Guerras y miserias de la ciudad
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Escaso el número de los pobladores y poco aptos para asegurarse con el trabajo, medios propios de vida, la humilde colonia soportó pruebas crueles bajo la guerra de numerosos y airados pueblos empeñados en destruirla, para librarse del rigor de las encomiendas, cuyos excesos crecían. Salvóla, más de una vez, la oportuna protección del Paraguay(1).
(1) Manuel Florencio Mantilla. Extracto de la obra “Crónica Histórica de la provincia de Corrientes” (1928), tomo I, Notas biográficas por Angel Acuña, Buenos Aires. Ed. Juan Ramón y Rafael Mantilla.
Hubo épocas de tanta miseria, que el Cabildo impuso hacer depósito común de bastimento, en proporción al que tomasen al enemigo los soldados, a fin de repartirlo a los pobres; y fueron de tal naturaleza los apuros en la guerra, que, a mediados de 1593, sitió gran indiada la ciudad y le llevó del puerto todas las embarcaciones.
A esos tiempos remonta la leyenda de la Cruz del Milagro. Para evitar sorpresas, construyeron los pobladores un reducto de palizada como a media legua al Sudoeste, cerca de la barranca del Paraná, teniendo a espaldas de ella un arroyo barrancoso, que desaguaba en aquél; en ello ponían guardia avanzada.
Atacada ésta un día por los indios, se defendió valerosamente, y los rechazó. Sobre este suceso creó la tradición, la historia del Milagro de la Cruz(2), que en realidad fue sólo de arcabuces.
(2) Manuel Florencio Mantilla. “La Ciudad de Vera” y “La Cruz del Milagro”, publicado en el periódico “Las Cadenas”, de la Ciudad de Corrientes, Núm. 544, el 1 de Mayo de 1888 y en folleto. Buenos Aires. Imprenta de M. Biedma, 1888, “he dicho lo suficiente, para esclarecer la verdad, adulterada por la leyenda” (se refiere al Milagro de la Cruz). // Citado por Manuel Florencio Mantilla. “Crónica Histórica de la provincia de Corrientes” (1928), tomo I, Notas biográficas por Angel Acuña, Buenos Aires. Ed. Juan Ramón y Rafael Mantilla.
El Acta Capitular del 23 de octubre de 1593 da luz bastante sobre el estado mísero del pueblo. Aquél día se resolvió mandar en comisión a Hernando Polo, ante el general Bartolomé de Sandoval y Ocampo (1593-1594), Gobernador del Río de la Plata, para solicitar de él:
1.- Que no llevase a Buenos Aires veinte indios ahomás, únicos que servían a los pobladores, y sin los cuales no podían reparar el fuerte derrumbado, ni recorrer la tierra;
2.- Pólvora, plomo, mechas, frenos, unos quintales de hierro, para aderezar sillas, armas, espuelas, y a Juan Quintana para trabajarlas, porque no tenían uno competente;
3.- Cañones para fragua;
4.- El pronto envío de los vecinos que abandonaran la ciudad;
5.- Protección inmediata y poderosa.
Provocada la furia de los indios, fue muy difícil conjurarla. El mismo Alonso de Vera, a pesar de su temple y de sus alianzas con los gobernantes de Asunción y Santa Fe, era impotente para domar, de un modo estable, a los enemigos; los vencía, en combates defensivos y en las expediciones que sobre ellos llevaba, pero no duraba el respeto a sus armas; causó a muchos la vida de constantes mortificaciones, de guerras casi sin cesar, con muy oscuros horizontes de mejora, y abandonaron la ciudad, esparciendo la voz de que era indispensable cambiar de sitio para poblar con éxito feliz.
El retiro de Alonso de Vera agravó la situación; los sucesores del valeroso caudillo, Garsinón de Arellano y Diego Ponce de León, carecían de autoridad moral y de valía. Las tristes noticias alarmaron al gobernador Juan Ramírez de Velazco (1596-1597), quien bajó a Vera con el propósito de mudar la ciudad, o de poner remedio a los males, si lo tenían.
Encontró que ella estaba “en tan buen puesto, sitio y lugar” que, por Bando del 6 de septiembre de 1596, ordenó “vuelvan á ella los vecinos que la abandonaron, so pena de perder sus solares y chacras si no vuelven y edifican en seis meses”.
A la providencia, siguieron medidas de seguridad, una batida de importancia a los indios, refuerzo de soldados y armas. Cobraron nuevo aliento los pobladores, y cesaron por algún tiempo las hostilidades. Hernando Arias de Saavedra (1597-1599) repitió la visita provechosa de Velazco, a principios de 1598, con más éxito duradero que su antecesor, porque llevó a muy lejos el escarmiento de sus armas, celebró buenas paces con los vencidos, mandó traer nuevos ganados del Paraguay y puso en orden de estabilidad las cosas de la ciudad y de sus moradores. La construcción de casas, así como el cultivo de las tierras, tomaron nuevamente impulso bajo los auspicios de la reacción consoladora y merced al empeño con que Hernandarias se consagró al bien de la colonia.
El siglo de la fundación terminó con paz. Poco habían adelantado los conquistadores en los doce años transcurridos; pero, a lo menos, los guaraníes estaban quebrados, fácil era mantenerlos tranquilos y podía la colonia empezar su verdadera tarea de población; el Gobierno de Saavedra le aseguraba, además, protección eficaz.