La frontera portuguesa y la conflictiva vecindad de los charrúas
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La fundación de Yapeyú, concebido como un puerto destinado a favorecer las comunicaciones de las Misiones del Uruguay con Buenos Aires, pronto mostró su verdadero valor estratégico, al constituirse en un pueblo de frontera ante las pretensiones territoriales de Portugal y la inestable movilidad de las parcialidades indígenas vecinas(1).
(1) Citado por Ernesto J. A. Maeder y Alfredo J. E. Poenitz en, “Corrientes Jesuítica (Historia de las Misiones de Yapeyú, La Cruz, Santo Tomé y San Carlos en la Etapa Jesuítica y en el período posterior, hasta su disolución)” (2006), Corrientes.
El territorio oriental del Uruguay había sido abandonado por las Misiones de guaraníes del Tapé, ante la irrupción de las bandeiras paulistas, a fines de la década de 1630.
Luego, tras un período de calma, las misiones y, particularmente, las reducciones de Yapeyú, La Cruz y Santo Tomé, ocuparon con estancias parte de ese territorio. En la década de 1680, comenzarán a colonizar con los excedentes de sus propios pueblos las cuencas de los ríos Iyuí e Ibicuy, fundando siete nuevas reducciones en la región, entre ellas, San Francisco de Borja, en 1690, poblada con guaraníes provenientes de Santo Tomé.
Los guaraníes de Yapeyú, así como los de otros pueblos del Uruguay, tuvieron a su cargo la vigilancia de esa extensa frontera oriental, que llegaba hasta el Río de la Plata, avisando al gobernador de Buenos Aires la presencia de naves extranjeras en el litoral del estuario.
La fundación, por parte de Portugal, de la Colonia del Sacramento, en 1680, en la costa rioplatense, dio lugar a una larga serie de disputas internacionales entre ambas Coronas(2).
(2) La frontera portuguesa y los conflictos con los charrúas, se apoyan en el libro de Eduardo Acosta y Lara, “La guerra de los charrúas en la Banda Oriental (Epoca Hispánica)” (1989), tomo I, Montevideo; y Ernesto J. A. Maeder, “El conflicto entre los charrúas y los guaraníes de 1700 (una disputa por el espacio oriental de las misiones)”, en: ICASE 26 (Madrid, 1992), pp. 129-144. También han sido de utilidad los textos de las Visitas de los Provinciales a los pueblos, en 1714 y 1722, inéditos, en el Archivo General de la Nación (AGN). // Citado por Ernesto J. A. Maeder y Alfredo J. E. Poenitz en, “Corrientes Jesuítica (Historia de las Misiones de Yapeyú, La Cruz, Santo Tomé y San Carlos en la Etapa Jesuítica y en el período posterior, hasta su disolución)” (2006), Corrientes.
En 1681 y, más tarde, en 1705, España dispuso el desalojo de los portugueses de dicha plaza fortificada. Esta fue tomada por las fuerzas coloniales españolas con la activa cooperación de las milicias guaraníes. Pero desde época anterior, los gobernadores de Buenos Aires ya habían dispuesto de la mano de obra de los guaraníes en la construcción de las defensas de Buenos Aires.
Más tarde, esa colaboración se amplió a la edificación del fuerte de Montevideo y a la asistencia periódica de los guaraníes de las Misiones en las operaciones militares en la Banda Oriental y en Río Grande. Esos mismos contingentes indígenas construyeron y sostuvieron los fuertes y puestos avanzados en aquella región.
El otro ámbito de conflicto que se abría para los pueblos del Uruguay, lo constituyó la presencia de los nómades charrúas en los campos orientales, así como también entrerrianos y correntinos. Yapeyú, al igual que La Cruz, y sus respectivas estancias, se hallaban expuestos a una relación ambigua e inestable con esos vecinos. En ella se alternaron etapas de intercambio y acercamientos, con momentos de tensión seguidos por crueles enfrentamientos bélicos.
El gentilicio charrúa sirve hoy para designar al conjunto de pueblos que antiguamente habitaban la Banda Oriental y la Mesopotamia. Sin embargo, durante el siglo XVII, la documentación distinguía en ese hábitat a los guenoas, yaros, bohanes, minuanes y también los charrúas. Esta última parcialidad es la que ha perdurado en la historia, resumiendo bajo ese nombre a la antigua diversidad étnica de la región.
Es muy probable que aquellos pueblos estuvieran lingüística y culturalmente relacionados. Semejantes, físicamente, a los indios pampas, vivían en tolderías, agrupados bajo la dirección de caciques. Estos tomaron mayor autoridad cuando las bandas charrúas extendieron sus incursiones al ámbito de las estancias de los pueblos guaraníes.
Inicialmente, su economía se limitaba a la caza con boleadoras, la recolección y la pesca. Su relación con la sociedad colonial se limitó a esporádicos trueques de animales y cautivos, y a ciertas alianzas esporádicas con los santafesinos y correntinos. Mientras no hubo una clara disputa por el espacio en que realizaban sus correrías, los eventuales conflictos carecieron de gravedad.
Pese a su nomadismo y las prácticas depredadoras de su economía cazadora, así como a su aislamiento, hubo esfuerzos misionales para reunirlos en pueblos e integrarlos a la sociedad colonial. Los jesuitas se ocuparon inicialmente de los guenoas en la década de 1660. Desde Yapeyú, mantuvieron contactos y se rescataron cautivos guaraníes a trueque de caballos, yerba, cuchillos y otros bienes.
En 1682, el Padre Francisco García logró establecer la reducción de Santa María de los guenoas, en la cercanía de San Borja, reducción que se mantuvo activa hasta 1708, con un núcleo de setenta a noventa familias.
En ese mismo tiempo, se fueron agregando a Yapeyú grupos de bohanes y de yaros, en un intento por integrarlos y captar así a sus parientes. Otros misioneros, como el Padre Antonio Böhm, que vivió entre los yaros en 1691, procuraron atraerlos a la fe cristiana y a una relación pacífica con los vecinos.
Pero, a pesar de estos esfuerzos misionales, los resultados fueron escasos. De hecho, el grueso de las parcialidades charrúas mantenían su acción en un radio muy amplio, que tornaba inseguras las comunicaciones y permanentemente amenazadas las actividades ganaderas en las misiones del Uruguay. Varias balsas habían sido asaltadas en el Paraná y robos de caballos y vacas menudeaban en el Sur, sobre todo en las estancias de Yapeyú.
Será precisamente en esta última área donde se producirán los incidentes que activaron el conflicto con los charrúas. Ello surgió por la ocupación de las tierras orientales, por parte de los jesuitas y sus guaraníes, en la cuenca del río Cuareim, y la formación de puestos y capillas para las peonadas que se ocupaban del ganado allí disperso. Hasta entonces, esos campos habían permanecido baldíos y sólo servían como coto de caza y tránsito a las correrías de las bandas charrúas.
Esta superposición de dominios e intereses en la expansión ganadera de Yapeyú respondía al propósito de reemplazar el aprovisionamiento de ganado en las vaquerías, para sustituirla gradualmente por estancias de cría en los campos orientales.
La reacción de los charrúas, en respuesta al avance de los ganaderos misioneros, se tradujo en un largo conflicto armado que agravó la antigua rivalidad de aquéllos con los guaraníes. Parcialidades charrúas atacaron y dispersaron un arreo de miles de cabezas de vacunos que los guaraníes llevaban a los pueblos del Uruguay.
Otras bandas asaltaron la estancia de San José de Yapeyú, en 1701, en el Cuareim, con pérdida de bienes, ocupación del lugar por los agresores y corte de las comunicaciones con las vaquerías de la Banda Oriental.
La gravedad del hecho hizo que se enviaran misiones conciliatorias desde Yapeyú, que fueron rechazadas, maltratados los sacerdotes, incendiada la capilla, y muertos y heridos decenas de guaraníes. Los agravios recibidos y las amenazas proferidas contra los pueblos de las Misiones, así como la sospecha de un apoyo portugués a estas acciones, cerraron la puerta a la posibilidad de un arreglo pacífico.
Desde las misiones se pidió la intervención del gobernador de Buenos Aires, y medidas de defensa en Yapeyú y La Cruz. Un contingente de milicias guaraníes se envió para repeler a los charrúas, pero resultaron rechazados con muchas pérdidas.
Este último suceso llevó a los jesuitas a la conclusión que debía obrarse militarmente contra los charrúas, “en guerra defensiva y no ofensiva (...) más, para libramos de los daños con que dichos infieles nos amenazan, que para ofenderles”.
El gobernador Manuel Prado Maldonado dictó las medidas correspondientes en Auto del 14 de Septiembre de 1701 y dispuso que las milicias guaraníes se concentraran en Yapeyú bajo las órdenes del sargento mayor Alejandro de Aguirre.
La campaña se desarrolló en los primeros meses de 1702. El contingente guaraní, que contaba con 2.000 hombres, cruzó el río Uruguay, siguió el derrotero de los charrúas y los alcanzó en la ribera del río Yi, donde fueron desalojados de sus tolderías y acometidos en los montes cercanos.
Allí, el 6 de Febrero de 1702, los guaraníes derrotaron a los charrúas. En su informe al gobernador, Aguirre señala que “nuestros indios pelearon con grande valor y bizarría, metiéndose con osadía a buscar al enemigo por lo más fragoso del monte” e impidiendo así que los dispersos y fugitivos pudieran acogerse a la protección de los portugueses de Colonia.
El conflicto de 1700/1702 fue un suceso muy importante en la conquista del espacio oriental de las misiones, especialmente para los pueblos del Uruguay, como Yapeyú, La Cruz y Santo Tomé. Pero no fue el único.
En 1707, fueron los guenoas quienes, disconformes con la negativa que hallaron al canje de bienes saqueados a un navío francés naufragado en la costa de Montevideo, atacaron a los vaqueros de La Cruz y de Yapeyú. En la ocasión hubo muchos muertos y cautivos. Como se negaron a restituirlos, se dispuso que tres tercios de quinientos guaraníes cada uno, los acometieran.
También se disolvió el pueblo de Jesús María de guenoas, próximo a San Borja, y se distribuyó a su gente en otras misiones del Uruguay. A su vez, se temió un ataque de los yaros y bohanes, y desde Yapeyú se dispuso que otros 250 guaraníes mantuvieran la vigilancia de los pasos del Miriñay. Gracias a esa prevención se pudo derrotar a los atacantes en cercanías de las Lagunas Saladas (hoy Saladas).
Durante ese período, se reforzó la defensa de esos pueblos y se mantuvo la vigilia de armas, como lo indican las disposiciones del Padre provincial para La Cruz y Yapeyú, en 1714. En el primer caso, indicó: “Aunque está al presente algo defendido el pueblo con la empalizada que se ha hecho, se irá cercando el pueblo de pared o tapia alta para la mayor permanencia”.
La muralla finalmente se hizo en piedra y, según información posterior de Juan Francisco Aguirre, el último tramo se terminó en 1726. A su vez, ordenó para Yapeyú y La Cruz “que indefectiblemente se haga todas las semanas un alarde militar un día de los menos ocupados. Y por lo importante que este punto es, encargo y ordeno (tener) mucho cuidado en la ejecución y que la semana que se dejare de hacer por algún preciso inconveniente, se dé cuenta al Padre superior de ello y la razón de haberlo dejado, quien verá si satisface”.
La derrota de los charrúas, en esa oportunidad, si bien no fue definitiva, como lo prueba la gran campaña en 1715, aseguró para las misiones el control y uso de buena parte de los territorios de Río Grande y la Banda Oriental.