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EL MISTERIOSO SOLIS

En Mayo de 1493 se dieron las Bulas Pontificias con objeto de legitimar el descubrimiento de Castilla y sus proyecciones frente a las de Portugal, igualándolos y dividiendo zonas para evitar enfrentamientos(1).

(1) Material publicado por Arturo S. Gutiérrez Carbó, en el libro “500 Años de Historia Argentina”, tomo 2. Editado por la revista “Siete Días”, bajo la dirección de Félix Luna, en 1988, Editorial Abril.

En Septiembre de ese año, partió la segunda expedición de Colón, en diecisiete naves, con 1.500 hombres. El almirante hará su tercer viaje en 1498, y el cuarto y último en 1502, rehabilitado en sus títulos, privilegios y mercedes, pero suspendido en gobierno.

Mientras tanto, en el confuso marco de liberación de viajes y de control insuficiente de los mismos, pueden suponerse periplos dudosos, como el de 1497, al mando de Vicente Yáñez Pinzón, con el piloto Juan Díaz de Solís y el financista florentino, Américo Vespucio, curioso pasajero, que había abandonado el cálculo usurero por el vértigo descubridor de horizontes nuevos.

Ese año, el veneciano Juan Caboto descubrió Terranova, bajo bandera inglesa. Entre 1499 y 1500, varios viajes se realizaron a las Indias; Alonso de Ojeda, con Juan de la Cosa y Américo Vespucio, bautizan Venezuela (diminutivo de Venezia, por las casas construidas por los nativos sobre postes, en el agua), al golfo de la costa Norte sudamericana; Diego de Lepe, recorrió la brasileña; y Alvarez de Cabral tomó posesión de Brasil, para Portugal. Juan Díaz de Solís, marino español, estaba en Lisboa cuando castellanos y portugueses exploraban las costas brasileñas, uruguayas y argentinas, en contacto con todos sus camaradas nautas.

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Juan Díaz de Solís

Después de un pedido de captura sobre Juan Díaz en 1495, y la posterior intervención de Juan Díaz de Solís en un viaje al mando de Yáñez Pinzón, de 1497, suponemos que nuestro descubridor volvió al servicio de Portugal.

Pero de esos momentos cabe una consideración más, respecto a los enigmas del descubrimiento: El capitán Diego de Lepe, volvió a España desde el Brasil antes de Noviembre de 1500; el 15 de ese mes, es autorizado a “tornar a descubrir con tres carabelas a la parte donde la otra vez fue”.

En 1501, en Septiembre, es nuevamente autorizado a “descubrir y visitar la tierra que tenía vista”, pero entonces quiere ir con más de cuatro barcos, y esto se le prohibe, reiterándosele la autorización con ese límite, y hasta fin de año.

No sabemos si el capitán Lepe realizó estas otras dos expediciones, o una de ellas, pero sí que murió luego en Portugal. ¿Y si el capitán Diego de Lepe hubiera realizado su última expedición, perfeccionando sus reconocimientos anteriores hasta los 45° ó 50° de latitud Sur, y a la vuelta hubiera sido obligado por tormentas, como Colón en su primer viaje, a arribar a Lisboa?

Bien pudiera haber sido el motivo que lleva a Américo Vespucio a esa ciudad: El investigar los resultados de ese viaje, para informar al rey Fernando.

En todo caso, Morales Padrón afirma recientemente que “Vespucio se enroló” en la segunda expedición de Lepe, y al morir éste en Portugal, el florentino quedó “encariñado con el plan de Lepe”.

Así pues tenemos, para esa misteriosa y reveladora expedición, que Américo Vespucio sitúa entre Mayo de 1501 y Septiembre de 1502, otros posibles capitanes: Diego de Lepe y un Díaz, que si no es Juan, ni su hermano Blas (ya que son varios los hermanos que por entonces navegan para Portugal), puede ser un Pedro Díaz, al que los portugueses de Alvares Cabral pierden en viaje de ida a la India y encuentran a la vuelta, en Cabo Verde, encuentro que es mencionado, sin nombres, por Américo Vespucio, en su famosa narración.

También es posible la asociación de estos capitanes entre sí y con Vespucio, al que no podemos dejar de presumir corresponsal del rey Fernando.

1503 es año de grandes novedades internacionales: El publicista del Nuevo Mundo envía la carta que lo anuncia, donde se lee:

El intérprete locondo ha traducido esta epístola de la lengua española a la romana para que los latinos entiendan...”.

Las conclusiones reveladoras del descubrimiento, atribuidas a Américo Vespucio, y desde luego comunicadas por él a esa caja de resonancia que eran los Medici, dan a la carta trece ediciones latinas, entre 1503 y 1504, diez en alemán, en los dos años siguientes, incontables en italiano y, de inmediato, en francés y en holandés.

Entretanto, en 1503, el Papa logra de los turcos la paz para Europa, mediante el pago de tributo a los otomanos. Quizá el oro de Santo Domingo, que por primera vez llega a España en cantidad digna de atención en ese mismo año de 1503, alivie en parte el tributo de Europa al “Turco”.

En todo caso, el Gran Capitán, que auxiliaba a Venecia con un ejército español, puede volver sus tropas contra los franceses invasores de Nápoles. y en una sucesión de victorias, devolver este reino a la Corona de España, en momentos en que los Reyes Católicos están afectados en lo político y lo humano por una trágica serie de muertes en su familia: La del príncipe heredero, don Juan; la de Isabel, esposa del rey de Portugal; y la del hijo de estos dos, que hubiera reunido las Coronas de España y Portugal.

Ello dejó en sucesión a Juana, con un marido, Felipe "el Hermoso", que no amaba ni a Juana ni a España, ni compensaba tanto desamor con ningún talento.

También ese año de 1503, la Corona crea la Casa de Contratación de las Indias, que asientan en Sevilla, tradicional centro náutico desde la época árabe, y de mercaderes genoveses, que gozan allí de privilegios desde Alfonso "el Sabio".

Esta institución perfecciona el control de los intereses de la Corona en ultramar, la que, soportando el mayor peso de la actividad exploradora, no percibía las compensaciones que el exceso de iniciativa privada, tendía a desviar a destinos demasiado... privados.

Con la Casa de Contratación, se centraliza y controla la provisión y almacenaje de elementos necesarios en Indias, especialmente para naves y armadas; allí se redactan, principian la ejecución y se fiscalizan todos los contratos con las empresas e iniciativas privadas que permanecen en la base del proceso; también asume función policial, en cuanto al cumplimiento de las normas de embarque y convenios, sobre personas y elementos náuticos y de mercaderías. A poco se le irán sumando a esta Casa, aspectos técnicos y científicos de la actividad ultramarina.

Era necesario ese control, en momentos del que, como dice J. T. Medina,

si nos queda poca noticia de armadas con autorización real, más escasas son las que tenemos de las clandestinas”.

La sola reiteración de órdenes restrictivas de navegación a Indias, denuncia, precisamente, reiteración de transgresiones, a las que hay que sumar las navegaciones con autorización del rey, pero secretas, y por ello, fuera de registros.

De los rastros documentales y testimoniales en España, Medina forma una lista de cincuenta expediciones de esa bandera al Nuevo Mundo, desde el primer viaje de Colón, en 1492, hasta el año 1504, lista que, si bien puede ser reducida en dos o tres fallidas, mucho más puede aumentarse en las “varias”, que no se pueden detallar, y que Pedro Mártir de Anglería asegura hubo al librarse la navegación en 1495.

En 1504, mientras Alonso de Ojeda prepara nueva expedición a Colombia, Cristóbal Colón está sufriendo penurias en su cuarto viaje, en el litoral de Panamá, Costa Rica, Nicaragua y Honduras.

Tormentas, hambres, pestes, la enfermedad que postra al mismo almirante en su lecho, se suman a la acción destructiva de pequeños moluscos que acribillan los cascos de sus barcos, los que va abandonando uno a uno a lo largo de su ruta de vuelta, hasta estancarse, con el último, en Jamaica, donde recibirá socorro de Ovando, tras larga espera.

Al emprender este viaje, el almirante había sido alcanzado por la duda de haber llegado al Asia, y la consecuente esperanza de encontrar un paso hacia el Sur como hacia el Norte; también fue cerrándose allí en golfos y bahías engañosos, hasta envolver otra vez al visionario en su obsesión asiática, pese a haber llegado al istmo de Panamá y recoger allí noticias del gran mar al otro lado.

Parece réplica la carta que Américo Vespucio, vuelto a Lisboa de su cuarto y último viaje, escribe en Septiembre de ese 1504 a Soderini, que asociado a Maquiavelo ha desalojado a los Medici del poder en Florencia.

Es un raconto de sus cuatro viajes, conocido como la Lettera, en la que nuestro publicista ratifica su convicción de que lo que se está descubriendo es un Nuevo Mundo.

En Noviembre llega de vuelta a España el almirante de su penosísimo y también cuarto y último viaje, y el 24 del mismo mes muere la reina Isabel "la Católica", dejando, especialmente recomendados, a los nativos de esta tierra nuestra, a los que ha igualado en derechos a sus demás vasallos libres, bajo la protección de la Corona, es decir, del Estado y sus funcionarios fieles.

En 1505 se registra el acostumbrado pago anual de las pensiones que, como cortesanos, perciben los dos hijos del almirante; él mismo recibe cierto privilegio, no en dinero, por su enfermedad.

Pero resaltan las mercedes que el rey hace a Vicente Yáñez Pinzón: dinero, nombramiento de capitán y corregidor de la isla de San Juan de Puerto Rico, y alcalde de la fortaleza que le autoriza a levantar allí. Y mas aún, destaca un pago importante a Américo Vespucio, por ayuda de costa, por orden real y a seis meses, sólo seis meses, de escrita la Lettera, se presume que en Portugal.

Pero sobre todo, impacta el otorgamiento, el 24 de Abril, de la naturaleza castellana a Américo Vespucio, “por hacer bien y merced a vos”, reza el documento real, y por

vuestra fidelidad y algunos buenos servicios que me habéis hecho é espero que me haréis de aquí adelante”.

Por entonces, Colón escribe al rey recordándole:

V. A. ... de mi decir me honró y fizo merced de títulos de honra: agora mi empresa comienza a abrir la puerta y dice que es y será lo que siempre yo dije”.

- ¿Asia?

Las trece ediciones a que llega ese año la carta Mundus Novus, cuya responsabilidad se atribuye a Américo Vespucio, parecen contestar en latín, italiano, alemán, francés, holandés, que la empresa de Colón no dice lo que siempre dijo él.

Al contrario, dice que no se ha llegado al Asia, sino a un Nuevo Mundo, y así lo difunde por Europa. Y si quieren testigos de que esto es realmente un Nuevo Mundo, ahí están los exploradores que, en cincuenta viajes ó más, han ido tallando en el bloque macizo de la ignorancia, las formas inesperadas de nuestro continente.

Se supone que Pietro Pacini, librero florentino, ese mismo año 1505, edita la Lettera, en que Américo Vespucio ratifica el descubrimiento del Nuevo Mundo, distinto de Asia; y anotamos las curiosidades sugestivas de esta carta:

a) Esta primera edición, italiana, no expresa destinatario, pero su texto señala como tal a Soderini.

b) En esta Lettera, el autor desdobla en dos viajes los datos que, en su correspondencia anterior, hacía figurar en uno sólo. Levillier lo explica porque antes Vespucio no podía revelar un viaje que lesionaba el monopolio de Colón.

c) También Levillier nos dice que “el reputado filólogo G. Northup”, en “paciente y erudito estudio” sobre esta Lettera, llega a la conclusión de que puede “haber tenido un original español” y “un mal traductor”, y que “la versión italiana sufrió, por esa razón, barbarismos y errores”.

d) 400 barbarismos y errores cuenta Majo Framin en dicha Lettera. Un librero florentino no puede ser tan bárbaro. Vespucio es la antítesis de lo bárbaro. A ninguno de los dos pueden pasárseles tal cantidad de barbarismos.

A nuestro parecer hay una intención de estorbar esta difusión, y por esa vez se la ganan a Américo.

e) Una opinión más definitoria de Northup: “... la carta a Soderini es una defectuosa redacción o reelaboración de algún documento primero escrito en español”.

Levillier dice entonces que lo difícil es saber si Américo tradujo para el rey Fernando la carta a Soderini, o si la carta es “traducción del informe al soberano”.

f) Aquí nos permitimos una tercera pequeña variante: También es difícil saber si la Lettera no es, en realidad, la traducción del informe que el soberano quiere que se difunda: con la difusión de la verdad de un Nuevo Mundo, el rey Fernando se libera del compromiso monopólico con Colón y, de paso, si es que Portugal deseaba manipular para sí el secreto de algún conocimiento, esta revelación, “levantaba la perdiz”.

Importa ahora recordar a quiénes fueron dando los datos, en su tenaz ir y venir por el océano, para completar “el informe que el soberano quiso que su corresponsal difundiera”: En eso están los cincuenta viajes hispanos, que anota J. T. Medina, comenzando con el primero del almirante Cristóbal Colón, a los que hay que sumar, desde luego, los portugueses.

¿Y Juan Díaz de Solís? Recogemos el rumor que lo hace, en esos momentos, recién casado en Lisboa y próximo a partir en la armada que se prepara hacia Oriente, y que creemos es la que va a llevar a Albuquerque a reemplazar a Almeida como virrey portugués en la India.

Parece ser que a nuestro piloto se lo destina como tal en la carabela Cisne, de la escuadra de aquel duque; pero el navegante cambia el rumbo de su destino: No se presenta a hacerse cargo de su rol a bordo de la Cisne, que tras esperarlo demorada, parte sin él.

Se dice que acaba de dar muerte a su esposa por celos, y ha huido de inmediato a Castilla. Por segunda vez. Extraño rumor que, sin pruebas, se repite sin convencernos...

Nos parece mucho más coherente con lo que viene ocurriendo en el ambiente y lo que ocurre luego, que el cambio de rumbo de un piloto avezado como Juan Díaz de Solís responda a un plan más racional: Por ejemplo, el Plan Lepe, del que quedó “encariñado” el corresponsal del rey, Vespucio, necesita un conocedor ejecutivo como es el descubridor de nuestro río.

De cualquier manera, Juan Díaz de Solís, con sus pasiones e impulsos de carne y hueso, sean o no tan extremos como pretende el rumor, está con Colón, los Pinzón, la Cosa, Lepe, los Vélez, y también los Coelho, Alvares Cabral, Nava, Noronha, entre los artífices del Descubrimiento.

Y, porque la compañía de nautas hispanos es demasiado humilde para hacer oír al mundo su hallazgo, su Rey, "el Católico", estadista, les encuentra el vocero adecuado: Un florentino (que no podrá ser acusado de patriotero), culto, relacionado, afable, que nunca ha tenido problemas con ninguno de los exploradores, sin rivalizar con ellos, porque actúa en otro plano, les va a servir, con sus vinculaciones intelectuales e internacionales, coronando el riesgoso y esforzado ir y venir de estos adelantados de la civilización, dando a ésta la conciencia del hallazgo que más la va a modificar.

Entretanto, un grupo de intelectuales inquietos, reunidos por el mecenazgo del rey Renato de Lorena, en el Gimnasio Vosgense, planea una edición de la Cosmografía de Tolomeo, corregida y aumentada con los últimos y revolucionarios descubrimientos.

Entre las cartas de Cristóbal Colón, que aún se difunden, y “el informe al soberano” que es la Lettera de Américo y les lleva la última novedad, prefieren ésta, con la sola condición de que el destinatario no sea Soderini, sino el benefactor del grupo, Renato de Lorena. Nada más lógico.

Incluso puede que el sutil corresponsal del rey, se haya adelantado a hacer el cambio para facilitar su misión difusora.

En 1506, el rey Fernando debe concentrar su atención en la crisis que amenaza la unidad de España, atacada por las pretensiones y desplantes de Felipe el Hermoso, apoyado por un grupo de poderosos castellanos.

En esas circunstancias, el 20 de Mayo, muere Cristóbal Colón. Lo que se viene pagando a sus dos hijos y hermanos en la Corte, aún cuando están ausentes; lo que se paga a los mismos, además, cuando navegan, sueldos tan altos como no los recibe ni recibirá en muchos años ningún navegante del rey; los siete criados que figuran como testigos en el testamento del almirante, y la misma residencia, más que suficiente en que muere, no permiten afirmar con seriedad que terminó en la miseria, ni pobre siquiera.

El marco no resulta adecuado para quien desencadenó semejante proceso descubridor que arrojaría tan enormes beneficios y cambios a Europa, pero ello era imposible de predecir en esa etapa inicial del descubrimiento, todavía muy costosa.

De todas maneras, la crisis que absorbe al rey Fernando es tal, que ese mismo año opta por abdicar y retirarse a Aragón, y luego a Nápoles.

Los abusos de Felipe "el Hermoso" (sobrenombre que señala su único bien), y de los extranjeros que lo rodean, lo enfrentan enseguida con el espíritu nacional, al que se vuelcan varios de los poderosos que, al principio, apoyaron a Felipe.

Lo mejor que hace éste, entonces, es morirse, provocando la huida en tropel de extranjeros y traidores.

Cuando en 1507 vuelve Fernando, no se venga de los ofensores que lo atacan, pero al que se resiste, como el poderoso Duque de Nájera, lo obliga a abdicar; y al que se rebela, como el no menos poderoso marqués de Priego, lo destierra y confisca sus bienes.

Esto ilustra la conducta y política general de este rey, que se manifiesta también con nuestros descubridores: Desde el momento mismo en que Colón, en las tratativas de su empresa, en 1492, descubre sus ambiciones imprudentes, Fernando no dejará de marcarlo permanentemente, aprovechando cada uno de sus errores, para recortarle los excesos de poder; en cambio, y también permanentemente, alienta con mercedes y concesiones a los capitanes y nautas de ambición proporcionada, como se ve con Yáñez Pinzón, la Cosa, Ojeda, enseguida Vespucio, y luego, Juan Díaz de Solís.

Pero lo más interesante del año 1507, es la difusión de las ondas sucesivas del conocimiento que, desde el epicentro descubridor de la península ibérica, corren por Europa y repican en Lorena, como en campana que las multiplica con la publicación de la Cosmographie Introduction del Gimnasio Vosgense, que incluye la Lettera de Vespucio, la propuesta de Senancour, de llamar al Nuevo Mundo, América, y este nombre, grabado en el mapa de Waldseemüller.

Las seis ediciones que, según Morales Padrón, logra la obra, sólo ese año, nos parecen para la época proporcionalmente mayores que la edición del periódico que haya logrado la noticia más sensacional de nuestro siglo.

En 1508, mientras envía al ingeniero Navarro al mando de 4.000 hombres en campaña victoriosa contra las bases navales árabes de la costa africana del Mediterráneo, el rey Fernando reúne en Burgos a Vicente Yáñez Pinzón, Juan de la Cosa, al obispo Fonseca, Américo Vespucio y, por primera vez, en forma pública y documentada, a Juan Díaz de Solís.

El plan de acción de esta Junta Náutica se pone en marcha de inmediato: Yáñez Pinzón y Díaz de Solís arman nueva expedición para la búsqueda exhaustiva de canal o paso al Asia, a través o al final del Nuevo Mundo; la Cosa irá con Ojeda a fundar bases de población en Colombia, y supervisará las que Nicuesa se compromete a instalar en Panamá, con apoyo logístico en Jamaica; el almirante Diego Colón, heredero oficial reconocido de su padre, don Cristóbal, con todas sus rentas, pero no todos sus títulos ni funciones, se instalará como gobernador provisorio en la isla de Santo Domingo; Américo Vespucio recibe, con el nombramiento de Piloto Mayor del Reino, el reconocimiento a su eficacia como publicista y estudioso de la cosmografía, en especial de Tolomeo y Alfonso "el Sabio", quienes, con el zaragozano Abraham Zacuto, son considerados básicos para la navegación oceánica.

El Piloto Mayor examina a los pilotos que quieren navegar a Indias, en el manejo del cuadrante y el astrolabio, y enseña a los que lo deseen. A los oficiales de la Casa de Contratación de Indias, se encarga juntar los mejores pilotos y hacer un Padrón Real “de todas las tierras e islas de las Indias que hasta hoy se han descubierto”, padrón que ha de quedar en poder de dichas autoridades, a disposición de los pilotos que, por otra parte, tendrán que usar obligatoriamente cartas de navegación tomadas de él, así como informar a su vuelta a Castilla, sobre todo los hallazgos geográficos, ubicados con “cuadrante é astrolabio é el regimento para ello”, que también se obliga a llevar en la navegación.

Es que los cruceros oceánicos Este-Oeste, iniciados por Colón, y la fijación cartográfica de sus hallazgos, plantean como gran problema nuevo, la medición de la longitud, pues su imperfección produce grandes diferencias entre los mapas de la época.

Y la solución se irá aproximando en la medida en que se vaya perfeccionando y generalizando el reloj mecánico, proceso que requerirá un siglo como mínimo. Con razón, escribe Vespucio en esa época: “Por causa de la longitud he perdido mucho sueño y se ha abreviado mi vida 10 años”.

¡Cómo habrá estropeado los nervios esa longitud escurridiza, en las discusiones de los nautas, ante la perspectiva, como de parto, del nacimiento del Nuevo Mundo! ¿Será? ¿Cómo será?

En 1509, el rey Fernando da instrucciones al gobernador, almirante Diego Colón, en las que, contra los prejuicios generalizados, insiste menos en el cuidado del oro que se recoja, que en los problemas humanos: de los indios, le preocupa el buen trato, educación, conversión, sus propiedades, su censo, que trabajen por jornal justo; de los cristianos, le preocupan sus hospitales, que vivan sin ofender a Dios en poblados y no desparramados, que cada uno trabaje en su oficio, “porque de la ociosidad se siguen siempre muchos inconvenientes”, y previene al gobernador contra los que van sólo para hacer fortuna sin escrúpulos.

Ese mismo año, el puerto de Santo Domingo vive importante movimiento: Vuelve de circunnavegar Cuba, el gallego Sebastián de Ocampo; llegan de su muy discutida expedición, Yáñez Pinzón y Díaz de Solís; procedente de España, arriba el nuevo gobernador provisorio, almirante Diego Colón, con su esposa, María de Toledo, de la casa de Alba, y brillante comitiva que incluye damas de compañía.

Don Diego encarga a Juan de Esquivel, la conquista de Jamaica, para la que, de inmediato, se moviliza. Mientras tanto, parte Ojeda con De la Cosa y 220 hombres, en cuatro barcos, hacia Colombia, dejando a Fernández de Enciso para juntar refuerzos; enseguida Nicuesa embarca 700 hombres, en seis naves, con destino a Panamá.

Entre los que van con Ojeda, hay un tal Francisco Pizarro; también va Vasco Núñez de Balboa a escondidas, según dicen, de sus acreedores.

Pero quedémonos ahora con Yáñez Pinzón y Díaz de Solís. No hay dudas de que hicieron este viaje, pero se discute su itinerario, porque mientras el contrato real los obliga a un rumbo Noroeste, en busca del canal o paso al Asia, varios cronistas y testimonios dicen que navegaron hacia el Sudoeste, y algunos, tanto como hasta 40° de latitud Sur, es decir pasando por nuestro Río de la Plata.

Nos permitimos notar que los 16 meses que se atribuyen a este viaje, dan tiempo sobrado a estos veteranos marinos conocedores del litoral americano y sus vientos y corrientes, para llegar hasta las latitudes Sur y Norte que, unos y otros, le atribuyen.

Pensamos también que puede haber sido objetivo no escrito fijar la longitud, que tanto desvelaba, del litoral sudamericano, que podía salir de la jurisdicción portuguesa.

Cabe señalar aquí la divergencia entre la escuela cartográfica de Juan de la Cosa, por ejemplo, que en su mapa del 1500 marca una costa de exagerada inclinación sudoeste, y la escuela portuguesa, que tiende a señalar a nuestro litoral en un desarrollo norte-sur, casi vertical, y como forzándolo a mantenerse dentro de la línea del Tratado de Tordesillas.

Así las cosas, el conocimiento de los secretos lusitanos y los castellanos, a la vez, hacen de Juan Díaz de Solís hombre clave, en línea con el capitán Lepe y con Vespucio, y hasta quizá inspirador de este último, y esto explicaría que el rey de, en esta expedición de 1508 que analizamos, el mando en el mar a Juan Díaz de Solís sobre su estimado y veterano Yáñez Pinzón pero, a éste, de su confianza plena, le reserva el mando cada vez que tocan tierra, previsión inspirada, seguramente, por ese ir y venir de Juan Díaz entre Castilla y Portugal, que da esa impresión de “no mucha constancia” que del piloto expresa el rey en más de un documento.

Pero lo sensacional ocurre al término del viaje en Sevilla: Los oficiales de la Casa de Contratación inician sumario contra los dos veteranos del océano, por no cumplir lo mandado por el rey. ¿Será por no guardar el rumbo noroeste escrito?

Nadie lo sabe, porque el rey, tras aprobar que apresen a Díaz de Solís y suelten a Yáñez y a la tripulación, que no son responsables de la navegación, ordena a sus oficiales de Sevilla le remitan a la Corte preso y sumario: quiere tratar el negocio personalmente. Y lo mejor viene ahora: nadie más sabe del sumario desaparecido hasta el día de hoy.

El año 1510 comienza mal; el cartógrafo Juan de la Cosa, castellano de la costa de Santander, que extendiera la carta de nacimiento de nuestro Nuevo Mundo, veterano marino que fue de los primeros en enfrentar con lealtad al gran Almirante, muere envenenado por la traidora ponzoña de indios de Turbaco, Colombia; es el primer revés de la última expedición de Ojeda quien, pocos meses después, acosado por los inconvenientes financieros, intenta volver a Santo Domingo en busca de refuerzos, iniciando un viaje penoso que lo enredará, inutilizándolo entre las islas del Caribe.

Ojeda deja un grupo de hombres en tierra, al mando de Francisco Pizarro, que sumados a los de Nicuesa, que también sufre reveses, establecen un poblado en el istmo de Panamá. De allí expulsan a Nicuesa, que se pierde en el Caribe, y eligen jefe a Núñez de Balboa. Mientras tanto, en Santo Domingo se implanta la Audiencia, judicial y de gobierno, y se instalan los dominicos.

De Juan Díaz de Solís sabemos, por carta del rey, que en Febrero aún está preso, pero no mucho tiempo, pues en Junio del año siguiente, 1511, con su segunda esposa, Ana de Torres, bautizan un hijo en Lepe, puerto en el que está radicado el matrimonio; y el mismo mes, el rey ordena paguen al piloto “lo que se le debía del tiempo que sirvió como capitán en el viaje” de 1508, una buena suma.

Y todavía en Diciembre, Fernando ordena nuevo pago a Juan Díaz de Solís, en “merced y ayuda de costa por lo gastado y el tiempo perdido” en ese pleito, por el “viaje que hizo” con Yáñez.

Es muy probable que ya en ese viaje, nuestro piloto haya fijado, mediante observaciones y mediciones astronómicas, la posición de nuestro litoral, incluyendo nuestro Río de la Plata, como fuera de la jurisdicción de Portugal y, en consecuencia, dentro de la castellana, autorizando así a esta Corona a proseguir la exploración de estas costas, sin violación alguna de tratados.

Entretanto, en Santo Domingo, Diego Colón reconoce a Núñez de Balboa como su teniente en Panamá, y encarga a Diego de Velázquez la conquista de Cuba, a la que concurre Bartolomé de las Casas como soldado; pero ya el dominico Montesinos dirige su trascendental sermón a la conciencia y contra los intereses de los encomenderos, en sus propias barbas.

El 22 de Febrero de 1512, muere en Sevilla el primer publicista del Nuevo Mundo, Américo Vespucio, con su misión cumplida. Lo reemplaza, como Piloto Mayor, un hombre de la misma línea, Juan Díaz de Solís con quien, de inmediato, el rey Fernando contrata expedición con objeto de fijar el meridiano de demarcación con Portugal.

El documento da la ruta por el Cabo de Buena Esperanza a Ceylán, luego Malaca y China, pero previene:

si toperdes algunas islas antes de llegar al cabo de Buena Esperanza, en medio de la mar, no (...) descubiertas por (...) Portugal, podréis (...) de ellas saber los secretos (...) é aprovecharos de ellas (...) é de allí podréis ir a buscar (...) Ceylán, para ver si está en la parte que a estos reinos pertenece o no”.

Además, un Memorial aparte, precisa “como habéis de guardar los límites del serenísimo rey de Portugal, nuestro hijo”. Este Memorial, también se ha perdido.

Hay entre España y Portugal, entonces, y sobre descubrimientos, suficientes sutilezas y secretos como para interpretar estos textos como ventana abierta a rumbos que no se escriben: Cuando Alvares Cabral, “desviado” en 1501 de su requeteconocida ruta africana hacia la India, topó con Brasil, también lo llamó “isla” de la Vera Cruz, ¡y estaba con él el mejor cosmógrafo portugués de la época!

Creemos que Juan Díaz de Solís estuvo en la búsqueda del paso a Oriente en nuestro litoral mucho antes de lo que registra la historia, y la importancia de lo que sabe al respecto es tal, como lo demuestra la oposición que levanta.

Empiezan los oficiales de la Casa de Contratación con prevenciones, en carta del 12 de Mayo, que conocemos por la respuesta del Rey: Reconoce la posibilidad de inconvenientes en el viaje de demarcación, pero irá alguien para frenarlo, si Juan Díaz intenta alguna inconveniencia, alguien como Yáñez, la vez anterior; en cuanto a que dos carabelas son pocas para tan largo viaje y “ciertos inconvenientes que le podían suceder...”, les dice el Rey que se junten y hablen con el piloto, le expongan “delante” los inconvenientes que ven, y le oigan las razones que da para que a él no le parezcan tan temibles.

Parecería que a Juan Díaz le bastan dos carabelas buenas y bien equipadas, y no teme los otros inconvenientes que, seguro, proceden de los portugueses, simplemente porque éstos no están en las abandonadas costas del Brasil, que es adonde piensa volver, para seguir buscando o confirmar el paso al Asia.

La actitud portuguesa la define su embajador, don Juan Mendes de Vasconcelos, en carta a su rey, de fecha 30 de Agosto de 1512. Dice que buscó insistentemente a Juan Díaz de Solís, el piloto del que dicen va a ir a Malaca, y que recién ese día logró verlo junto con un hermano.

Los intentos de soborno que se desprenden del texto, los termina con desaliento ante la firmeza del marino, reforzado por los agravios recibidos en Portugal (cuya Casa de Indias le debe dinero por sus servicios), y su ventajosa posición en Castilla.

El rey Manuel escribe enseguida al rey Fernando al respecto, y conocemos las respuestas de éste por otra carta del embajador portugués a su rey; en cuanto a la armada que va a Malaca, no va a Malaca, "sino a descubrir y saber lo de aquí", lo dice el rey Fernando, quien reitera que de ninguna manera se tocaría tierra de jurisdicción portuguesa, lo que es claro mandato para todo piloto hispano; por último, destaca la principal preocupación del rey Fernando, ya viejo, que es dejar la demarcación bien hecha antes de morir, para que sus nietos no tengan motivos de ruptura.

Pero el embajador reconoce, desalentado, que no logra del rey la promesa de que ese piloto, que no ha vuelto a nombrar, no vaya a hacer el trabajo de demarcación.

Entonces se desahoga contra “ese piloto” que no atiende “boas razoes”, que no cree en el salvoconducto que el propio rey Manuel le envía, y que fue “tan ruin”, que todo lo hablado con el embajador lo fue a decir al obispo Fonseca; entonces, se despacha también el embajador contra el obispo.

Vuelve a escribir Don Manuel a su suegro, Don Fernando, el 22 de Septiembre; le agradece la seguridad de que la armada no vaya a Malaca, pero se queja de que la integre como piloto Juan Díaz, “a quien hace ya años”, escribe, “he desterrado y perseguido de mis reinos, por sus delitos que le condenan a pena de muerte”.

Habría mucho que decir sobre esta y otras acusaciones y rumores. Don Manuel y los suyos tenían motivos para enfurecerse contra nuestro piloto, y no digamos inventar, pero sí exagerar falencias del inquieto navegante.

En todo caso, el rey Fernando parece no querer extremar esta cuestión, con su “amado hijo”, el rey Manuel, y el 28 del mismo Septiembre manda pagar a Díaz de Solís una buena suma por sus gastos y trabajos en los preparativos, y el 30 comunica a sus oficiales de Sevilla, la suspensión del viaje.

En efecto, el 11 de Enero de 1513, Yáñez Pinzón recibe, para otro destino, una carabela de las preparadas por Díaz de Solís para el viaje de demarcación.

Pero nada se sabe de la o las otras naves, y aunque la falta general de documentos de la época, nos obliga respuesta a este tipo de incógnitas, permite a Lamas, Groussac y otros autores, sostener que Juan Díaz de Solís igual realizó su expedición hacia nuestro río, pero suman mejor argumento: La ausencia de Juan Díaz (que es mencionado, pero no citado a declarar), en los interrogatorios a los marinos descubridores en el pleito de la sucesión de Colón, que se dan a fines de 1512 y principios de 1513. Si lo anterior permite, esta ausencia ya sugiere.

El 7 de Marzo de 1513, bautizan a su hijo Diego. No sabemos si el 27 de Mayo siguiente, el rey escribe a sus oficiales de Sevilla que, de lo que han sabido de Juan Díaz, hagan información secreta, y si lo encuentran culpable, lo apresen y, otra vez, le envíen la pesquisa a él.

Que el resultado de la pesquisa satisfizo al rey, lo dice el hecho de que, a los seis meses, en Diciembre, le dona los derechos de la Corona sobre una herencia por “los servicios que me habéis hecho é hacéis continuamente”. Y en Enero siguiente, concede al piloto un permiso de comercio de trigo.

Creemos, con Fernández de Oviedo, López de Gómara, López de Velasco, Herrera, Groussac, Lamas y otros muchos historiadores, que Juan Díaz de Solís descubre nuestro estuario antes del viaje que comienza a prepararse en 1514.

Y quizá vino más de una vez: en 1512; en 1508, con Yáñez; y aún puede que antes, bajo bandera portuguesa. Pero en viajes que, a veces oficiales, a veces secretos, confunden sus datos, a veces deliberadamente, como lo muestran las narraciones de Vespucio y sus propias correcciones.

En 1513, en Marzo, Juan Ponce de León reconoce y bautiza la península de Florida, y su piloto, Antón de Alaminos, estudia y descubre la corriente del Golfo.

Y el 25 de Septiembre se produce el hecho que empuja la última expedición Juan Díaz de Solís a nuestro rio: El descubrimiento del Mar del Sur (océano Pacífico), al otro lado de Panamá, que termina con la polémica: El océano visto por Marco Polo desde Asia, ha sido alcanzado a través de América.

Esto determina al rey Fernando a atacar definitivamente ese mar por la vía que el piloto mayor, Díaz de Solís, señala.

En Julio de 1514 escribe el historiador Pedro Mártir de Anglería al embajador Hurtado de Mendoza:

“Tenemos correo del Nuevo Mundo, ... Núñez de Balboa ... usurpó ... mando en Darién ...”, pero “llevó a cabo una hazaña tan grande que ... alcanzó perdón de su Majestad ...”.

24 de Noviembre de 1514 es la fecha del contrato del Rey con el piloto, que obliga y permite a éste a “ir a las espaldas de la tierra” que hoy es Panamá, es decir, al mar descubierto por Núñez de Balboa, e

“ir descubriendo por las dichas espaldas ... 1.700 leguas é más si pudierdes, contando desde la raya é demarcación”.

Tan seguro parece Juan Díaz de Solís de poder pasar del océano de Colón al mar de Núñez de Balboa, que parece ya hubiera vislumbrado la inmensidad de éste.

Ver: ¿Qué sucedió en el mundo en estos años? (1501 / 1516)

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