón- las actividades opositoras de Sarmiento, éste se inclinó sobre las tablas que, puestas sobre dos barriles, oficiaban de escritorio, y “fabricó” el “Facundo”.

Este es el título más directo que ha predominado para designar la obra que él denominó Civilización y Barbarie. Se trata del libro inmortal que ha fundado la literatura argentina.

No sabe escribir calmosamente... Las más de las veces, ni relee, ni corrige los originales... Revuelve la pluma en el tintero con furia; se pensaría que está allí ahogando al adversario de turno...

Cuando se rasca la cabeza, la peluca se desplaza humorística: la difteria hace rato le ha dejado, en reemplazo del cabello, la desolación craneal de la calvicie... Se levanta de la silla y ésta, y algún libro, quedan tirados sobre el suelo, sin que Sarmiento se digne recogerlos... Se pasea por la habitación y en voz alta lee sus carillas; alterna la lectura con palabrotas y con carcajadas que festejan una frase feliz o un argumento demoledor de sus escritos...

Momentos hay en los cuales su dentadura postiza tritura idealmente sin piedad ni indulgencia, cuando descubre y rebate una cita equivocada del periodista enemigo...

La patrona de la casa donde se hospeda lo ha sorprendido muchas madrugadas en todos estos gestos y situaciones, con camisón y gorro blanco... La buena mujer, alarmada, lo cree loco... ¿Eso es escribir?

Nosotros sabemos que Sarmiento está sencillamente combatiendo. Y la pluma le sirve a él de sable, de lanza y de fusil...

Un ejemplar de “Facundo”, enviado por Sarmiento a Benavídez, el gobernador de San Juan, es llevado a conocimiento de Rosas... Claro está que “Facundo” debió circular clandestinamente... Paquetes del libro hubo que burlaron la censura disfrazados de medicamentos...

Encarado con enfoque de militante y escrito con ritmo de folletín periodístico, Sarmiento diría más tarde, en rasgo autohumorístico, que “Facundo es un libro extraño, sin pies ni cabeza”, de difícil ubicación en la sistemática común de las literaturas y, textual, “especie de poema, panfleto e historia...”.

Como si el autor se hubiera anticipado, profético, a la posteridad, ése es, tal vez, el orden de méritos con que más justicieramente hoy podríamos juzgarlo. Sin duda, lo que cautiva desde el primer momento es la síntesis admirable de observación sagaz (observación del escenario geográfico del país y de las gentes que actúan en él) y de capacidad para expresar eso en un lenguaje que adjetiva con justeza.

Si el escribir consiste en tener algo que decir y saber decirlo, Sarmiento probó en el “Facundo” que el escritor estaba ya maduro, y no es aventurado el juicio de que, si entre las muchas páginas que luego escribió algunas alcanzan la jerarquía del “Facundo”, ninguna logró llegar más arriba.

Asombra, entre otras cosas, que hablara de la pampa, que recorrería recién siete años después, sin extraviarse literariamente en ella, y que este periodista joven -sólo tiene treinta y cuatro años cuando redacta el “Facundo”-, sepa tirar la sonda en las almas y bucear en lo psicológico con la sagacidad que logran maestros cuya lectura frecuentaba: Shakespeare y Hugo.

Si el escritor, en cuanto artista, está ya maduro en el “Facundo”, no cabe decir lo mismo del pensador. Afirma Sarmiento:

Había antes de 1810, en la República Argentina, dos sociedades distintas, rivales e incompatibles: la una, española europea, civilizada; y la otra, bárbara, americana, casi indígena y la revolución de las ciudades (Sarmiento alude a la lucha por la independencia) sólo iba a servir de causa, de móvil, para que estas dos maneras distintas de ser de un pueblo, se pusieran en presencia una de otra, se acometiesen, y después de largos años de lucha, la una aborbiese a la otra”.

Para Sarmiento las campañas han logrado absorber a la sociedad civilizada de las ciudades, y ello da, al cuadro, los tonos sombríos de la barbarie, cuyo origen se pretende analizar. El veía en las ciudades, el centro desde el cual se irradian las leyes que encauzan la disciplina social; veía en las ciudades, el centro desde el cual se imparte la justicia capaz de subordinar los instintos a una convivencia armoniosa. Pero, ¿era verdad esto en las ciudades de 1810?

Lo que había, sin duda, en las ciudades de entonces es esa cortesía de la sociabilidad cotidiana, hecha de trajes y de gestos que configura la epidermis de la civilización. No convendría sin embargo exagerar la importancia de esa epidermis... Pues las costumbres están fundamentalmente determinadas por las características de los trabajos u oficios que se cumplen en una sociedad.

El trabajo educa como ningún otro factor. La acción misma de la escuela, es decir del ambiente educativo por excelencia, resulta mutilada si a la educación escolar no se añade la que suscita la estructura social, desde luego variable según los países y las épocas...

Faltó en el “Facundo” recoger y proyectar las facetas profundas de carácter económico que caracterizaban la vida colonial. Una sociedad edificada en el privilegio del monopolio, en la explotación de los esclavos, en el aislamiento y en la intolerancia, lleva en sí por igual, en las ciudades y en el campo, los factores capaces de barbarizar una revolución y alejarla de razonables etapas evolutivas.

En la injusticia de esa organización social deformada, se incubaron las exasperaciones que todo lo desbordan. Hay un instante en que el Sarmiento que escribió el “Facundo” pareció entreverlo: “No puede haber progreso sin la posesión permanente del suelo...”.

Pero el “Facundo” no se hizo ahondando ese enfoque. Sin embargo, le bastarían después pocos años para acercarse, comprensivamente, a la verdad. En 1852, en una frase feliz que acuñaba rumbos de meditación y de quehacer político, Sarmiento afirmaría: “Las vacas hacen el camino de la política argentina”. Y en 1857, avanzando en esa dirección, proclamaría: “Las leyes injustas en la distribución de la tierra son la causa de la aparición de Rosas y de los caudillos”.

Amén de esta deficiencia doctrinaria en el “Facundo”, es fácil advertir una contradicción en el pensamiento de Sarmiento: reconoce en el gaucho, en el habitante típico de la pampa, la posesión de dos artes, “la poesía y la música, que embellecen la vida civilizada” y aludiendo a los sentimientos del gaucho, explica que “anda armado del cuchillo que ha heredado de los españoles y con el cual juega a las puñaladas, como jugaría a los dados”, pero no vacila en puntualizar:

El hombre de la plebe de los demás países toma el cuchillo para matar, y mata... El gaucho argentino lo desenvaina para pelear, y hiere solamente. Es preciso que esté muy borracho, es preciso que tenga instintos verdaderamente malos, rencores muy profundos, para que atente contra la vida de su adversario”.

Y confirmando esta apreciación, el capítulo tercero del “Facundo” va encabezado por un pensamiento del viajero inglés Head, quien en 1825 atravesó el país desde Buenos Aires hasta Mendoza y, al año siguiente, publicó en Londres un libro que fue entonces “best seller”. Decía Head, citado por Sarmiento:

El gaucho vive de privaciones, pero su lujo es la libertad. Fiero, de una independencia sin límites, sus sentimientos -salvajes como su vida- son sin embargo nobles y buenos”.

Esta afirmación de Head quita validez a la tesis de Sarmiento, de que en la campaña sólo anida la barbarie.

Antes había publicado, en 1843, un folleto -titulado "Mi defensa"-, alegato autobiográfico donde -como lo indica el título- refuta una acusación, acerca de su vida en San Juan, que juzga calumniosa. Esta, a su vez, la ha originado la sorprendente rapidez con que su pluma de periodista ha conquistado en Chile, a partir de 1841 y, a propósito de una evocación de la batalla de Chacabuco, merecida nombradía.

En "Mi defensa" afirmará que “desde los quince años es el verdadero jefe y sostén de su familia...”. Reconoce haber atravezado por una juventud borrascosa, pero “sin manchar su nombre con ningún delito”.

En 1845 -y también antes del “Facundo”- la muerte de fray Félix Aldao le ha tentado mostrar, en folletín, a este caudillo mendocino. Lo estudia en las vicisitudes de una existencia que, luego de su iniciación militar", el placer de los combates y las matanzas lo convencen de que carece de vocación sacerdotal.

Es de pronunciado interés psicológico asistir a la transformación que se opera en quien se había distinguido en las campañas del Perú a las órdenes de San Martín.

La sed de sangre de fray Félix Aldao, las espantosas matanzas en que acuchilla personalmente a los enemigos, la inteligencia, las costumbres licenciosas, la pasión por el juego, las mujeres y la bebida, la excepcional crueldad, las iras terribles, algunos rasgos caritativos y generosos que atenúan un poco ese torvo carácter: todo está pintado con comunicativa emoción(1).

(1) Alberto Palcos. “Sarmiento” (1962), cuarta edición. Ed. Emecé, Buenos Aires. // Citado por Gustavo Gabriel Levene. “Nueva Historia Argentina (Presidentes Argentinos)” (1975). Ediciones Argentinas S. R. L., Buenos Aires.

Ya era antes de "Mi defensa" y de “Facundo” figura de relieve en la docencia chilena; nombrado -en Enero de 1842- Director de la Escuela Normal de Preceptores, le correspondió a Sarmiento organizar la primera institución de esa índole creada en la América Meridional.

Cuando en 1843 se funda la Universidad de Chile y Sarmiento es designado Miembro del Consejo Académico de la Facultad de Filosofía y Letras, además de presidir los exámenes y extender los grados de Bachiller, los académicos organizan y difunden la Instrucción Primaria.

La laboriosidad de Sarmiento explica que la primera Memoria leída en la Universidad de Santiago de Chile sea la suya (Octubre de 1843). Su inquietud renovadora la evidencia al proponer la simplificación de la ortografía: escribir las palabras como se las pronuncia. Decreta el destierro de algunas letras: “Olvídese de estas cuatro: H-V-Z-X”. También propicia no usar los signos repetidos: LL y RR.

Fundamenta esta nueva ortografía en la necesidad “de no hacer perder diez años a niños e inmigrantes en el aprendizaje de la escritura, si de veras se quiere que sea popular(2).

(2) Alberto Palcos. “Sarmiento” (1962), cuarta edición. Ed. Emecé, Buenos Aires. // Citado por Gustavo Gabriel Levene. “Nueva Historia Argentina (Presidentes Argentinos)” (1975). Ediciones Argentinas S. R. L., Buenos Aires.

Aunque Sarmiento reiterará en varias ocasiones las ventajas del cambio que propone, la reforma no triunfa ... ¡Y es lástima..!

De haberse impuesto la ortografía fonética, deslumbra pensar en las bendiciones de los niños y de muchos adultos extranjeros que harían coro al nombre de Sarmiento... Y en especial las bendiciones de los maestros y profesores de castellano, que hoy terminan dubitativos y agotados si por razones del oficio deben calificar pruebas escritas...

Después de la publicación resonante de “Facundo” -aparecido en 1845- aceptó Sarmiento una misión del Gobierno de Chile para observar “en diversos países, los sistemas de la enseñanza primaria...”. Comprobaría, además, “la marcha del progreso general en los países más civilizados...”.

Recorrió así a casi toda Europa, parte del Africa y los Estados Unidos. Durante más de dos años de peregrinaje fue volcando sus impresiones en cartas a los amigos y éstas, reunidas, constituyeron un libro: "Viajes".

Sin duda Sarmiento sabía mirar bien y escuchar la voz siempre orquestal del corazón humano...

En Montevideo, donde conoció a Echeverría y a Mitre, advirtió cómo las guerras civiles permitían el predominio del extranjero en los aspectos decisivos de la propiedad de la tierra, de los comercios y del transporte; en Río de Janeiro se pasea atónito y, a cada detalle del espectáculo de la naturaleza, “siento que mis facultades de sentir no alcanzan a abarcar tantas maravillas...”.

En Europa halló una España que justificaba sus juicios severos de siempre al punto que, frente a tanto atraso, creyó indispensable lanzar la consigna de que España debía ser colonizada...

Sarmiento considera al pueblo español, “el más romano de Europa: guerrero, heroico, perezoso y sobrio. Pide pan y circo. De ahí la frenética atracción de la corrida de toros, espectáculo sublime y bárbaro a la vez, más subyugador que el teatro, el hipódromo y el juego. Después de contemplarlo, el espectador asistiría gustoso a un combate de gladiadores o a la quema de herejes en la hornalla de la inquisición. Esta sed de sangre le aclara el misterio de las guerras fratricidas entre unitarios y federales en su patria(3).

(3) Alberto Palcos. “Sarmiento” (1962), cuarta edición. Ed. Emecé, Buenos Aires. // Citado por Gustavo Gabriel Levene. “Nueva Historia Argentina (Presidentes Argentinos)” (1975). Ediciones Argentinas S. R. L., Buenos Aires.

En Alemania admiró el sistema educacional de Prusia; en Francia entrevistó a San Martín, a quien fue capaz de hacer hablar de sí mismo y de la Guerra de la Independencia de América; en los Estados Unidos, donde fue a estudiar el modo de poblar el desierto y la manera de elegir el Gobierno de la sociedad, advertirá -“triste y pensativo”- que junto a espectáculos nuevos de concordia y afanes progresistas había también “anhelos desmedidos de riqueza material”.

En los Estados Unidos trató a Horacio Mann, amistad que influyó en sus ideas acerca de la "Educación Popular", título del libro que, referente al tema, publicó en Chile, en 1849.

Al pedirle el ministro Montt que sintetice en dos palabras las bases sobre las cuales debe reposar la enseñanza primaria, Sarmiento le contesta: “edificios propios, rentas propias...”.

"Educación Popular" será el libro favorito, el que Sarmiento prefiere entre todos los que ha escrito.

No es, desde luego, el libro seco de un pensador herméticamente encerrado en la pedagogía. Trátase del trabajo doctrinario de un gran educador y avisado sociólogo, a quien las preocupaciones del siglo le hacen vibrar(4).

(4) Alberto Palcos. “Sarmiento” (1962), cuarta edición. Ed. Emecé, Buenos Aires. // Citado por Gustavo Gabriel Levene. “Nueva Historia Argentina (Presidentes Argentinos)” (1975). Ediciones Argentinas S. R. L., Buenos Aires.

Entre los criterios que informan conceptualmente a esta obra cabe destacar que la enseñanza debe estar a cargo de los municipios; encararse, con criterio integral, el desarrollo armónico del niño, lo que da particular importancia a la gimnasia y, en fin, es un firme alegato en favor de la educación completa de la mujer, considerándola imprescindible colaboradora en la faena escolar...

Hace algún tiempo, la posteridad que, frente a vidas como la de Sarmiento, no vacila en curiosearlo todo e irrumpir -si es preciso- más allá de los cartelitos que puedan decir “privado”, “secreto”, etc., encontró, para solaz de ella, el “Diario de Gastos durante el viaje por Europa y América emprendido desde Valparaíso, el 28 de Octubre de 1845, por Domingo F. Sarmiento”.

Es difícil no compartir el gusto, un poco de comadre, que nos asalta al leer ese diario en el cual Sarmiento, con la puntualizada anotación de la mejor ama de casa, ha dejado -de su puño y letra- el rastro íntimo y doméstico de su permanencia en Francia. Allí se leen el lugar y el día en que se gastaba los francos y el detalle preciso de las inversiones.

Allí figuran el salvoconducto de París a El Havre, un plano de esta ciudad, hoteles, carruajes, boletos de ferrocarril y ómnibus, guías y propinas en los museos, localidades de conciertos y de teatro (compradas a veces en las puertas a los revendedores), almuerzos y cenas, helados, refrescos, cigarrillos y cigarros, cafés y cerveza, cien tarjetas de visita, alquiler de un caballo para pasearse por los alrededores de Ruán, flores, periódicos, franqueos postales, varios paraguas (lo cual hace suponer que solía olvidarlos), uvas, ciruelas, damascos, peras, un diccionario alemán (idioma cuyo estudio inicia el 23 de Julio de 1846), pago a Mr. Bourmon por la traducción de la primera parte del “Facundo”, corbatas, guantes de seda, sombrero, un bastón, un gabán...

Y puesto que estamos mirando a Sarmiento como a través del ojo de una cerradura, ¿por qué no mencionar una “robe de chambre” (una bata), un frasco de agua de Colonia, camisas, pantalones, un gorro de dormir y, ¿servicios de peluquería? Todo esto figura en el Diario de gastos... Hay también consignado un rubro para el cual de poco sirve perseverar en la indiscreción; el 15 de Junio de 1846, en Mainville, Sarmiento anota: “orgía, 13 francos y medio”. No dice nada más.

Pero sabemos de su lamentación, porque no puede reiterar semejantes alegrías: “¡Ah, si tuviera cuarenta mil pesos, ¡qué año me daba en París! ¡Qué página luminosa ponía en mis recuerdos para la vejez..!

Veinte años después del viaje, cuyo sabroso “Diario de Gastos” comentamos, Sarmiento arribaba nuevamente a París. En la capital de Francia adquirió una Venus de Milo y, al pie de la estatua, sin solemnidad, puso esta inscripción: “A la grata memoria de las mujeres que me amaron y me ayudaron en la lucha por la existencia...”.

Los brazos ausentes en la escultura de la diosa griega se hacían, en el recuerdo sarmientino, presencia solidaria con su voluntad de realizarse. Había afirmado, en efecto: “Mi destino ha sido tejido por mujeres...”.

Insistiendo en la importancia que las mujeres tuvieron en su vida, reiteró: “Existen las mujeres de Sarmiento como existen las mujeres de la Biblia, de Shakespeare, de Goethe y de Walter Scott”.

¿A cuáles mujeres prefería Sarmiento? Prefería a las favorecidas por los dones de la cultura y de la espiritualidad, pero, como le agradaban las bien femeninas, las que se adornan y coquetean algo, no extrañe que haya podido dejar esta imprecación: “¡Oh, Calvino; cuánto daño ha hecho tu fanatismo..! La mujer puritana es como las hembras de las aves de los trópicos: parda, sin moños, sin galas..!

Sarmiento vivió el amor, no lo representó... Puso en el amor esa fisiología exuberante pero auténtica que practicaba en el trabajo. Iba hacia las mujeres sin cuidar mucho el prólogo versallesco; en el avance había algo del oso y de sus manotadas. A veces, un pulso alocado le hace perder el equilibrio.

En Montevideo, apenas conoce a Mariquita Sánchez; lo estremecen los 60 años prodigiosamente juveniles de la mujer más famosa en la vida política y social de la Argentina del siglo XIX y, en carta a un amigo, Sarmiento, indiscreto, confiesa que bordeó el asalto erótico: “¡Ah, sino hubiera sido por la criada que iba y venía con el mate..!

En el capítulo denso de los amores de Sarmiento, un nombre imprescindible debe figurar en él: Jesús del Canto... La muchacha era una de las adolescentes a las cuales Sarmiento, entonces de veinte años, enseñaba en Los Andes, un pueblo chileno donde vivía desterrado ... Lo que pudo ser romance intrascendente, resultó dándole a él una hija natural: Faustina...

Recogida y educada por una hermana de Sarmiento, Faustina resultaría el instrumento humano y respirante que haría perdurable la sangre de su progenitor; de ella provienen, en efecto, los descendientes directos de Sarmiento...

Casada en 1850 con (Augusto Julio) Belin, un imprentero francés llevado a Chile por Sarmiento, Faustina tuvo de su matrimonio con (Augusto Julio) Belín varios hijos: dos varones y cuatro mujeres, falleciendo en 1904.

A poco de su regreso a Chile, Sarmiento da un paso trascendente: se casa, en Mayo de 1848, con una dama sanjuanina, Benita Martínez Pastoriza, viuda, desde hacía poco, de un acaudalado hombre de negocios chileno, Domingo Castro y Calvo.

Este, muchos años mayor que doña Benita y achacoso por añadidura, le ha dejado al morir -además de su fortuna- un hijo de tres años, de nombre Domingo Fidel. La antigua amistad que Sarmiento mantenía con el matrimonio, sumando cronologías, suspicacias y aconteceres posteriores... explica haya podido afirmarse fuera Sarmiento el verdadero padre del pequeño... Lo cierto es que el niño llevará, a partir de entonces, el apellido de Sarmiento...

Sin urgencias económicas y con hogar constituido, Sarmiento, instalado en Yungay, en las vecindades de Santiago de Chile, no solamente da a luz el trabajo ya mencionado, acerca de la "Educación Popular", sino que escribe otros dos: "Argirópolis" y "Recuerdos de Provincia".

En el primero, aparecido a comienzos de 1850, calculando el Pronunciamiento de Urquiza contra Rosas, encara el problema de la organización del país. Lo hace con desacostumbrada serenidad. Saluda a Urquiza como la gloria más alta de la Confederación, pero cita respetuosamente a Rosas.

Plantea el adoptar una Confederación que reuniría a las provincias argentinas con el Paraguay y el Uruguay y, para mejor aprovechar los ríos que son comunes a estos territorios, sugiere edificar la capital del nuevo Estado así constituido, en esa encrucijada fluvial que es la isla de Martín García...

De cualquier modo, y a manera de receta para concluir con las guerras civiles, sugiere atraer la inmigración. “Haced que el comercio penetre por todas partes, que mil empresas se inicien, que millones de capitales estén esperando sus productos, y creareis un millón de sostenedores del orden...”.

Si "Argirópolis" era un libro deseoso de contribuir al futuro del país, "Recuerdos de Provincia" es el libro en que Sarmiento mira hacia su pasado y los temas están recortados sobre una geografía y sociabilidad netamente lugareñas.

Pero son tan profundas las raíces sanjuaninas de Sarmiento, que ellas van a inspirarle temas que -por su universalidad- trascienden a todo localismo y justifican las más intemporales analogías... Privilegio del talento que sigue dialogando con el corazón... Escuchémoslo:

La madre es, para el hombre, la personificación de la Providencia; es la tierra viviente a que adhiere el corazón, como las raíces al suelo. Todos los que escriben de su familia, hablan de su madre con ternura.
San Agustín elogió tanto a la suya, que la Iglesia la puso a su lado en los altares; (Alphonse de) Lamartine ha dicho tanto de su madre en sus ‘Confidencias’, que la naturaleza humana se ha enriquecido con uno de los más bellos tipos de mujer que ha conocido la historia. Para los efectos del corazón no hay madre igual a aquélla que nos ha cabido en suerte; pero cuando se ha leído páginas como las de Lamartine, no todas las madres se prestan a dejar en un libro esculpida su imagen.
La mía, empero, Dios lo sabe, es digna de los honores, de la apoteosis, y no hubiera escrito estas páginas sino me diese para ello aliento el deseo de hacer en los últimos años de su trabajada vida, esta vinculación contra las injusticias de la suerte.
A los setenta y seis años de edad, mi madre ha atravesado la Cordillera de los Andes, ¡para despedirse de su hijo, antes de descender a la tumba!
Esto sólo bastaría a dar una idea de la energía moral de su carácter. Cada familia es un poema, ha dicho Lamartine, y el de la mía es triste, luminoso y útil, como aquellos lejanos faroles de papel de las aldeas que, con su apagada luz, enseñan, sin embargo, el camino a los que vagan por los campos...”.

En la quinta de Yungay, doña Paula Albarracín asesoró a Sarmiento con informaciones que recordaba y le ayudó a escribir "Recuerdos de Provincia". Ambos habían convenido en que, donde quiera se encontrara él, acudiría al lecho materno para acompañarla en sus últimos momentos.

Cuando, en 1861, camino de San Juan, Sarmiento marcha con la expedición de Paunero, sabedor de la gravedad de la anciana, le escribió: “No le permito morirse antes que yo llegue”.

Al arribar a San Luis supo -por un sacerdote que provenía de San Juan- que la madre había encargado le dijeran ‘que le bendecía y que no había podido esperarlo más...’”.

Para nosotros, Sarmiento y su madre han superado el terrenal y postrero desencuentro; tiene presencia definitiva en el libro que mostró para la abnegación de ella, la gratitud de una pluma que la ha inmortalizado...

El Pronunciamiento de Urquiza lo decide a dejar Chile, para incorporarse a las fuerzas del jefe entrerriano, ante el cual se presenta vestido de Teniente Coronel; el uniforme debía documentar sus juveniles campañas en las guerras civiles y Urquiza lo reconoce en ese grado... pero para encargarle la redacción del Boletín del Ejército...

Sarmiento disimula el desaire y cumple esa función... Le desagrada el uso del cintillo rojo que Urquiza ha señalado a quienes lo secundan y, lo peor, Urquiza no le ha dicho nada de sus libros, a pesar de que "Argirópolis" le estaba dedicado... Ya desilusionado de la marcha de los acontecimientos disfruta, eso sí, el que después de Caseros, metido en la residencia que Rosas ocupara en Palermo, y con la pluma del vencido, el 3 de Febrero de 1852 pueda despachar cartas a sus amigos de Chile...

Desconfiado de las intenciones de Urquiza, irritado que no pueda ser hombre de consejo para los problemas del país, Sarmiento, con el pretexto de ir a buscar a su familia a Chile, pide su relevo y abandona Buenos Aires.

En Chile no tardará en romper lanzas con Alberdi que, desde allí -identificado con Urquiza- le ha enviado a éste las “Bases” que Urquiza agradece y utiliza. Criterios tan divergentes entre Sarmiento y Alberdi, para juzgar al jefe entrerriano, motivarán entre ellos una larga polémica, tan excedida de enconos personales, que determinó el fin de una antigua y excelente amistad...

En su polémica con Alberdi, Sarmiento ha mostrado versación en temas de Derecho Constitucional. Ratificando esa faceta de su personalidad, había escrito en Chile, “sobre el tambor” -apenas sancionada la Ley Fundamental de 1853- sus "Comentarios de la Constitución".

Está en Buenos Aires cuando, mientras reemplaza a Mitre en la redacción de "El Nacional" (Julio de 1855), se presenta para optar a la cátedra de Derecho Constitucional. Se trataba de una de las asignaturas recién incorporadas al plan de estudios de la Universidad para las cuales, por falta de recursos, no se había fijado ninguna retribución.

En respuesta a la solicitud de Sarmiento, el ministro de Gobierno del Estado de Buenos Aires le responde, con fecha 27 de Agosto de 1855, “que en mérito de lo manifestado por el rector de la Universidad y en vista de la petición que ha dirigido usted a éste, el Gobierno, por acuerdo de esta fecha, se ha servido nombrar a usted para desempeñar la cátedra gratuita agregada a la Universidad de Derecho Constitucional que usted solicita”; “al comunicar a usted esta resolución, se complace en manifestarle el alto aprecio con que ha mirado el Gobierno su noble y desinteresada dedicación...(5).

(5) Alberto G. Mosquera. “Sarmiento, Profesor de Derecho Constitucional de Buenos Aires”. “La Ley”, 11 de Septiembre de 1961, Buenos Aires. // Citado por Gustavo Gabriel Levene. “Nueva Historia Argentina (Presidentes Argentinos)” (1975). Ediciones Argentinas S. R. L., Buenos Aires.

Quizá haya sido Sarmiento el constitucionalista del siglo pasado que más insistiera en la necesidad de la formación de una conciencia jurídica, no sólo en el hombre común, sino en los gobernantes.
A Sarmiento se debe la incorporación en los planes de estudio de la Escuela Secundaría, de la materia 'Instrucción Cívica'. Quiso que el hombre no sólo intuyera, sino que también vivenciara el valor Justicia, en la escala de su propia valorización...(6).

(6) Alberto G. Mosquera: “Ideas de Sarmiento sobre codificación”, en “Boletín de la Academia Provincial de la Historia” (1971), Nro. 6, San Juan. // Citado por Gustavo Gabriel Levene. “Nueva Historia Argentina (Presidentes Argentinos)” (1975). Ediciones Argentinas S. R. L., Buenos Aires.

Las disidencias entre la Confederación Argentina y la provincia de Buenos Aires, que no aceptaría integrarla, hicieron conflictual la vida de Sarmiento en Chile. Las incitaciones y los cargos que le ofrecen los dos bandos, calculando incorporarlo a sus filas, no lo convencen; desea la unión y teme, si participa de la contienda, no servir a la confraternidad de todos los argentinos.

Pero en 1855 pone punto final a esta etapa. En carta particular a José Posse, su gran amigo íntimo, le escribe -desde Buenos Aires- con fecha 15 de Junio:

... Desencantado de todo, de Buenos Aires, como del Paraná, cada uno quisiera tenerme de su lado para maldecir al otro, siendo yo en todo ello el pato de la boda, por tener la desgracia de ver un poco más claro.
Aquí hay egoístas ignorantes; allá malvados sapientísimos; aquí anarquía y desgobierno; allá miseria y explotación...”.

En Buenos Aires, Sarmiento ejercerá el periodismo -como ya dijimos- como Director de "El Nacional". En el mismo año más arriba recordado, es elegido Concejal de la ciudad por el barrio de la Catedral al Norte. Esto supone iniciar, modestamente, su primer cargo en el país.

No podrá decirse -tiene 45 años- que es un político precoz..., pero compensará la demora; en Junio de 1856 se crea, expresamente para él, la Jefatura del Departamento de Escuelas de Buenos Aires; en 1857 resulta electo Senador Provincial. En 1860, Mitre es gobernador de Buenos Aires cuando lo designa para ocupar el cargo de Ministro de Gobierno.

Desde el periodismo afirmaba (Septiembre de 1856) con su prosa tajante, en oportunidad de discutirse en el Congreso la ley de tierras: “... el Estado debe conservar la tierra pública para servir las necesidades de todos. El peón necesita que haya tierra pública para hacer una casa y una heredad con sus ahorros futuros”.

Ratificando este criterio, Sarmiento, en solidario enfoque con el gobernador Mitre, decía en un Mensaje a la Legislatura Provincial, de fecha Agosto 20 de 1860:

A la masa de nuestra juventud no queda otra carrera que la de los empleos, o dependientes de comercio, por precios ínfimos; y cuando vuelven los ojos a la tierra que los vio nacer, y debiera proporcionarles medios de trabajo, encuentran que sólo por leguas pueden obtenerla últimamente, a condición de tener un capital ingente para poblarla de ganado; es decir que para enriquecerse, es preciso ser primero rico”.

Enjuiciando esa realidad, en el documento aludido descubría lo absurdo de que en un país nuevo y escasamente poblado, se presentaran males que hasta en el Viejo Mundo se habían remediado:

El grueso de la población vive sin hogar propio en la campaña, si no es en las aldeas; sin industria, sin artes y sin producciones, donde poseen o un solar de terreno o una quinta, cuya limitada extensión no les deja esperanza de mejorar su condición.
Y esta situación de las mayorías, que sólo debiera ocurrir en Europa, bajo las aristocracias territoriales, se ha desanudado allí mismo por sacudimientos terribles.
La Revolución Francesa no dejó otro hecho consumado que la subdivisión en cinco millones de propiedades del territorio de que la nobleza y el clero se habían asegurado la posesión por siglos”.

A Sarmiento es imprescindible explicarlo no solamente a través de su actuación pública. Y precisamente es, en 1861, cuando los problemas sentimentales de su vida privada más influirían en su destino.

Digamos, pues, que a poco de su matrimonio con Benita Martínez, los desencuentros conyugales no tardaron en aparecer; sólo el amor de Sarmiento por el hijastro que adoptó el nombre de Domingo F. Sarmiento, permitieron sobrellevar, durante un tiempo, la vida en común...

Fue él quien se desencantó primero... La falta de atractivos físicos de ella, la “fea” es como él la designaba, le hizo buscar satisfacciones clandestinas... Estas causas reales y otras sólo imaginadas, suscitaban los celos de doña Benita; acerca de estos celos, Sarmiento ha dejado escritas concretas referencias:

Volcán de pasión insaciable, el amor en ella era un veneno corrosivo que devoraba el vaso que lo contenía...”. Y como no parecía resignado a ser víctima de ese veneno, la ruptura se produjo al saber ella de los amores de Sarmiento con la mujer que más lo entendió y a quien él, por su parte, más gratitud evidenció siempre: se trata de Aurelia Vélez.

Hija de Dalmacio Vélez Sársfield, casada con un primo y médico, Julio Ortiz, y separados como resultado de un matrimonio desavenido, Aurelia Vélez, nacida en 1836, conoció a Sarmiento en 1858. Puede presumirse que los veintidós años de ella y los cuarenta y siete de él conjugaron una pasión de almas y cuerpos.

Pero la situación legal de ambos y los alertas de doña Benita, que desde 1857 se ha instalado con Sarmiento en Buenos Aires, explicarían ciertas expresiones de una carta de ella:

Te amo con todas las timideces de una niña y con toda la pasión de que es capaz una mujer. Te amo como no he amado nunca, ni creí que era posible amar.
He aceptado tu amor porque estoy segura de merecerlo. Sólo tengo en mi vida una falta y es mi amor por tí”.

Algún tiempo después, una carta de Sarmiento a Aurelia Vélez afirma en un párrafo:

Mi vida futura está basada exclusivamente sobre tu solemne promesa de amarme y pertenecerme a despecho de todo; y yo te agrego, a pesar de mi ausencia, aunque se prolongue; a pesar de la falta de cartas cuando no las recibas.
Esos años que invocas velan por tí y te reclaman como la única esperanza y alegría en un piélago de dolores secretos que tú conoces, y de estragos causados por nuestro mismo amor”.

Cuando se descubrió esta relación, para salvarlo de las borrascas domésticas, los amigos -especialmente Mitre- lo ayudaron, haciéndolo gobernador de San Juan... Allá se fue Sarmiento sólo; doña Benita no llegó a figurar como gobernadora... Hasta San Juan fue el hijo, Dominguito, queriendo solucionar la querella de los padres; el muchacho, entonces de dieciocho años, no tuvo éxito en su mediación y regresó a Buenos Aires.

Las violencias desatadas por la política sanjuanina hicieron conveniente que Sarmiento abandonara el cargo; el presidente Mitre lo envió con una misión diplomática al Perú primero y, a los Estados Unidos luego; lo importante era alejarlo de doña Benita...

El amor de Sarmiento y de Aurelia Vélez duraría treinta años, hasta la muerte de Sarmiento, en 1888... Claro está, a partir de su ausencia a los Estados Unidos, se encauza por los caminos más serenos de los recuerdos imborrables y de una valiosa amistad intelectual.

Aurelia Vélez fue, en efecto, una imponderable colaboradora para arrimar, a las batallas de Sarmiento, aliados, consignas y remansos...

En 1862, Sarmiento es gobernador de San Juan. Las montoneras tienen alterado el orden de buena parte del país. Pero en Junio de ese año recibe una carta de “El Chacho”, el inquieto caudillo de La Rioja. En ella, “El Chacho” le ruega “disculpe a los jefes, oficiales y sus soldados sus extravíos pasados; en oportunidad de la guerra que él, ‘El Chacho’ hacía tan equivocadamente”.

Esto parece posibilitar la pacificación. Tales esperanzas se desvanecen; en Marzo de 1863 y en tres provincias vecinas de San Juan, la belicosidad montonera -encabezada por “El Chacho”- reaparece.

Sarmiento adopta entonces disposiciones militares y de ellas resultan la derrota de “El Chacho”, que termina rindiéndose en La Rioja, sin oponer resistencia. El caudillo es enseguida bárbaramente ejecutado, sin respetarse -por los jefes directos de su captura- los requisitos de la más elemental justicia...

Sarmiento, jefe de la represión de las montoneras, aparece cual responsable de lo sucedido... Para explicar este episodio, debe aceptarse que Sarmiento, ofuscado en su tarea de imponer el orden, cree que, si por expreso encargo del presidente de la República, el general Mitre, los montoneros merecen ser equiparados a vulgares salteadores, ello supone el derecho de aplicar la ley marcial...

Pero años después, en 1875 y documento en mano, comprueba que no emanó de él la orden de matar al “Chacho”, hecho que se produjo después de renunciar a la dirección de la guerra. Esta vez, el Sarmiento gobernante, no renegaba del Sarmiento educador, capaz de alegrarse al contemplar que, como ocurriera en Chivilcoy en 1857, la posesión del suelo convertía a los gauchos en “pacíficos agricultores”...

La verdad era que en una sociedad rural empobrecida, como la del Interior, resultaba fácil reclutar hombres dispuestos a seguir banderas de inoperantes rebeliones... Y Sarmiento incurre, por su lucha con las montoneras, en el más grave error de su vida pública, al cargar las culpas de una represión rebasada en injusticias y crueldad...

Deberá abandonar la gobernación, aunque dentro de su provincia cumpliera una labor sin duda meritoria y, no obstante, resistida por el encono sistemático de sus comprovincianos. El sedimento de amargura que le deja su actuación sanjuanina lo llevará a declinar tiempo después ser otra vez gobernador; “... no tengo cogote de repuesto...”, contestó al ofrecimiento.

Llega a los Estados Unidos a mediados de Mayo de 1865. El drama de la Guerra de Secesión se ha cobrado ya una víctima ilustre: un mes antes ha sido asesinado Lincoln. Sarmiento pasa allí “tres años sumamente provechosos”... “recorre el país, pone inmenso interés en la percepción de cada detalle”.

Mientras otros diplomáticos gastan los días trivialmente, él ensancha sus observaciones. Viaja continuamente(7) y en carta a Aurelia Vélez Sársfield le comenta sus impresiones sobre el país que visita por segunda vez y, al observar las escuelas, las bibliotecas, la actividad agrícola e industrial y registrar los progresos:

... glorióme de haber tenido, veinte años antes, la clara precepción de su definitiva influencia sobre los destinos de la América toda y de haberme consolado de nuestra depresión, anunciando a la Europa lo que ésta empieza ya a sentir.
Usted que es joven ha de ver el fin del comienzo que ya presenciamos...
Y a propósito de juventud, ¿por qué deja usted disiparse la suya como planta pegada al suelo, usted libre de cuidados y obligaciones, y no se resuelve a tomar el vapor que se establecerá en Noviembre entre Buenos Aires y Nueva York y en treinta días de viaje cómodo, tocando en las costas del Brasil, se encuentra en Nueva York, donde desemboca el Hudson, acarreando naves por millares y remontándolo, llega a la cascada del Niágara, desciende el San Lorenzo, y se vuelve a su casa, llena de recuerdos, enriquecida de emociones plácidas, que bastará cerrar los ojos para evocarlas y complacerse en ellas?
¡Si fuera yanqui! ¡Si viese ferrocarriles, vapores, hoteles, calles llenas de jóvenes solteras, solas, viajando como las aves del cielo, seguras, alegres, felices!(8).

(7) y (8) Alberto Palcos. “Sarmiento” (1962), cuarta edición. Ed. Emecé, Buenos Aires. // Todo citado por Gustavo Gabriel Levene. “Nueva Historia Argentina (Presidentes Argentinos)” (1975). Ediciones Argentinas S. R. L., Buenos Aires.

En los Estados Unidos, Sarmiento alternó con rectores de Universidad, con sabios, con profesores... Asiste a congresos pedagógicos y recibe el alto honor de ser diplomado Doctor en Leyes por Michigan...

En Estados Unidos, desempeñando la legación argentina en Washington, le llega a Sarmiento la noticia de la muerte de su Dominguito, Capitán a los veintiún años, caído en la batalla de Curupayty, durante la Guerra del Paraguay.

La desesperación pareció derribarlo para siempre y, en carta particular a Mitre: ‘‘Había vivido en él, mientras que ahora no sé a dónde arrojar este pedazo de vida que me queda, pues ni aquí ni allá sé qué hacer con ella...”.

Las exequias del joven Capitán, capaces de convocar el homenaje de Buenos Aires, que mostró ante la pérdida de Dominguito un dolor colectivo, hizo que muchos recordaran al padre ausente... Y de ese recuerdo surgió, para Sarmiento, el inicio sentimental de calcularlo candidato a la Presidencia...

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